Los Retos del Mundo Actual Para la Libertad y el Progreso
2006-10-05
José María Aznar, Ex Presidente de España
(Discurso pronunciado en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas de
Lima, 2 de octubre de 2006)
LiberPress/ GEES- 4 de Octubre de 2006 - Quiero que mis primeras
palabras sean para expresar mi más profundo agradecimiento por el honor
y la distinción que hoy recibo al ser investido como profesor honorario
de esta prestigiosa Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas.
Conozco desde hace años el trabajo excelente y los principios sólidos
que cimentan el trabajo de esta Universidad. Por eso, a la satisfacción
por recibir un honor como el que hoy se me hace, se une el orgullo de
pertenecer a partir de ahora, si quiera de manera honoraria, a un
claustro de profesores tan solvente y reputado.
Se me invita a hacer una reflexión, que hace las veces de primera
lección, sobre los retos que hay en el mundo de hoy para la libertad y
el progreso. No es una tarea fácil resolver en unos cuantos minutos la
cuestión. Pero creo que la cuestión está bien planteada. La libertad y
el progreso tienen retos en el mundo de hoy, es decir, que hay amenazas
serias, vitales si se quiere, contra la libertad y el progreso.
Hay que decir que tampoco es algo nuevo. La historia nos enseña que la
falta de libertad y la falta de progreso son abrumadoramente
mayoritarios en la Historia de la Humanidad. Durante siglos millones de
personas, en las distintas culturas, lugares históricos y tiempos, han
vivido sus vidas con su capacidad de acción cercenada, con oportunidades
muy limitadas, en definitiva, con su libertad muy mermada y en
condiciones de bienestar que hoy nos parecerían francamente inaceptables.
Pero también hay que señalar con la misma contundencia que la libertad
humana, la concepción de la persona como un ser lleno de dignidad
inalienable y libre y responsable en sus actos es una aspiración y que
se ha ido conformando a lo largo de los siglos. Me gustaría recordar hoy
que ese es la concepción correcta y que cualquier otra concepción que
niegue ese dignidad fundamental, sea cual sea la cosmovisión filosófica
o religiosa que esté detrás, ha llevado en términos históricos a niveles
de sufrimiento y de miseria humana inaceptables.
La libertad y el progreso han sido lentas conquistas de la humanidad,
con aportaciones de distintas culturas y tradiciones. Y sin duda la
libertad humana es, en las palabras inmortales de Miguel de Cervantes,
“el bien más preciado que los cielos dieron a los hombres y por el cual
se puede y aun se debe arriesgar la vida”. Pese a los cuatro siglos
transcurridos desde entonces, creo que no se puede sintetizar mejor de
lo que estamos hablando y que es el asunto de mi disertación.
Por otra parte conviene recordar que el progreso económico está ligado
históricamente a las sociedades en donde más libertad e iniciativa se
reconocía las personas que las conformaban. Si miramos el mapa de las
naciones más prósperas del mundo y las de aquellas que han gozado de más
libertad política veremos que coinciden de manera perfecta.
A más libertad hay más prosperidad. Y eso es una prueba de que las
personas, en un ambiente de respeto a sus derechos y de libertad, pueden
desarrollar la iniciativa, la imaginación y la innovación que han sido
desde los albores de la historia los motores del progreso económico y
del bienestar. Pero también hay que recordar que nada está ganado y que
la historia no es lineal, que puede haber y de hecho hay retrocesos en
la libertad y en el progreso.
Señoras y señores,
Llegados a reste punto conviene hacerse una pregunta: ¿Cuándo empieza el
mundo de hoy? Posiblemente sea una tarea imposible de resolver. Pero me
parece que hay dos fechas que todos los que estamos aquí presentes
tenemos vivas en nuestra memoria. Me refiero al 9 de noviembre de 1989 y
al 11 de septiembre de 2001. Y las dos tienen una significación muy
precisa y de la que es posible extraer algunas reflexiones útiles e
interesantes para afrontar los retos del futuro. A ello hay que añadir
un tercer elemento que es la revolución tecnológica y la globalización.
El 9 de noviembre de 1989 fue derribado el Muro de Berlín. A muchos nos
sorprendió ese torrente de libertad que fue capaz de liquidar un símbolo
de la infamia y de la opresión que había dividido a Europa durante
décadas y que a veces parecía eterno. Fue un día de alegría y de
esperanza desbordantes. El Muro era la encarnación de la opresión
comunista, esa utopía totalitaria que causó millones de muertos el siglo
pasado y que oprimió y arruinó las vidas de millones de personas durante
décadas.
El comunismo es una clase de una especie común: la del totalitarismo
utópico. Comparte muchas características con el otro horror del siglo
XX, el nacionalsocialismo y el fascismo. Lo que une a todos ellos es el
afán de implantar una utopía social por encima de los derechos de las
personas. El llamado hombre nuevo no podía detenerse, en la mente y en
la acción de los dirigentes comunistas así como en la de los nazis,
frente a la pequeñez de las personas que tenían una dignidad y unos
derechos.
La utopía no se detenía frente a la realidad de personas de carne y
hueso con derechos y libertades. Los derechos del individuo tenían que
ceder frente a los derechos de la colectividad, fuera este la comunidad
racial y nacional de los nacionalsocialistas o la clase oprimida del
proletariado que construiría el paraíso comunista.
El final de la Historia lo conocemos todos. Auschwitz y el Gulag
causaron millones de muertos. Arruinaron naciones enteras durantes
décadas. Los espejismos de supuestos éxitos económicos parecen hoy una
cruel ironía ante los crímenes que fueron cometidos para construir esos
supuestos paraísos que escondían la más brutal crueldad. Fue necesaria
una guerra costosísima para hacer frente y derrotar al
nacionalsocialismo. Antes muchos entonces se negaban a afrontar la
realidad y pensaban que el apaciguamiento funcionaría. Ese error fatal
no hizo sino complicar las cosas y causar más sufrimiento.
Para derrotar al comunismo fue necesaria otra Guerra, mal llamada fría
si pensamos en los millones de personas que murieron al otro lado del
Telón de Acero por defender su dignidad y su libertad, con el único
delito de no ser uno sumisos absolutos al poder despótico de los
creadores de la nueva sociedad. Gracias al coraje de los que supieron
defender en ese infierno del totalitarismo comunista y al apoyo de
personas con principios, el Muro De Berlín fue derribado esa noche de
noviembre que está en nuestra memoria.
La diferencia es que hoy el nacionalsocialismo está desacreditado. Nadie
presumiría de simpatías nazis. Sus crímenes fueron juzgados y condenados
y hoy son sinónimo del horror sin límites. No ocurre así con el
comunismo, que fue cortejado por los intelectuales de izquierda y aun
hoy sigue siendo una referencia para muchos. Sus crímenes son menos
conocidos y condenados, incluso disculpados, pero fueron mayores en
número e iguales en crueldad a los del nacionalsocialismo
Señoras y señores,
Al derribar y desparecer el Muro de Berlín, pensamos que el mundo
iniciaba una senda de crecimiento y de libertad. Algunos pensaban que
había llegado el fin de la Historia y que la libertad y los derechos de
la persona se extenderían y se reconocerían a todos en el mundo. Las
excepciones que pervivían, como la cruel tiranía de Cuba, se pensaba que
aguantarían poco tiempo y que las excepciones cederían ante el impulso
irrefrenable de la libertad. La utopía que había guiado a la izquierda
durante décadas se había derrumbado estrepitosamente, dejando huérfanos
a los izquierdistas que disfrutaban de las libertades occidentales pero
que detestaban los fundamentos y los valores de las sociedades libres,
imbuidos de la fatal arrogancia que tienen todos los ingenieros sociales.
En ese momento ocurre un fenómeno muy significativo cuyas consecuencias
estamos sufriendo hoy en día. Una cierta izquierda, sin utopía y sin
ideales, sin argumentos y sin proyecto ideológico, decide emprender sin
complejos el camino del relativismo, excusa para socavar los cimientos
de la sociedad libre, y abrazar las causas radicales.
Ante la ausencia de proyecto se dedica a intentar socavar los
fundamentos de las sociedades libres. Se obnubila ante el radicalismo
islámico, fascinado por otra utopía totalitaria, aunque ese suponga
negar los derechos y la igualdad entre hombre y mujeres. Decide ganar
apoyos dando la razón a grupúsculos extremistas. Han atacado con dureza
y resentimiento a la familia; han dado la razón a quienes han utilizado
la violencia para conseguir sus fines; se han fascinado con el
radicalismo islámico y culpan a Occidente de los embates del terrorismo
que quiere destruir nuestras sociedades.
Sabíamos que los enemigos de la libertad no descansaban y que estaban
dispuestos a imponer sus utopías sangrientas. Lo habíamos visto en los
Balcanes, donde despertó con fuerza el nacionalismo radical, excluyente
y asesino. Lo vimos también en África con el genocidio que se perpetró
en la región de los Grandes Lagos. Occidente reaccionó con tibieza,
perezoso y con miedo a defender con decisión sus principios y sus
valores. Pensó que las tragedias sólo les ocurrían a los otros y que
podía sufrir esos crímenes en las pantallas de sus televisores. No era
una opción valiente, pero era cómoda y parecía que nuestra libertad y
nuestro progreso no se verían afectados.
Señoras y señores,
La otra fecha que todos recordamos es el 11 de septiembre de 2001. Es un
día de ignominia y de vergüenza. Ese día despertamos del sueño en el que
estábamos sumidos a final del siglo pasado. La realidad era difícil de
asumir. Tenemos enemigos. Y esos enemigos quieren destruirnos.
Pero como en los años treinta del siglo pasado, cuando las utopías
totalitarias mostraban claras señales de no arredrarse ante cualquier
límite moral o humano, Occidente prefirió no hacer caso a las nubes de
tormenta que se avecinaban.
El 11 de septiembre de 2001 esas nubes descargaron toda su ira
destructora contra la civilización y contra los valores de Occidente.
Ese día no sólo fueron atacados Nueva York y Washington. Fueron atacados
los valores de la dignidad de la persona, la libertad y el estado de
derecho. Y quienes lo hicieron tenían y tienen la voluntad de destruir a
quienes no se plieguen a sus designios. No sólo en lo que llamamos
geográficamente Occidente. También en la India o en los países
musulmanes que buscan avanzar por el camino de la libertad y de la
democracia.
Porque los islamistas totalitarios saben que su arma más eficaz es el
terror y su objetivo primero es amedrentar a los que se oponen a ellos.
Y su primer objetivo son los países musulmanes, destruir a Israel y
continuar destruyendo a Occidente. Es una ideología totalitaria con
ambiciones globales. Y eso es nuevo en los terrorismos que habíamos
sufrido desde el final de la Segunda Guerra Mundial, pero no ajeno al
nacionalsocialismo ni al comunismo.
Por eso creo que la expresión islamofascismo es correcta para designar a
la ideología que mueve a los terroristas del 11 de septiembre o a los
que han sembrado de sangre las calles de Estambul, Bagdad o Afganistán.
Su fin es destruir o que se rindan aquellos que quieren reconocer los
derechos de las personas en todo el mundo, con independencia de las
herencias culturales o de las tradiciones religiosas.
Por eso creo que el reto más importante al que hoy se enfrenta la
civilización es vencer a los enemigos de la libertad. Porque estoy
convencido de que de ello depende nuestra supervivencia y el progreso de
todo el mundo. Y para ello creo que es necesario ser firme en la defensa
de nuestros valores de nuestra identidad. Sin ir más allá de Europa
creo que lo que ha pasado con las caricaturas de Mahoma y con el
discurso de Su Santidad Benedicto XVI en Ratisbona es muy significativo.
Lo primero que tenemos que hacer es asumir que tenemos enemigos. Que hay
gente que está determinada a destruir nuestras libertades y que no
reconoce límites para imponer su voluntad, incluyendo el uso más
despiadado del terror. Y para ello hay que reforzar nuestra identidad,
la de los valores que nacen de la tradición occidental pero que son sin
duda universales.
También hay que reconocer que hay aliados de los enemigos de la
libertad. Lo vemos en el resurgir de viejos fantasmas del pasado. Si
quienes defendemos las sociedades abiertas y libres retrocedemos los
otros llenarán el vacío. Y haríamos bien en tomar en cuenta esas nuevas
amenazas. Lo vemos en el resurgir de la utopía comunista. Es más que
inquietante que en esta región se empeñen en construir el socialismo del
siglo XXI cuando sabemos los crímenes y las desgracias que causó el del
siglo XX. Y eso ha ocurrido en este continente desde finales del siglo
pasado. Los enemigos de la sociedad abierta han visto una oportunidad
que podían aprovechar ante la ofensiva del islamofascismo. Y deberíamos
pensar en qué significado tiene que una manifestación convocada por una
organización terrorista como Hizbollah enarbole pancartas con las
imágenes de su líder hermanado con un determinado dirigente latinoamericano.
Lo segundo que debemos hacer es tener determinación para derrotar a esos
enemigos. Utilizando las herramientas que tenemos a nuestro alcance.
Apoyando a los que defienden la libertad en países que la niegan a sus
nacionales. Pensemos en la actitud valiente y gallarda de los millones
de iraquíes y afganos que han desafiado las bombas de los
fundamentalistas para ejercer su derecho al voto y acudir a las urnas.
Pensemos en los disidentes cubanos que son perseguidos en su país por
los últimos coletazos de una tiranía tan sangrienta como caduca. En los
opositores iraníes. En quienes trabajan por la libertad de prensa e
información en China. Quienes se empeñan en defender los derechos y las
libertades de todos en Venezuela.
En tercer lugar creo que es importante unir y coaligar a los que amamos
la libertad frente a los distintos enemigos que se ciernen sobre ella.
Por último creo que es importante no sólo exportar libertad, también
prosperidad. Y creo firmemente que sólo hay un camino, porque no hay
atajos para la lograr el progreso económico. La economía de mercado, la
apertura, las instituciones, la confianza. Eso se puede hacer y se debe
fomentar. Frente al proteccionismo, el nacionalismo económico, el
intervensionismo. El mundo no se para. Asia está haciendo un avance
espectacular. América Latina se puede sumar. Y las oportunidades
llegarán si hay instituciones sólidas, que garanticen los derechos de
propiedad y den oportunidades a la iniciativa y al espíritu emprendedor
de la personas. Estoy convencido también de que ese el camino correcto
para crear mejores condiciones sociales en los países que ahora sufren
grandes bolsas de pobreza.
Señoras y señores:
Concluyo estas reflexiones agradeciendo una vez más el honor y la
distinción que recibo de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas.
Me honra estar ligado a una institución que defiende y promueve los
valores de la libertad y de la responsabilidad individual. Estoy
convencido de que el trabajo de instituciones como la de esta Casa es
fundamental para hacer frente con éxito a los retos que la libertad y el
progreso tienen en el mundo de hoy.
Muchas gracias.
**********
Nota de Misceláneas de Cuba: El artículo anterior ha sido distribuido
por LiberPress - Contenidos & Noticias, liberpress@gmail.com.
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=7177
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