Monday, May 05, 2008

Invención de una guerra

Invención de una guerra
RAFAEL ROJAS

En el libro que dedicó a sus últimos años de gobierno, Fulgencio Batista
dice que entre enero y marzo de 1957 ''no hubo señales de que existieran
alzados en las zonas montañosas, ni se encontraron rastros ni sonó un
solo tiro''. Sin embargo, el 17 de enero de ese año los rebeldes
atacaron el cuartel de la Plata, donde murieron cinco soldados del
ejército y otros cinco fueron hechos prisioneros y luego liberados ¿Qué
fue del testimonio de aquellos derrotados?

Mientras Batista intentaba convencer a la opinión pública de la
inexistencia de los revolucionarios, Castro concebía la estrategia
contraria: exagerar su presencia en la Sierra. Durante la entrevista con
Matthews, ordenó a sus hombres que desfilaran continuamente frente al
periodista para trasmitir la impresión de que eran más de 40, cuando, en
realidad, eran menos de veinte. Batista fue un político dentro de un
militar; Castro, un militar dentro de un político, lo que suele ser más
complicado.

Que Batista era un político lo demuestra la manera en que se enfrentó al
asalto a Palacio, el 13 de marzo del 57. Desde varios días antes, había
sido notificado por el jefe del Buró de Investigaciones, Orlando Piedra,
sobre el operativo revolucionario. Los responsables de la seguridad
presidencial advirtieron a la guardia de Palacio, pero Batista se opuso
a cerrar el tránsito en los alrededores y a impedir el acceso del
público a las oficinas de la presidencia y la mayordomía.

Su primera reacción fue disuadir a Menelao Mora, a través de su hermano,
el congresista Cándido Mora, de que emprendiera el asalto. Cuando
aquella gestión diplomática fracasó, pensó entonces que lo mejor era
sobrevivir al ataque, capitalizarlo simbólicamente y castigar a los
involucrados. Varios días después, mientras los hombres de Ventura
perseguían y asesinaban a implicados y sospechosos, Batista reunió
frente a Palacio a 300,000 personas, en una impresionante manifestación
de apoyo popular. ¿Cuántos de esos cubanos no estarían, apenas dos años
después, dando vivas a Fidel y Camilo en el mismo lugar?

La historia oficial destaca el papel del Directorio Revolucionario y de
sus dos principales líderes (José Antonio Echeverría y Faure Chomón) en
la acción del 13 de marzo. Sin embargo, la decisiva participación de un
grupo importante del Partido Auténtico, encabezado por Menelao Mora y
Carlos Gutiérrez Menoyo, se soslaya o se oculta. De hecho, el propio
papel en la revolución del ex presidente Carlos Prío Socarrás, quien en
un encuentro con Fidel Castro, en McAllen, Texas, contribuyó al
financiamiento del Granma, ha sido borrado del relato socialista.

El asalto a Palacio y la CMQ tuvo como efecto la acentuación de
diferencias políticas en el campo opositor. Fidel Castro, que antes se
había pronunciado contra el atentado que le hicieron Juan Pedro Carbó
Serviá y Rolando Cubelas al coronel Antonio Blanco Rico en el cabaret
Monmartre, rechazó la estrategia del Directorio Revolucionario de
''golpear arriba''. Desde entonces fue evidente su voluntad de
monopolizar el crédito de una revolución originalmente heterogénea. El
pacto de México, entre Echeverría y Castro, que aseguraba la autonomía
de ambas organizaciones, fue violado por el segundo.

Los comunistas, que habían acusado a Castro de ''putchista,
aventurerista y pequeño burgués'', también reprobaron el asalto. Un
miembro de sus juventudes, Marcos Rodríguez, protegido luego por dos
importantes líderes de ese partido (Joaquín Ordoqui y Edith García
Buchaca) fue quien delató a los cuatro atacantes escondidos en Humboldt
7 (Fructuoso Rodríguez, Joe Westbrook, José Machado y Juan Pedro Carbó),
masacrados por Ventura el 19 de abril del 57. La represión, sin embargo,
golpeó a todos: en el Príncipe se reunieron auténticos, ortodoxos y
comunistas con miembros del Directorio y el 26.

Mientras en La Habana y Santiago explotaban bombas, en la Sierra no hubo
actividad militar de importancia hasta el ataque al Uvero, el 28 de
mayo. Gracias a un refuerzo de cincuenta hombres, gestionado por Frank
País, el pequeño ejército ascendió, según Guevara, a cerca de ochenta
soldados, que se enfrentaron a 53 enemigos. Pero, según un testimonio de
Castro, referido por Franqui, en la toma del cuartel del Uvero
participaron cien rebeldes, quienes liquidaron, en la madrugada, a ¡más
de trescientos soldados batistianos!

Los testimonios de los revolucionarios son abundantes en este tipo de
contradicción estadística, sobre todo cuando se trata de los muertos de
su lado. Ya hablaremos sobre la leyenda de los 20,000, pero, por ahora,
sólo apuntemos que la tendencia al control de un movimiento plural se
manifestó, desde un principio, unida a la exageración de la fuerza
militar. Una egolatría o un narcisismo, para usar el término clínico,
que luego, desde el poder, se convirtió en lógica de Estado.

http://www.cubanet.org/CNews/y08/may08/05inter_1.html

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