Wednesday, December 13, 2006

Dictaduras y doble rasero

ARTÍCULOS
Dictaduras y doble rasero
JOAQUÍN ROY/DIRECTOR DEL CENTRO DE LA UNIÓN EUROPEA DE LA UNIVERSIDAD DE
MIAMI

Jeane Kirkpatrick, antigua embajadora de Ronald Reagan en Naciones
Unidas, y el general Augusto Pinochet, dictador de Chile, han muerto con
una diferencia de apenas dos días. Podría parecer que nada une sus
biografías pero lo cierto es que el surgimiento del régimen chileno, su
supervivencia y su transición a una democracia deben mucho a la labor
intelectual de la profesora de Georgetown.

Al final de los 70, en EE UU ya había quedado superada la deprimente
dimisión de Nixon. Se había comenzado a cerrar el doloroso 'dossier' de
Vietnam. Pero la estrategia 'nacional' basada en la 'doctrina de la
contención', ofrecida en 1947 por el diplomático George Kennan a Harry
Truman para enfrentarse a los soviéticos, parecía tambalearse. La
Administración Carter era acusada de transitar por derroteros
reformistas. Como reacción, en noviembre de 1979, Jeane Kirkpatrick
publicó en la revista conservadora 'Commentary' un ensayo, mucho más
citado que leído, titulado 'Dictaduras y doble rasero', más tarde
ampliado y convertido en libro. Tuvo la fortuna de fascinar a Ronald
Reagan, ya en campaña contra un Jimmy Carter al que Kirkpatrick
básicamente acusaba de obsesionarse en una política de defensa de los
derechos humanos, violados sistemáticamente por dictaduras militares
como la de Pinochet.

Kirkpatrick reprochaba a los liberales que practicasen una política de
doble rasero, por la cual se presionaba a las dictaduras de derecha y se
era débil ante las de izquierda. Se aducía entonces que las dictaduras
'modernas', simplemente autoritarias, respetaban las normas sociales y
económicas básicas, sin tratar de cambiar el tejido de manera drástica.
El interés nacional, por lo tanto, residía en prestar la debida atención
a una sutil, pero decisiva, diferencia entre los regímenes que eran
calificados como «totalitarios» (sin remedio y por lo tanto merecedores
de la doctrina Truman) y los «autoritarios» (redimibles y por lo tanto
susceptibles de ser aliados). La tesis puesta en práctica no era una
novedad. Era un eco de la frase de F. D. Roosevelt ante la advertencia
de sus colaboradores de que tuviera cuidado con el dictador nicaragüense
Anastasio Somosa, porque era «un hijo de puta». «Pero es nuestro hijo de
puta», adujo FDR.

Kirkpatrick llegaba tarde, a la vista de que la alianza de EE UU con
Franco fue un fiel reflejo de sus recomendaciones estratégicas. Pero en
realidad estaba pensando en Centroamérica, el Cono Sur latinoamericano y
en el Irán de los estertores del Sha. El ejemplo más emblemático de la
aplicación de su doctrina era el régimen chileno, surgido tras el
aplastamiento de Allende con el argumento de que no pudiera reproducirse
el ejemplo de Cuba.

Con o sin justificaciones intelectuales, el caso es que la Guerra Fría
terminó y se certificó el «fin de la historia». Se creyó ilusamente que
esto significaba en realidad el final de las ideologías opuestas a la
vencedora, la democracia liberal, la peor descontando todas las demás
variantes políticas, según dijo ingeniosamente Churchill.

Todo pareció ser muy halagüeño hasta que llegó el 11 de Septiembre.
Ahora, tras el desastre de las elecciones legislativas de EE UU y las
admoniciones del Informe Baker-Hamilton, todo el castillo de naipes se
ha venido abajo. Con todo, aunque desaparecida Kirkpatrick, lo esencial
de su doctrina resucita. Con la muerte de Pinochet se justificará su
régimen aduciendo que la transición desde su sanguinaria dictadura a la
democracia ahora presidida por Michelle Bachelet -hija de un general
leal al orden constitucional, torturado y asesinado- prueba la eficacia
de la doctrina Kirkpatrick. Después de todo, valió la pena el apoyo a
Pinochet, paradigma de los regímenes autoritarios, 'rescatables' al final.

Otra historia es el caso de Cuba, cuyo régimen ha conseguido la
impresionante supervivencia precisamente por la doctrina contraria.
Aprovechando la ineficaz y contraproducente política del embargo, Castro
logró justificar las carencias económicas y políticas del régimen,
culpando de ellas a las acciones norteamericanas. Probablemente
terminará como Pinochet.

Y al final en Washington se justificarán ambas políticas con argumentos
contrarios. Y si hay una transición pacifica en Cuba, como en Chile,
todos felices. Todos, naturalmente, menos las víctimas de ambas
operaciones: miles de desaparecidos, exiliados, represaliados,
desinformados o simplemente confundidos. Es el resultado de la política
basada en «pagar cualquier precio», que decía Kennedy.

EE UU, ahora, para corregir el caos y recibir el necesario apoyo de los
países vecinos de Irak mientras crece el incendio en aquel país, procede
a piropear, a regañadientes y tapándose la nariz, a Irán y Siria, dignos
miembros de diversos 'ejes del mal'. Ahora conviene pactar con los
modernos regímenes autoritarios. Sucede igual que en los tiempos de
Somoza y Franco. Igual que con Pinochet, Castro espera su turno. Todo
depende de la supervivencia de la tesis de Kirkpatrick, perenne apéndice
de la política exterior de Estados Unidos.

http://www.elcorreodigital.com/alava/prensa/20061212/articulos_opi_ala/dictaduras-doble-rasero_20061212.html

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