Agosto 15, 2006
Nefasto y la máquina del tiempo
Víctor Manuel Domínguez, Lux Info Press
LA HABANA, Cuba - Agosto (www.cubanet.org) - Cuando H. G. Welles creó
esa maquinita que propició al ser humano contemporáneo ir a cazar
dinosaurios con misiles en su hábitat natural, venderle un dulce de coco
a Colón, cantar un blue en una plantación de Georgia, o instalar en el
planeta Venus del año 5000 un taller de tatuajes a granel, sin tener que
moverse de sillón, de seguro estaba pensando en Cuba.
No importa que la revolución aún no hubiera triunfado, ni que sus
sonados logros y la eficiencia de sus burócratas para enredar las cosas
todavía no se alzaran a nivel de nación como paradigma mundial de lo que
se debe ser.
Lo importante es que gracias a ese renovador invento los cubanos hemos
encontrado millones de soluciones a nuestros nobles suplicios, miles de
respuestas a los felices y asfixiantes interrogaciones, y cientos de
razones para colgar de una soga, o aplastar jubilosos y a puñetazos la
nariz y los ojos de quienes deben resolver nuestros intrascendentes
problemas.
Es tanto el aporte de la máquina del tiempo a la causa de la revolución
cubana que montados en ella viajamos al origen de cuanto nos permite el
ejercicio fecundo de la intolerancia, el desarrollo científico de la
competente incompetencia, y la vocación unánime de recibir sermones por
hechos, discursos por pescado y palabras solemnes ante el reclamo del
extravío injustificado de una cabeza, la carencia de tallas en los
uniformes escolares, y la pérdida de un objeto que puede ser desde un
botón hasta un buey.
Pero es esta actitud viril -y virila- ante los contratiempos pasajeros y
las conductas impuestas lo que nos hace brillar a oscuras al centro del
universo.
Agradecidos como un perro ante un hueso fantasma que nunca hemos de
roer, enfrentamos con ánimo de estatuas las hirientes mentiras del
imperio sobre la ineficacia de un sistema que ha mostrado con creces su
proverbial hondura en dar satisfacción a los reclamos de sus contribuyentes.
Analicemos si no el caso de una de las historias más insólitas
acontecidas en Cuba, de acuerdo con el criterio del periodista José
Alejandro Rodríguez.
La causa del asombro en el comunicador ante un hecho que califica como
insólito, es decir, de raro, extraño, desacostumbrado, es una
insignificante historia que dio inicio en marzo de 1993, cuando la
señora Alicia Chávez Rivas, con todo el derecho que le confiere la ley,
confió su refrigerador al taller de reparaciones de esos equipos, y aún
es la fecha que no ha recibido la máquina del mismo.
Pero si bien son trece años de fuegos y reclamos, de llantos y perretas,
de respuestas y contra respuestas, de peloteo en peloteo y vaselina
sobre vaselina hasta agotar la paciencia de un masoquista hindú, el caso
no da para calificarlo de insólito.
Y mucho menos cuando transcurrida sólo una década y tres años de tomar
agua al tiempo, no poder vender duro fríos, tener que acoplar en un
plato toda la canasta alimenticia del mes, no embarrar con el pescado
semestral el congelador, hervir el pollo de población y de dieta con
urgencia, y sobre todo, no poder soñar con enfriar una cerveza para el
día de su cumpleaños, llega un funcionario consciente, y en fecha tan
cercana como mayo de 2005, asegura magnánimo: "Se ha decidido reparar el
refrigerador de la compañera en uno de los talleres administrados
directamente para la dirección de nuestra empresa".
¿Acaso esto no es eficiencia? ¿No es una muestra del calibre humano, de
la dedicación de los organismos estatales ante los reclamos del pueblo?
¿No quedó justificado el funcionario y toda su caterva de malandrines
sociales cuando expresó: "Este es un caso que no debió haber sucedido?"
No podemos llevar contra la pared a dignos trabajadores que tienen
prensadas sus cabezas bajo un bloqueo. Molerlos en una maquinaria
crítica por el solo propósito de impedir que la señora Chávez ahorrara
en consumo eléctrico algunos de sus excesivos pesos.
Insólito sería que con la ligereza que caracteriza al sistema
capitalista, la señora se hubiera desprendido de ese traste viejo para
adquirir un nuevo, sumándose a la causa del consumismo.
Extraño resultaría que su problema, con la ligereza y el desinterés de
los funcionarios privados, le hubiera sido resuelto dentro de los 21
días previstos por un taller que se respete.
Raro que un periodista cubano que radica en la Isla, atiende los
reclamos de la población, y los canaliza hacia los organismos
implicados, se asombre por una insignificante demora de trece años,
cuando por la reconocida prolijidad y mesura de nuestros burócratas y
mecánicos profesionales ensartar una aguja puede tomar un siglo.
Desacostumbrado que en Cuba se resuelva un problema en el plazo
previsto, acto que desmoralizaría el demorado y numeroso escrutinio de
cuanto mal afecta a la sociedad, como antídoto contra el acomodamiento
en un país acostumbrado a caminar sobre los clavos calientes de la
igualdad social, el mareo colectivo y la certeza que, aunque después de
muertos nuestros problemas se resolverán.
Así que no se mortifique y disfrute de la máquina y el tiempo, coja lo
que le den y aproveche la época de los mangos y haga batido, que a lo
mejor, quién sabe y mañana sea tarde.
Se lo sugiere, enfría y hace escarcha, Nefasto "El mecánico" Boza.
LUX INFO-PRESS
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