Posted on Sun, Dec. 03, 2006
CRONICA DE DOMINGO
Ropa vieja y pan de ayer
RAUL RIVERO
Madrid -- Algunos de los agudos observadores imparciales, ciertos
estrictos profesionales de los medios que viven obsedidos por lo que
pasa en Cuba y sus exilios, tienen una línea de coincidencias con el
pensamiento de la dictadura criolla en un punto sensible y enmarañado.
Hablo del desprecio por la existencia de la gente que vive en una región
desconocida que se encierra entre estas dos palabras con ecos de
cadalso: allá dentro.
En un lugar que se identifique con esa toponimia contingente puede pasar
cualquier cosa y cualquier cosa suele pasar. Allí funciona una dictadura
que impuso una libreta de racionamiento en los años sesenta del siglo
pasado y sigue vigente en el 2006.
La alimentación, las entregas de los manjares elaborados por los chefs
del socialismo a la población, son utilizados también como elementos
auxiliares en los mecanismos de control policial. Esos platos incluyen
la extensión cárnica, el picadillo texturizado, la pasta de oca, huevos
desganados y pollos sin vísceras. Guachipupa para bajar todo eso y
azuquín a manera de cordial.
Se sabe que cuando se producen reacciones y conatos de levantamientos y
protestas masivas en algún lugar los avezados y curtidos cuadros del
partido envían junto a las brigadas de respuesta rápida y a la diligente
policía política, una pipa de cerveza y un camión de pizzas de neolite
manchadas con agua de tomate y unas briznas de queso criollo.
Pues bien, los hombres y mujeres que se enfrentan a esas miserias y a
otras más graves y hondas que ya conoce el mundo entero, como quedan
automáticamente expulsados de los centros de trabajo del estado, que es
el único empleador, pasan a un estadio inferior y arrastran a esa
estación de hambre y miseria a su familia.
Esa fase de pobreza extrema tiene que ver también con la ropa. La
libreta llamada industrial ya no existe. Las personas se las arreglan
como pueden y como pueden es, una parte, con los envíos de dinero de la
familia que está en el exilio, y la otra, nadie sabe.
Así es que los opositores, las familias de los presos, los activistas
que se mueven en Cuba con la policía siempre a dos metros y, a veces,
dentro de las casas con cabillas y garrotes, reciben con alegría y
satisfacción un paquete con alimentos, unos zapatos para sus hijos, un
sobre con bolígrafos y los libros de Guillermo Cabrera Infante y Mario
Vargas Llosa, por ejemplo, que están censurados desde hace muchos años.
Cómo no, el exilio tiene el derecho de ayudar a quienes están dentro.
Entre otras cosas, porque la mayoría de ellos estuvo primero dentro y
conoce personalmente las penurias y el dolor de la cárcel y el suplicio
de la celda grande.
Los pulcros y rígidos celadores del orden tienen su región de contactos
sublimes con la dictadura en el enfoque discriminatorio. Usan una lupa
para revisar los contenidos de los paquetes de ayuda y se indignan al
descubrir un pedazo de chocolate, o una camisa nueva, o unos tenis de
marca porque, total, esa gente con cualquier cosa van tirando.
Sería mejor no enviar nada, pero ya que hay que aceptarlo, pantalones de
uso y galletas zocatas, limosnas de misa de domingo, sombreros que hayan
sido almuerzos y cenas de cucarachas, mantones y suéteres desvaídos y
medias zurcidas con bombillas ahumadas.
Para allá adentro, los desechos. Ni un objeto de lujo. Nada decente con
olor a nuevo. Esa gente, como no tiene nada, se conforma con poco.
Con esos ataques, esas pesquisas radicales en contra de instituciones
como Acción Democrática, el GAD, Plantados, que tienen rostros, nombres
y apellidos reconocidos y queridos en el territorio nacional, se produce
un perturbador amasiato con los talibanes de La Habana.
Un romance que parece haber tenido hace poco otra cita pública y que
constituye una (involuntaria o mal disimulada) complicidad con un
gobierno que lleva medio siglo acusando a todos sus opositores de
recibir dinero ajeno, mientras trata de ocultar su expediente de
mercenario con vocación zoológica porque comenzó pagado por el gran oso
Misha y termina en los brazos de un gorila de Sudamérica.
http://www.miami.com/mld/elnuevo/news/opinion/16150591.htm
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