SOCIEDAD
Casos y cosas de Cuba: La epidemia
Raúl Soroa
LA HABANA, Cuba - Agosto (www.cubanet.org) - Mi amigo Carlos tuvo que
lamentar hace apenas una semana la muerte de su abuela. El trágico
acontecimiento lo dejó anonadado. La abuela de Carlos era una señora muy
especial, alegre, solidaria, buena persona. Uno de esos seres humanos
que dan un toque de alegría y optimismo a todo aquél que se le acerca.
Todos los amigos, vecinos y familiares sentimos su deceso.
Carlos está inconsolable. Su abuela era mucho más que eso. Fue la
persona que le crió, le educó y le condujo a ser el hombre entero que
hoy es. Pero además de la pena por la muerte, Carlos está indignado,
furioso. Y no es para menos.
La abuela falleció de un paro cardíaco en horas de la madrugada del
martes 5 de agosto en el Hospital Calixto García, de la capital cubana.
Los médicos que se encontraban de guardia esa noche hicieron todo lo
posible por salvarla, en medio de un hospital que no reúne las mínimas
condiciones para ser llamado como tal. Pero, bueno, no es denunciar las
pésimas condiciones higiénicas, constructivas y tecnológicas de ese
hospital el objetivo del presente artículo.
La odisea de Carlos comenzó cuando bajó al archivo del hospital a
ocuparse de los trámites de la funeraria. Luego de esperar varias horas
por unos empleados fantasmales que no aparecían por ninguna parte, una
señora con aspecto de cualquier cosa menos de empleada de un hospital
abrió la puerta del archivo, encendió con parsimonia un cabo de
cigarrillo, y sin mirar a mi amigo comenzó de manera mecánica a llenar
datos en una planilla, datos que con voz apenas comprensible preguntaba
a Carlos.
Luego de varios minutos de copiar una información completamente
innecesaria, y con una insensibilidad absoluta, preguntó: "¿Uté e
familia de la muerta?"
Luego de unas dos horas, la empleada preguntó a Carlos en qué funeraria
prefería atender a su familiar. Carlos le respondió que sin dudas en la
Rivero, por la cercanía a su casa. La mujer le miró sonriente, y le dijo
que no era posible. "Dígame otra". Zapata y 2. Pausa efectista. "No hay
capacidad". Déjeme ver, Zanja. "No hay capacidad".
Así, según mi amigo fue mencionando funerarias, la mujer iba enumerando
sus "no hay capacidad", como si disfrutara su pequeño poder ante aquel
hombre con tipo de intelectual.
Al final, resultó que no había capacidad en ninguna funeraria de La
Habana. Al menos, eso decía la empleada. Mi amigo, cargado con una noche
de insomnio y de dolor, no aguantó más y airado increpó a la mujer,
agregando al final de la parrafada de insultos: "¿Es que acaso hubo
anoche una epidemia en La Habana, y no nos hemos enterado?"
La mujer, imperturbable ante los insultos, cuando escuchó el final puso
cara de circunstancias, y mirando serio a Carlos le preguntó: "¿Qué
insinúa el compañero?"
Y con la misma, se sentó frente a un escritorio, de espaldas a mi amigo.
Un custodio se acercó atraído por la discusión y preguntó a la empleada
qué sucedía, a lo que ella respondió bajito: "Nada, el gusano éste
hablando m..."
Mi amigo optó por retirarse. Desesperado, se puso a esperar la llegada
de su hermano. Al poco rato, éste arribó en su flamante Chevrolet del
58. Luego de las frases de rigor en estos casos, Carlos pasó a
explicarle su odisea. Luego montaron en el auto y se dirigieron a una
funeraria cercana a la casa del hermano de Carlos.
Entraron al local y preguntaron por el administrador. Una señora de
mediana edad, vestida increíblemente de rojo, se identificó como tal,
ante lo cual pasaron a explicarle su situación.
La respuesta lacónica fue la misma: "No hay capacidad". Carlos se puso
rojo de ira, pero su hermano le calmó con una palmada en la espalda y le
dijo, muy seguro: "Déjame eso a mí". Acto seguido, hizo un aparte con la
mujer, y luego de un intercambio de sonrisas y apretones de mano,
regresaron junto a Carlos. "Todo arreglado, mi hermano". La
administradora los condujo a una de las capillas, pero Carlos no estuvo
de acuerdo con ésa por estar muy cerca de la calle, y pasaron a otra más
íntima.
Felizmente para mi amigo y familiares, se pudo realizar el velorio,
verdad que con sólo dos coronas, que era lo que les tocaba, un solo taxi
para trasladar a la familia, un ataúd gris con apliqués de kalamina.
Verdad que el local estaba sucio y no funcionaban los baños, y el café
que ofertaban era intomable. Pero se pudo realizar el velorio.
El berro de mi amigo se formó cuando supo que su hermano había pagado
200 pesos a la administradora para conseguir el local. "Contra,
compadre", me dijo. "Sí hay una epidemia en la ciudad, sí, pero de
descarados y corruptos". Nada, le dije yo, casos y cosas de la Cuba de hoy.
http://www.cubanet.org/CNews/y06/ago06/14a7.htm
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