SOCIEDAD
Crónica del campismo popular
Shelyn Rojas
LA HABANA, Cuba - Agosto (www.cubanet.org)- Después de diez meses de
estudios, los jóvenes descansan en los meses de julio y agosto.
Aprovechan para salir a pasear. O al menos lo intentan.
En Cuba no existen muchos lugares de paseo ni diversión para ellos. El
antiguo parque Lenin está cerrado hasta próximo aviso. En la mayoría de
las discotecas la entrada y el consumo son en moneda libremente
convertible CUC.
Un paseo por cualquier lugar, lejos de ser entretenido, puede resultar
tedioso por culpa del transporte. Peligroso por los asaltos o porque se
puede terminar el día sentado largas horas en un banco de cualquier
unidad policíaca porque un agente te pide la identificación y te acusa
de estar lejos de tu vivienda.
La playa de Varadero es para disfrute exclusivo de los extranjeros.
Sólo queda la alternativa del campismo popular. Los campamentos se
crearon hace 25 años, cuando las casas en las playas fueron destinadas a
organismos estatales y centros de trabajo.
Para conseguir reservación en un campismo es necesario presentar una
carta de buen estudiante que especifique que participas en las tareas
revolucionarias y que eres miembro de la Federación de Estudiantes de la
Enseñanza Media. Si no, necesitas que algún amigo con influencia haga la
reservación y te invite.
La alternativa de transportarte a los campismos en el tren que sale de
Casablanca a Matanzas es la más segura. Existe un servicio de ómnibus
junto a las reservaciones, el cual no se garantiza por falta de combustible.
El tren es lo más parecido a un tranvía. Son cinco vagones. A algunos de
los asientos les faltan los espaldares y a otros el asiento propiamente
dicho. Están diseñados para dos pasajeros. Las reglas se rompen por la
cantidad de jóvenes que viajan. Las ventanillas están sucias y no hay
ventilación.
Los vagones se alumbran con tubos de luz fría, opacos y a punto de
fundirse. Cuando el tren hace algún corte con el cable, las luces se
apagan y al rato vuelven a encenderse. Así es en toda la trayectoria.
Muy similares a los famosos camellos que transitan por la cuidad, los
vagones del tren van repletos. La odisea se prolonga hasta la parada de
Canasí, a varios kilómetros de los campamentos. Allí hay un tractor con
una carreta que cobra 10 pesos por persona. De lo contrario, a caminar.
Las cabañas, a medio terminar, son de una sola habitación, baño y
cocina, y los techos de fibrocemento están llenos de agujeros.
En la cabaña número 70 del campismo La Laguna reina el comején. Las
ventanas hay que asegurarlas al abrirlas, pues tienden a desbaratarse.
En la puerta te dan la bienvenida más de una decena de cucarachas.
Emilio, uno de los jóvenes campistas, regresó al día siguiente para su
hogar, aterrado por las cucarachas, los mosquitos y otros insectos.
El servicio sanitario no tiene lavamanos. Por el piso del baño corren
los orines que se filtran por debajo del inodoro. La piscina, vacía.
Sólo estaba disponible la del campismo contiguo.
Una sola piscina para tres complejos. Por la tarde, el agua se tornó de
un color verde amarillo extraño. Había horarios para bañarse, también
para comer. El menú no variaba. Una ración por persona de arroz amarillo
con algo que llamaban pollo.
Sin embargo, en el campismo Los Cocos no dejan entrar a los cubanos. Es
sólo para extranjeros, funcionarios y trabajadores vanguardias. Desde
lejos se nota la diferencia en la estructura de sus cabañas de hormigón,
con aire acondicionado.
Estas experiencias las vivieron muchachos de la barriada de Lawton,
quienes decidieron regresar antes de lo previsto. Por supuesto, no
regresaron en tren. Prefirieron hacerlo por las carreteras, a la deriva,
pidiendo aventones a camiones de carga.
http://www.cubanet.org/CNews/y06/ago06/22a7.htm
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