Mitos de nuestro tiempo / Italo Calvino
El implacable editor de Einaudi
Era difícil salir indemne del juicio y la mirada de este escritor
italiano nacido en Santiago de las Vegas (Cuba). Y, si no, que se lo
pregunten a quienes pretendían publicar en Einaudi.
Por Raúl Rivero. El Mundo, España, 21 de agosto de 2006.
Italo Calvino pensó siempre que el sitio ideal para vivir era aquél en
el que se pudiera sentir extranjero. Por eso, a este italiano editor y
escritor de cuentos, novelas y guiones de cine no le molestó que sus
padres lo trajeran a nuestro valle de lágrimas en Santiago de las Vegas,
una población que bosteza al sur de La Habana, como él mismo bostezaba
en 1923, cuando nació.
Creo que no le molestó porque regresó en 1964 para visitar la casa natal
y reencontrarse con la atmósfera de su llegada al mundo, con la banda
sonora de la campiña antillana, sus pájaros leves y afinados. Para
imaginarse a sus padres, Mario, el agrónomo, y Evelina, especialista en
ciencias naturales, en aquellos parajes de tierra roja, atareados en
arreglarlo todo -los grandes baúles de metal con los recuerdos- para el
viaje de regreso a San Remo con su niño de dos años.
Calvino, que en 1956, después de la entrada impetuosa, inconsulta y
violenta de los tanques soviéticos en Budapest, había devuelto su carné
de militante comunista, se otorgó una licencia emocional y afectiva en
ese mismo viaje a La Habana y se entrevistó con Ernesto Guevara, el
argentino que acompañó a Fidel Castro en la campaña de la Sierra Maestra
para sustituir al dictador Fulgencio Batista y Zaldívar.
Una vez en ese ambiente tropical de sus orígenes, aprovechó también para
protagonizar otro acto definitivo en el mismo sitio donde había nacido.
En Cuba, formalizó su matrimonio con la señora argentina Esther Judit
Singer y con ella volvió a Italia y se instaló en Roma.
Se había formado en un hogar de personas de alto nivel que se
consideraban librepensadoras, en un clima laico. Después de sus estudios
elementales y secundarios se propuso hacerse agrónomo en la Universidad
de Turín, donde su padre impartía cursos de agricultura en el trópico.
La II Guerra Mundial lo sacó a empujones de esos sueños porque la
República Social de Italia lo llamó a las filas de su Ejército.En estos
momentos, se dejó llevar por la corriente y la pasión y se inscribió en
las Juventudes Fascistas de Mussolini. Poco después, Calvino desertó,
cruzó las líneas de trincheras y militó en las Brigadas de Partisanos
Garibaldi hasta que se acabó el conflicto. En l944 se afilió al Partido
Comunista y permaneció en sus filas hasta 1956, después de la invasión a
Hungría.
De regreso a Turín, decidió estudiar letras y comenzó a colaborar en
revistas y periódicos. Escribió su tesis universitaria sobre la obra de
Joseph Conrad y se hizo amigo de los jóvenes Cesare Pavese y Elio
Vittorini, que lo llevaron a trabajar a la editorial Einaudi.
Calvino quiso entonces contar su experiencia en la guerra, sus aventuras
en la guerrilla antifascista y escribió, en 1947, El sendero de los
nidos de araña, su primera novela. El libro, que es como una fábula, y
una colección de cuentos que dio a conocer dos años más tarde, valieron
para que la crítica lo zambullera sin contemplaciones en la estética
neorrealista.
En los años 50, el escritor dejó a un lado el tono realista y plano de
sus historias y se dispuso a escribir una trilogía en la que habita lo
más trascendente de su trabajo. En ella, Calvino propone varias
lecturas, diversos acercamientos mediante relatos fantásticos, muy
diferentes a sus textos iniciales. Hay una voluntad, un afán de ruptura,
de experimentación y búsqueda que puede vincularse, hacia finales de esa
década, con la renuncia de Calvino a sus compromisos políticos.
La trilogía Nuestros antepasados, está integrada por tres libros: Las
dos mitades del vizconde, El barón rampante y El caballero inexistente.
La obra de Calvino adquirió una dimensión universal después de los años
60 por su permanente curiosidad, su inteligencia y su interés por todas
las aventuras lingüísticas y científicas. Él, como escritor, ensayista,
conferenciante, pensador y observador del mundo y de la vida, se instala
en la historia de la literatura del siglo XX con holgura de gran señor y
con carácter definitivo en Europa y América.
Hay, sin embargo, un Italo Calvino que le importaba mucho a Italo
Calvino. Un hombre oscuro, un corresponsal inclemente, taciturno y
reservado que leía y revisaba originales y se dedicaba a editar libros.
Alguien fuera del visor de los críticos que desempeñó un papel clave en
el desarrollo de las letras italianas de posguerra.
Su labor como empleado de la editorial Einaudi entre 1947 y 1981 es una
zona de la vida de Calvino a la que dedica tanto tiempo, esfuerzo,
talento y energía como a su trabajo solitario y minucioso de narrador de
historias.
Comenzó en la editorial como vendedor de libros a crédito, siguió como
redactor de mesa y terminó en la cima, en el equipo de coordinación y
dirección. No le gustaba que se le llamara editor, pero lo era. De la
forma más rancia y ortodoxa. Su correspondencia con autores desconocidos
o con otros integrantes del equipo rector de la casa editorial
demuestran el entusiasmo y el ardor con que se dio a ese compromiso.
En 1954 le escribió a Elio Vittorini, el mismo individuo que lo ayudó a
lanzar sus primeros libros: "Debemos adoptar un criterio de selección
más severo. Si cierta indulgencia es admisible en la primera
experiencia, en la segunda debemos ser más exigentes".
Como le sugiere esa severidad a su compañero, él es más riguroso que
nadie. Se presenta como un guardián a sueldo del edén de los autores con
esta combinación de crueldad, ironía y saña a un aspirante a escritor:
"El mundo está lleno de gente que quiere escribir, y, tal vez, incluso
escribe, y, tal vez, incluso publica; pero son cosas hechas sólo a
fuerza de voluntad y no quedará nada de ellas".
Decía que, en sus empeños en la editorial, sólo alcanzaba raros y
fugaces momentos de entusiasmo cuando encontraba la inteligencia
integrada. El oficio solía dejar más antipatías que simpatías.
Calvino el editor era un trabajador no sólo celoso, sino amargado.Sus
compañeros de todos los días lo veían como una sombra que a veces se
dignaba a levantar un hombro en señal de saludo. "Me abandono",
confiesa, "a una misantropía total que corresponde plenamente a mi
verdadera naturaleza".
No podía esperar piedad ni comprensión el ingenuo escritor que cayera
bajo los ojos del editor Italo Calvino en días como aquél en el que
escribió esto: "Vivimos en una época oscura, no hay nada que ande
absolutamente bien y el único consuelo es la brevedad de la vida".
Quienes alcanzaban a escapar de esos baches de melancolía, a lo mejor,
colocaban un libro en los idealizados anaqueles de Einaudi. Era difícil
salir indemne de la mirada de Calvino, el editor armado, el implacable.
Algunos escritores que alcanzaban su aprobación se llevaban también su
trallazo.
Le dice a un aspirante ya aprobado: "¿Por qué escribes 'la aldea era un
rebaño de casas que tocaba el cielo'? ¿Por qué escribes que la chica
tenía 'un perfume selvático'? ¿Todavía crees en estas cosas? ¡Por Dios,
si me dan ganas de romperte la cara!".
Muy pocos editores del rango de Italo Calvino se tomaron tan en serio,
con tanto amor (o con tanto odio) su tarea. Él consideraba que un libro
tenía que tener lenguaje, estructura y algo que mostrar, Si es posible,
algo nuevo.
Volveremos a leer al escritor que se murió en 1985 en Siena, Italia, muy
lejos de su natal Santiago de las Vegas, recostado a La Habana.
Admiraremos sus capacidades de invención y el mundo de la palabra que
sustituyó al real. Yo voy a releer con terceras intenciones a cada rato
las cartas de hiel que despachó desde su mesa de editor de Einaudi
porque contienen otro magisterio.
Aquí dejo esta pequeña antología:
"Le devuelvo su manuscrito y lo espero dentro de algunos años de
lectura, de reflexión y buen trabajo".
"Tú sigues esperando una decisión sobre tus poesías, pero debo decirte
que no creo que te convenga publicarlas".
"Veo que relacionas tus difíciles relaciones económicas con la
publicación del libro. Te aconsejo que te acostumbres a no vincular
nunca y de ninguna manera estas dos preocupaciones".
Italo Calvino escribió estas notas a la edad de 27 años.
http://www.cubanet.org/CNews/y06/ago06/21o6.htm
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