Para una Cuba post Castro libre
Castro light
Anthony DePalma, de The New York Times
Incluso desde su lecho de enfermo —o el que multitudes delirantes en
Miami por un momento creyeron que era su lecho de muerte— Fidel Castro
estaba obsesionado por la forma en la que la historia lo juzgaría. En
una declaración en la que delineó un nuevo gobierno provisional
encabezado por su hermano Raúl, exhortó a los cubanos a continuar la
larga lucha revolucionaria durante su ausencia, repitiendo, como
siempre, que "el imperialismo nunca vencerá a Cuba".
Con su espesa barba y retumbante retórica antiestadounidense, Castro
perdurará en la imaginación cubana, como una imagen doble: una, la del
revolucionario romántico de 1958 que prometió a Cuba igualdad,
prosperidad e independencia; la otra, el prisionero de una confrontación
de medio siglo con Estados Unidos que impidió a Cuba evolucionar en una
forma que le permitiera cumplir las promesas.
Hoy muchos expertos dicen que cualquier sucesor de Castro que sea leal a
la revolución podría tener que depurar su legado a fin de poder
salvarlo. El pueblo cubano quizá venere su memoria, pero también
demandará un cambio.
Los elementos de línea dura están aún dentro del régimen. Pero los
soldados rasos, largo tiempo privados de promociones y movilidad,
querrán que el ejército deje de administrar hoteles y destinos
turísticos para que regrese al papel de un ejército tradicional. Los
pequeños empresarios, que probaron lo que es la libre empresa con sus
restaurantes y puestos de frutas, querrán una economía más libre. Los
intelectuales querrán el desmantelamiento del aparato de seguridad del
estado. Y la mayoría de los cubanos, pobres y marginados, demandarán una
oportunidad por una vida mejor de la que han conocido bajo Fidel.
Cuba ha sobrevivido todos estos años gracias a la generosidad de
"patrocinadores" que compartían el desdén de Fidel por Washington
—primero la Unión Soviética con sus subsidios al azúcar, ahora Venezuela
con su petróleo barato—. Pero confiar en tales amigos a largo plazo, en
vez de reformar la economía de Cuba y entrar a los mercados globales por
medio del comercio y el capital, parece a lo sumo una apuesta
arriesgada. Y sin la mítica presencia de Fidel Castro para atraerlos,
esos amigos podrían se sentir tentados a distanciarse.
Castro yace en un hospital recuperándose de una cirugía intestinal,
parece enteramente posible que nunca recobre el mismo control de puño de
hierro sobre el gobierno y que la transición largo tiempo esperada ha
comenzado.
Pero el cambio se tendrá que hacer con cuidado. La mayoría de los 11
millones de cubanos que viven actualmente en la isla nació después que
Castro subió al poder y sólo conocen el comunismo. De modo que, a pesar
de las decrépitas viviendas, las escaseces de comida y el represivo
sistema de seguridad, que puede hacer de una queja susurrada la base de
una sentencia de cárcel, Fidel Castro sigue siendo para ellos una figura
admirada. No ha permitido estatuas de sí mismo, pero su rostro en
carteles, carteleras, televisión y periódicos es tan conocido para los
cubanos como el cielo.
Lo que hagan Raúl Castro, quien tiene 75 años, o cualquier otro sucesor
será medida de una manera sencilla: ¿Honra al legado popular de Fidel
Castro o lo echa abajo? Marifeli Pérez-Stable, experta en Cuba en la
"Inter-American Dialogue" en Washington, dice que el sucesor tendrá que
hacer las dos cosas.
Como héroe de la misma revolución y figura prominente desde entonces,
Raúl Castro es una de las pocas personas que podrían cambiar el rumbo
del país, incluso para él no sería fácil.
Por ejemplo, la señora Pérez-Stable dice que cualquier sucesor se
enfrentará a lo que ella llama una camisa de fuerza si quiere empezar a
reformar la economía. "Lo que quede de la revolución de Fidel Castro
restringirá el futuro de cualquier sucesor".
Las restricciones más poderosas son el enconado sentimiento
antiestadounidense y la economía centralizada que se basa en una
ideología que se descompuso hace mucho tiempo.
Castro usó el antiamericanismo para edificar su poder político en Cuba,
su reputación en Hispanoamérica, su alianza estratégica con la Unión
Soviética durante la Guerra Fría, así como para forjar sus vínculos
actuales con el presidente venezolano Hugo Chávez.
Pero el embargo estadounidense que siguió al triunfo de los rebeldes
congeló cualquier esperanza de Cuba de construir un futuro basado en el
comercio con la economía más grande del continente americano.
Canadá, México y otros países siguieron haciendo negocios con Cuba,
aseverando que la manera adecuada de tratar a Castro era comprometerlo,
no aislarlo. Apreciando su desafío al gigante económico bajo cuya sombra
también vivían, esos países siguieron comerciando con él, aun cuando no
pudiese pagar sus cuentas.
Pero con Castro fuera de la escena, ese grado de entusiasmo se podría
fácilmente marchitar, dejando a su potencial sucesor con opciones más
difíciles.
Una opción es China. Raúl Castro la ha visitado y ha expresado
admiración por la capacidad de ese país para sus aperturas económicas al
mismo tiempo que preserva el poder comunista. Podría ser un modelo para
Cuba, pero los elementos ideológicos de línea dura en el gobierno lo
objetarían vigorosamente.
Cuba podría seguir dependiendo de la solidaridad revolucionaria de
Venezuela y su petróleo, pero eso la dejaría a merced de Chávez y
dependiente del tiempo que éste dure en el cargo.
O, en la que podría ser la solución más problemática, podría aceptar
alguna forma de cooperación con Estados Unidos, pero al dirigente cubano
que lo hiciese se le podría acusar de hacer que Fidel Castro se
revuelque en su tumba.
Además, en años recientes Castro colocó a "fidelistas" jóvenes en
posiciones políticas, ideológicas y económicas claves dentro de su
gobierno. Ellos tratarían de impedir que el sucesor se aparte demasiado
de la devoción de Castro a la causa del antiimperialismo.
Después de todo, el resentimiento cubano contra Estados Unidos como
poder intervencionista es anterior a Castro, del mismo modo que su
antiamericanismo es anterior a su comunismo, y fue el éxito del líder
cubano en ser una piedra en el zapato de los presidentes estadounidenses
la que lo hizo un héroe en una gran parte del Tercer Mundo.
Incluso hoy, esa popularidad sobrevive en grandes partes de
Hispanoamerica, como quedó reflejado en los recientes éxitos de Chávez
en Venezuela y Evo Morales en Bolivia, y aporta el escenario más
probable de apoyo inmediato para que un seguidor de Castro mantenga el
rumbo de Cuba.
En los países donde el libre comercio y las economías abiertas — los
métodos favorecidos por Washington — no han producido mejor calidad de
vida, atacar a Washington es una posición política popular, y los
propios fracasos económicos de Castro parece que no importan. De modo
que el continuo apoyo de Chávez, en particular, podría dar a cualquier
sucesor una forma de mantener a flote a Cuba sin cambios por algún tiempo.
Mientras tanto China, con su vehemente interés en el níquel cubano,
podría continuar estrechando sus vínculos con el mercado de la isla.
China es un ejemplo de cómo combinar los cambios con la supervivencia
política.
En Pekín, una ciudad que está experimentando un explosivo crecimiento
basado en la adaptación de China al mercado global, un enorme retrato de
Mao sigue colgado en la Plaza Tiananmen y grandes multitudes visitan su
mausoleo. William Ratliff, investigador en la "Stanford's Hoover
Institution", experto en Cuba y China, dice que a pesar de la brutal
represión bajo el gobierno de Mao la mayoría de los chinos sigue
admirándolo.
Ratliff dice que la capacidad de China para honrar a Mao, incluso
mientras reforma la economía que éste instituyó, podría ser un modelo
para Cuba.
"Quizá el próximo viaje de Raúl a China debe ser para estudiar la
fabricación de imágenes políticas", expresó Ratliff.
http://www.yucatan.com.mx/noticia.asp?cx=99$2900000000$3351651&f=20060809
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