Friday, January 06, 2006

El silencio de los ausentes

SOCIEDAD
El silencio de los ausentes

Juan González Febles

LA HABANA, Cuba - Enero (www.cubanet.org) - La muestra fotográfica de Robert Mapplethorpe que se exhibe en La Habana desde el 14 de diciembre hasta el 14 de febrero, remueve viejas heridas. Por encima de todo, impone reconocer que la revolución de Fidel Castro es el más desolador agujero negro en la vida nacional cubana. Luego, el intento para tratar de salvar lo que se debe y se puede de aquel desastre.

Para los que vivimos ese periodo desde el espacio de los marginados, la muestra de 48 fotografías sacó a flote fantasmas junto a cosas que se echan de menos. Parece ser que Abel Prieto y el resto de la corte intelectual castrista están de humor para la nostalgia por los 60 y la Contracultura de esa época. Esto me hizo pensar en las exposiciones que no se han hecho y en las que no harán los mandarines de la cuneta generosa.

Sin negar el legítimo placer estético que me produjo el contacto con el arte auténtico y representativo de Mapplethorpe quizás, además de muestras fotográficas, sería mejor algo sobre arte independiente inter disciplinario colectivo y en familia.

Allí, los fantasmas de Mezclilla y de Joaquinito deambularían. Mezclilla con la bufanda que usó para protegerse del asma que al fin lo mató. Con ese viejo y gastado abrigo verdeolivo, que usó con pretensiones de gabán o sobretodo. A Joaquinito Ordoqui con su gabán de batalla, su blue jean percudido y desteñido y a ambos con sus pipas.

Habría trabajos de Gorgo y de Gory. Junto con Plátano, fueron fotógrafos representativos de aquellos tiempos. Escondiéndose en la certeza de aun sentirse perseguido, Reynaldo Arenas se presentaría con precaución. Quizás buscando la complicidad de los suyos. Por los rincones, en compañía de aquellos excelentes modistos que fueron y quizás sean aun, Frank del Puerto y Agustín. Haciendo maravillas del pellejo ajeno.

El pintor Waldo y su musa Bárbara. Waldo orondo, convaleciente de su asesinato en la compañía de ella, que formaba parte de las grandes mujeres de aquel tiempo. Junto a ellos, su amigo de siempre, Ponciano. En otro ángulo de ese salón, elegantes, bellas e inaccesibles las hermanas Vivian y Elena Tablada. Más allá los play boys clandestinos de la época: Ricardo Oramas, Alberto "el bobo" -Mulaciega para los suyos- conversando con los patrones del "pastel de rosa".

Todos los ilustres de entonces que no fueron, desgracias a la revolución, presentes. Sería la muestra de lo que no pudo hacerse, porque no lo permitieron. Con la música incidental de Dylan, Carpenter, Beatles, Simon and Garfunkel y Mamas and Papas. Además de las composiciones de Raulito, del Argelino, de Mike Porcel, de Amadito y los poemas de Nelson, recién curado de su fusilamiento. Su inofensiva granada de fragmentación rellena con cemento, con la que no podía matar y por la que fue fusilado, en una vitrina de honor de esa muestra. Venturita con su garrocha, su par de tenis y su sana disposición de saltar la verja de la embajada de México en la primera y mejor oportunidad. Carlos Fernández Lugo, de regreso en una balsa americana, último modelo.

Como elemento de ambientación insustituible, la muestra sería cerrada con un concierto en que participarían músicos de los Jets, Los Pacíficos, Los Kent, Sesiones Ocultas, Gnomos y Los Gallos de la ENA. El buffet serían croquetas de algo y un excelente ponche de alcohol de 90, con granadina, limón y azúcar. Si se consigue hielo, mejor. Por supuesto, para maestro de ceremonia, Nelson Pingoley, ¿Quién mejor?

Para cuidar el orden y la seguridad de la muestra, El Farsante. Esta vez no ofertaría su drum en miniatura, ni sus mocasines de suela de cristal italianos. Llegaría con su credencial del DTI, pero despistolado. No pediría carnés de identidad y como siempre avisaría oportunamente de la próxima recogida.

Mantendría la incógnita y el misterio para que no se sepa a ciencia cierta si se trata de alguien del Ministerio del Interior infiltrado entre nosotros o de uno de nosotros infiltrado en el Ministerio del Interior.

Con sus gastados huaraches y el aspecto de quien se aburre, Poncito. Vestido con la informalidad de quien se siente en el barrio y en familia. Quejándose de que el ponche está aguado y que alguien se metió una puñalada de las grandes con el dinero de la bebida.

De veras que la muestra de Mapplethorpe en La Habana contribuye a remover la ira y el recuerdo.

http://www.cubanet.org/CNews/y06/jan06/06a9.htm

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