Thursday, August 31, 2006

De Marti a la realidad

Posted on Thu, Aug. 31, 2006

De Martí a la realidad
ANDRES REYNALDO

Tarde o temprano, Cuba tendrá que afrontar sus relaciones con Estados
Unidos. Para empezar, las elites políticas e intelectuales de la isla
deben tomar responsabilidad de nuestro destino y cesar de definir los
valores autóctonos en una simplificadora oposición al Norte. Se puede
ser nacionalista, antiimperialista y soberano sin sacrificio de una
conciencia autocrítica que nos permita vernos tal cual somos y, sobre
todo, comprender que nadie tiene que pedirnos disculpas por que seamos así.

Dicho con vulgar claridad: los americanos no tienen la culpa de nuestros
problemas. José Martí fue intelectualmente deshonesto y políticamente
demagógico cuando le postuló a Cuba la misión de impedir la expansión de
la influencia gringa sobre el resto de nuestros países. Esa sola tesis,
a mi modesto juicio, lo sitúa en la tradición del mesianismo
latinoamericano que impone a nuestros pueblos el saldo de un ego
insatisfecho con las circunstancias de su nacimiento. No se puede ser
Napoleón (ni siquiera Bolívar) si uno nace en el barrio de Jesús María.
Martí perdió, eso sí, la ocasión de ser un coherente pensador que dotara
a su pueblo de un legado capaz de encaminarlo a través de la historia
con una saludable percepción de sus posibilidades y una enriquecedora
noción de su identidad. La pompa de las frases, su efímero estallido en
un cielito de teatro bufo, triunfó sobre el sentido común y el deber a
la verdad.

No es de extrañar entonces que Fidel Castro haya querido alguna vez
producir mejores quesos que los suizos y que su plan de desarrollo
eléctrico se anuncie como la solución a los problemas energéticos de la
humanidad. Conste que me opongo a cualquier modalidad de embargo que no
lleve la legalizada y transitoria impronta de la comunidad
internacional. Pero sin una artificial, costosa y alienante plataforma
antinorteamericana, el castrismo nunca hubiera podido instrumentar su
supervivencia, desde la sumisión a la órbita soviética hasta el
estrangulamiento de una poderosa clase media. Como delirante
contrapartida, tenemos a un exilio que no ha conseguido derrotar a la
dictadura, según se dice con las comisuras embarradas de pastelito de
guayaba, porque Washington le ha atado las manos.

Un observador imparcial está llamado a sacar dolorosas conclusiones
sobre una isla que hace cien años quería ponerle el pie en la puerta a
la primera de las potencias mundiales y hoy ha terminado como una
mendicante colonia venezolana. Nuestra nación se halla en el alba de uno
de sus momentos fundacionales. No sabemos cuál será el desenlace. Sin
embargo, cabe asegurar que ocurrirá a 90 millas de la Florida. Durante
casi medio siglo nos hemos privado de los cercanos beneficios del
mercado y la tecnología de nuestro poderoso vecino, sin habernos puesto
a salvo del peligro de la dependencia. A la república mediatizada, por
decirlo con el lenguaje del castrismo, hemos opuesto la república en ruinas.

Cegados por el ramplón, desfasado y autodestructivo
antinorteamericanismo de José Martí y Fidel Castro podríamos perder la
ocasión de reinventar nuestras relaciones con Estados Unidos, a partir
de una amplia conciencia de las ventajas y los peligros que incuba el
futuro. Y aquí llego al punto central de esta nota: necesitamos vivir en
paz, respeto y plena apertura económica y diplomática con los americanos
sin exponernos a ser arrastrados por la acelerada dinámica plutocrática
que está minando los valores democráticos y, de hecho, la prosperidad y
liderazgo de esta nación. Pero esto sólo será posible si nos aferramos,
con dientes y uñas, a la estricta realidad.

Nuestra condición de tierra arrasada nos permite asumir un modesto pero
esperanzador punto de partida. Ni ellos son tan malos, ni nosotros tan
buenos. Y viceversa. Por supuesto, hay que tomar sus precauciones,
porque ellos nunca nos van a tratar mejor de lo que se tratan a sí
mismos. Y se tratan cada día peor.

http://www.miami.com/mld/elnuevo/news/opinion/15400602.htm

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