Posted on Sun, Mar. 26, 2006
Argentina y Cuba unidas en la guerra sucia
KEZIA McKEAGUE
Especial para El Nuevo Herald
El voto cubano contra la condena de la Asamblea General de la ONU hacia
la invasión distanció al régimen de la mayoría de los miembros no
alineados y expuso la presión soviética sobre las políticas cubanas.
Para Argentina, la intervención soviética en Afganistán llevó a una
mejor relación comercial y política con la superpotencia. Cuando el
gobierno argentino se negó a adherirse al embargo de granos decretado
por la administración de Jimmy Carter, las exportaciones de la URSS se
incrementaron drásticamente, solidificando la posición de Argentina como
principal aliado comercial de Moscú en la región.
Si bien en la Asamblea General la junta votó condenando la invasión
soviética y accedió al boicot de los Juegos Olímpicos en Moscú, los
contactos bilaterales aumentaron en frecuencia y cordialidad. Estos
nuevos niveles de cooperación pronto se hicieron evidentes en la sesión
de 1980 de la Comisión. En sus esfuerzos por impedir una resolución en
apoyo al disidente ruso Andrei Sajarov, Argentina se unió a Cuba como
los únicos países latinoamericanos en apoyar a la Unión Soviética.
Respecto a la cuestión de las desapariciones, el grupo preliminar de
cinco delegados de la Comisión a cargo de revisar el informe de la
Subcomisión pidió que la delegación argentina respondiera siete
preguntas acerca del registro de derechos humanos del país. Cuando esta
recomendación se discutió en privado en la Comisión completa, Brasil
intercedió en nombre de Argentina.
La resolución final fue suavizada, sencillamente pidiendo información
acerca de personas desaparecidas. El embajador argentino en Ginebra,
Gabriel Martínez, parecía reivindicado en su estrategia de utilizar el
procedimiento privado 1503, pero comenzó a aumentar el clima para una
investigación temática sobre las desapariciones.
Pugna de bloques
El bloque occidental decidió tomar la iniciativa de presentar una
resolución efectiva, aunque necesitaba algo de apoyo de países en
desarrollo para poder contrarrestar la débil propuesta argentina, que
esencialmente posponía cualquier acción por al menos un año.
Finalmente, el bloque de no alineados aceptó la necesidad de crear un
grupo de trabajo para investigar las desapariciones, pero no estaba
preparado para apoyar el mecanismo fuerte y abierto que exigía el
borrador occidental. Como resultado, el bloque occidental decidió ceder
su liderazgo en la cuestión.
La delegación iraquí preparó una nueva propuesta que se convirtió en el
foco de la discusión a lo largo de la cuarta semana.
Durante las desesperadas negociaciones que siguieron acerca del
vocabulario de la resolución, Jerome Shestack, jefe de la delegación de
Estados Unidos, se reunió con delegados cubanos para solicitar su apoyo.
Shestack señaló la contradicción de la defensa cubana y soviética a la
junta militar anticomunista, sin embargo la respuesta cubana, según
Shestack, fueron ``malas excusas''.
''Intenté ponerlos de nuestro lado, pero no, apoyaron a Argentina'',
recordó Shestack.
Entre los países no alineados, algunos reaccionaron a favor de la
propuesta iraquí y otros lo hicieron neutral o desfavorablemente, pero
la mayoría se interesó en obtener un consenso. El gobierno cubano, en
particular, estaba ansioso de impedir un quiebre en el bloque dada su
posición como líder del movimiento y la constante crítica a su apoyo a
la invasión soviética de Afganistán.
Para poder preservar una apariencia de unanimidad, Irak promovió que su
resolución fuera adoptada sin un voto de relanzamiento del debate
público, para que ``esos países que podrían abstenerse o votar no en una
votación general no dejaran su posición registrada si la medida se
aprobaba sin voto''.
A pesar de los esfuerzos argentinos de introducir enmiendas para
debilitar la resolución, se llegó a un acuerdo débil, que resultó en la
aprobación de la propuesta iraquí sin votación.
El Grupo de Trabajo sobre Desapariciones se estableció así para examinar
las desapariciones forzosas o involuntarias. Consistía de cinco miembros
de la Comisión que actuaban en sus propias capacidades, por un año. La
delegación argentina fue obligada a consentir la creación de una
investigación pública, aunque la investigación no se centró
exclusivamente en Argentina.
El informe del Grupo, presentado en enero de 1981, confirmó
desapariciones en 15 países. La Comisión extendió el Grupo de Trabajo
por otros tres años, aunque Martínez ganó una concesión en la sesión de
1981 con una resolución solicitando que todas las comunicaciones
individuales fueran entregadas en privado.
La Subcomisión mantuvo el examen 1503 del caso argentino hasta agosto de
1983, cuando sacó a Argentina de la lista confidencial frente a la
venidera transición democrática.
Motivos del apoyo cubano
Cuba y Argentina cooperaron en la Comisión de Derechos Humanos a pesar
de sus conspicuas diferencias ideológicas. ¿Por qué un régimen comunista
apoyó a una junta militar fervientemente anticomunista cuyo principal
objetivo era eliminar la subversión de izquierda?
La explicación más obvia es que ambos gobiernos violaban los derechos de
sus ciudadanos y por ende buscaban resistir cualquier expansión de los
mecanismos de aplicación de la ONU.
Este interés compartido fue una condición necesaria para la
colaboración, pero no fue, en sí misma, suficiente. Durante este
período, de hecho, el gobierno cubano corría poco riesgo de ser
investigado dado su equilibrio de poder favorable dentro de la Comisión,
que impidió el debate sobre Cuba hasta 1987.
Las múltiples fuentes de cooperación cubano-argentina pueden
comprenderse mejor examinando el contraste con la política cubana hacia
Chile. El régimen militar chileno se convirtió en paria de las Naciones
Unidas, sujeto a investigaciones específicas del país y a varias
condenas públicas. Cuba, junto con el resto del bloque socialista y de
la mayoría de los países no alineados, votó consistentemente a favor de
esas resoluciones condenatorias. La diferencia con Argentina no se
relacionaba con los derechos humanos de los dos países, dado que la
represión en Argentina fue incluso de mayor alcance (aunque más oculta)
que en Chile.
Sin embargo, otras diferencias entre los dos regímenes militares
explican la inconsistencia, demostrando que el apoyo cubano a Argentina
se debía a más que al interés común en defender el principio de no
intervención en cuestiones de derechos humanos.
Primero, los antecesores del gobierno militar en cada país eran
considerablemente diferentes. El golpe de 1973 en Chile derrocó a un
gobierno marxista que había desarrollado estrechas relaciones con Cuba,
mientras que el golpe de 1976 en Argentina expulsó a un gobierno donde
sectores de derecha habían iniciado una represión contra los grupos de
izquierda.
Para Fidel Castro, claramente había más motivos de hostilidad hacia los
sucesores de Salvador Allende que hacia los que siguieron a Isabel
Perón. El Partido Comunista argentino, que mantenía lazos cercanos con
el gobierno cubano, hasta llegó a justificar la intervención de las
fuerzas armadas como una respuesta necesaria a las caóticas condiciones
políticas y económicas del momento.
Segundo, los regímenes de Argentina y de Chile adoptaron políticas muy
diferentes hacia Cuba. Al tomar el poder, Pinochet rápidamente rompió
relaciones diplomáticas con La Habana y prohibió el Partido Comunista
chileno. La junta argentina, por su parte, evitó la confrontación,
prefiriendo las relaciones políticas correctas y un comercio limitado
con la isla.
También les ahorró a los líderes comunistas argentinos la persecución y
permitió que el partido mantuviera sus oficinas y funcionara en el mismo
estado de semilegitimidad que el resto de los partidos de derecha y
centro. En respuesta, Cuba puso fin al apoyo a los grupos guerrilleros
en Argentina pero continuó apoyando el derrocamiento del régimen de
Pinochet.
Las relaciones con la Unión Soviética constituyeron una tercera
diferencia entre los regímenes chileno y argentino. La URSS nunca fue un
mercado importante para Chile, y los dos países se negaron a establecer
relaciones diplomáticas. Argentina, sin embargo, mantuvo un alto volumen
de comercio con la Unión Soviética, que se convirtió en su cliente más
importante en 1980.
La demanda soviética de importaciones agrícolas también sentó las bases
para algún tipo de colaboración en la esfera política, tal como lo
ilustran los intercambios militares y la cooperación en cuestiones de
poder nuclear.
Estas diferencias claves entre los regímenes chileno y argentino
explican la divergencia en la política cubana hacia los dos países en la
Comisión de Derechos Humanos. La perspectiva conciliatoria de Argentina
probablemente fue el factor más importante dado el objetivo de Cuba de
normalizar las relaciones estado-estado con el hemisferio.
Mientras que la tercera variable puede haber influenciado en la toma de
decisión de Cuba, resulta poco probable que el apoyo cubano hacia
Argentina resultara directamente de la presión soviética. Académicos
especialistas en Cuba generalmente rechazan la visión de que el Kremlin
dictaba políticas hacia La Habana; a pesar de su dependencia de la ayuda
económica soviética, el gobierno cubano actuaba más como un actor
autónomo que como un satélite soviético.
Sin embargo, es bastante probable que los dos regímenes coordinaran sus
políticas hacia Argentina, en particular durante fines de la década de
1970, cuando la estrategia cubana necesitaba de un alineamiento más
estrecho con Moscú.
Desde la perspectiva argentina, habría tenido poco sentido político
abstenerse del apoyo cubano. De hecho, el régimen militar buscó
activamente aliados como Cuba para evitar el aislamiento internacional
experimentado por Chile.
Inversión de alianzas
De cara a las críticas de los gobiernos europeos y de la administración
Carter, las alianzas típicas se invertían en Ginebra, con una junta
anticomunista, pro Occidente acudiendo a países socialistas y en
desarrollo para protegerse de las cuestiones de derechos humanos.
La membresía simultánea de Cuba en el bloque latinoamericano, el campo
socialista y el Movimiento de No Alineados la ponía en una posición
particularmente influyente para los intereses de Argentina.
Si bien los dos regímenes ocupaban extremos opuestos del espectro
ideológico, la personalidad del embajador argentino en Ginebra puede
haber ayudado a mitigar esta restricción en la relación. Martínez, que
se describe a sí mismo como un tecnócrata y especialista en comercio sin
filiación política, había desarrollado contactos amistosos con Cuba
mientras trabajaba en la negociación del préstamo de Argentina a La
Habana en 1973.
Luego de su designación en Naciones Unidas realizada por Perón, Martínez
cultivó una estrecha relación personal con Carlos Lechuga Hevia, el
embajador cubano. De hecho, para el nacionalista Martínez, la protección
de los intereses argentinos importaba mucho más que las distinciones
ideológicas.
Tras el golpe de 1976, según el ex ministro de Relaciones Exteriores,
Oscar Camilión, a Martínez se le brindó bastante discreción para
solicitar apoyo donde fuera que pudiera encontrarlo en defensa del régimen.
Entonces, la respuesta afirmativa de la delegación cubana a la búsqueda
de Martínez fue, después de todo, no tan sorprendente. Una convergencia
básica de intereses hizo que Cuba estuviera dispuesta a condonar las
violaciones de derechos humanos de Argentina, aunque otras motivaciones
pragmáticas que tenían poco que ver con los derechos humanos
determinaron el trato dispar hacia Argentina y Chile.
Estos incentivos se analizaron aquí en forma separada, pero en los
cálculos de la política exterior cubana se fundieron para producir una
extraña alianza en la Comisión de Derechos humanos de la ONU.
Kezia McKeague es una investigadora asociada del Centro para la Apertura
y el Desarrollo de América Latina (CADAL), con sede en Buenos Aires.
Este documento está basado en un capítulo de un futuro libro sobre las
relaciones argentino-cubanas.
http://www.miami.com/mld/elnuevo/news/world/cuba/14187237.htm