SOCIEDAD
Cóctel habanero: El pelotero
Raúl Soroa
LA HABANA, Cuba - Junio (www.cubanet.org) - Llegar al equipo nacional no
le fue fácil. Desde un inicio militó en las filas del equipo
Industriales, y ésa no era la más segura de las vías para formar parte
del equipo Cuba de béisbol.
Jugar en el equipo azul ha sido el sueño de cada niño habanero y de
muchos nacidos en otras provincias. Pero ser miembro del equipo nacional
de béisbol es el sueño de todos en la isla. Todos los niños quieren ser
Omar Linares o Víctor Mesa y viajar por el mundo vistiendo la franela roja.
Cuando entró a formar parte de la nómina de los Industriales, su orgullo
y felicidad no podían ser mayores. Los Industriales son el equipo que
más veces ha ganado el campeonato de pelota en Cuba. Es el equipo más
odiado y más querido, el que más pasiones levanta a lo largo y ancho del
país.
El quería ser del equipo Cuba, y se esforzó para ello. Trabajó duro,
implanto algunos récords nacionales y se convirtió en un jugador
indispensable para los azules de la capital. Pero no fue al equipo nacional.
Era uno de los mejores, y lo sabía. Los años pasaron, y las esperanzas
se esfumaron. Su pecado: era talentoso y lo demostró en el terreno.
Disciplinado, constante. Pero en un momento decisivo de la vida, en uno
de esos momentos en que hay que hacer lo correcto o no, no quiso hablar
mal, no quiso renegar, no quiso traicionar la amistad de unos amigos,
colegas del equipo, que quisieron escapar del país. Era una falta grave,
y le endilgaron el cartelito de "no confiable".
No renunció a su amistad con el Duque (Orlando "El Duque" Hernández),
quien después de muchas peripecias logró huir del país, jugar y triunfar
en las Grandes Ligas. Ese era un gran pecado, y ya le costaba trabajo
incluso integrar el equipo azul.
Ya no parece el mismo de antes. Ya no juega en su amado equipo, se ve
cansado y sin deseos de jugar. Muchas veces no sale como regular al
terreno. Logro acercármele y, luego de un largo y difícil tanteo,
conversar con él.
"¿Sabes?", dice con tristeza, "antes, cuando veía las luces del estadio,
cuando me acercaba a él de noche, sentía una gran emoción, tenía deseos
de darlo todo, de demostrar quién era, pero poco a poco esa fuerza se
apagó. No fue de pronto, fue un proceso en que fui perdiendo pedazos.
Fue doloroso, pero ya no siento nada. Ahora deseo no llegar, y hasta
invento pretextos y enfermedades para no jugar".
Cuesta trabajo reconocer en este hombre al antiguo alegre y fogoso
atleta. Cuesta trabajo sacarle una sonrisa.
"Después de 20 años de jugar en el Campeonato Nacinal, ¿sabes cuál es mi
salario? Me pagan por mi centro de trabajo, ése donde nunca he puesto un
pie, donde no conozco a nadie, 211 pesos. Mi hermano, 211 pesos para
mantener a la familia, mujer y dos chamas. Vivo en una cuartería en
Santos Suárez, en la misma en que he vivido siempre, donde apenas
cabemos ya. ¿Carro? ¿Es un chiste? Bicicleta china forever, pedaleando
las calles de Santos Suárez.
"¿Por qué no te fuiste? ¿Por qué no te largaste como hizo El Duque o
Arocha?" Me mira casi con odio, con rabia, pero se le pasa pronto y
sonríe. "El Duque nunca ha dejado de escribirme". Lo dice con orgullo.
En el cuartucho hay varias fotos de Orlando Hernández con el uniforme de
los Yankees de Nueva York, y de Liván Hernández con el de los Marlins.
Me enseña recortes de periódico donde aparecen sus amigos.
Dice que éste es su último año. Después quiere entrenar niños, formar
peloteros. Le digo que es una excelente idea, que de seguro de sus manos
saldrán muy buenos jugadores. "Ya nadie se acuerda de mi", dice con
tristeza.
"Nadie te olvida", respondo.
Nos despedimos. Cuando estoy como a unos 25 metros de él me grita: "Ya
es muy tarde, periodista, ya es muy tarde".
http://www.cubanet.org/CNews/y06/jun06/16a7.htm
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