La Anciana del Parque
2006-10-29
Shelyn Rojas, Periodista Independiente
28 de octubre de 2006.
La Habana – Ese día llegué una hora antes de lo previsto. Mi cita era
con la red de redes. Para calmar la ansiedad durante esa hora me dirigí
al parque ubicado en la esquina de la calle 30 y la 3ra. avenida, en el
municipio Playa.
El parque es pequeño, tiene tres bancos y no más de cinco árboles. Playa
es uno de los pocos municipios en que se puede observar algo de
limpieza. Es uno de los municipios ocupados por los privilegiados del
Gobierno. La mayoría de los carros que transitan por las avenidas son
modernos. Las mansiones están pintadas y los jardines atendidos. Allí se
respira otro aire.
Dos bancos del parque estaban ocupados por adolescentes. En el otro se
encontraba una anciana. Me acerqué a ella y le pedí permiso para
sentarme a su lado.
Sus palabras de bienvenida asomaron entre las arrugas de una sonrisa
amable. Saqué del bolso un libro para leer. La anciana comenzó la
conversación y renuncié a la lectura.
Se llama Sonia, tiene 72 años y vive sola. Todas las tardes visita el
parque. No le gusta la música ni la televisión. Le aconsejé que leyera.
No puede leer, padece de cataratas.
Sufrió hace cuatro años un infarto. El próximo año se cumple el plazo
para que la operen de la vista. —Si estoy viva dentro de un año" –dijo y
su sonrisa desapareció.
La anciana miró a su alrededor. En voz baja me comentó que hacía tres
meses un vecino había intentado asesinarla. Mientras la escuchaba,
conservaba el libro abierto sobre mis piernas. Lo cerré. No me atreví a
preguntarle. Sabía que seguiría hablando. Era el resultado lógico de su
soledad, pero aun así, no tenía síntomas de esclerosis.
Sonia se acercó más y bajó el tono de su voz apagada. Se siente muy sola
en su apartamento. Tiene un vecino que dijo ser agente de la Seguridad
del Estado. Vive hacinado con su numerosa familia. Si Sonia muere él se
ampliaría. Sólo tendría que abrir una puerta o demoler una pared.
El hombre tenía una buena estrategia. Había alterado el llavín de la
puerta del apartamento de la anciana. Como Sonia no ve bien no se percató.
Mientras el hombre trabajaba, otro vecino lo observaba. Eran las cuatro
de la madrugada y Sonia dormía. El tipo entró. El otro vecino llamó a
las autoridades. Sorprendieron al intruso en la sala de Sonia. Llevaba
un cuchillo en la cintura, asegura la anciana.
A pesar del tiempo transcurrido no ha sido llevado a juicio. Ya no se ve
en el barrio. Sonia no me dijo el nombre de él, por temor.
El primer mes después del incidente, Sonia durmió en los bancos del
policlínico de su jurisdicción. Los doctores y enfermeras cerraban las
puertas del policlínico por las noches para que ella se sintiera segura
y durmiera tranquila.
Un día decidió regresar a su hogar. La familia del vecino la provoca
verbalmente. Ella no responde. Cree en Dios. Él es su única protección.
Miré el reloj. Otro día que llegué tarde a mi cita. Volvió a asomarse
su sonrisa y preguntó mi nombre. Bese su mejilla, sonreí y le deseé que
Dios la proteja.
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=7534
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