¿Seremos una tribu ingobernable?
JOSÉ HUGO FERNÁNDEZ | Miami | 31 de Agosto de 2016 - 09:52 CEST.
Una buena parte de la población cubana parece sufrir enajenación
colectiva. Y ojalá que no se trate más que de un padecimiento
transitorio. Pues, en caso contrario, no es estimulante pensar en lo que
ocurriría cuando llegue el fin de la dictadura.
No debe ser sino bajo los efectos de un grave trastorno que las personas
renuncien a los beneficios que proporciona el trabajo y se resignen a
vivir del aire, apostando por la inseguridad y aun por la miseria, con
tal de preservar ciertos ripios de libertad individual. Que no trabajen
porque no encuentran estímulos en los salarios de hambre que se les
paga, ayuda sin duda a entender este fenómeno, pero en rigor no creo que
sea suficiente para justificarlo.
La sociedad cubana está desintegrada. Y tal vez haga falta asumirla
desde ese desmembramiento para entender a cabalidad el origen de su
enajenación colectiva. El empeño totalitarista del régimen por reducir a
los cubanos hasta una especie de tribu ancestral, al estilo de las
primeras comunidades de la civilización, ha terminado exacerbando el
individualismo innato de la gente y su falta de responsabilidad, ya no
solo ante el propio destino, sino además ante la historia.
Luego, para peor, esa enajenación convierte a las personas en
ingobernables, lo cual podría constituir una ventaja mientras se
encuentran dominadas por una dictadura, pero resulta un serio escollo
para la aspiración de vivir en democracia.
A fuerza de subsistir durante tanto tiempo bajo un poder que les domina
en lugar de gobernarles, parece que el de Cuba estuviera a punto de ser
un pueblo ingobernable. Es un problema al cual quizá no hemos prestado
la debida atención, ni nosotros ni el propio régimen. Pero tal vez no
resulte muy tarde para hacerlo. Tarde para nosotros quiero decir, pues
para el régimen sí lo es.
Más de un politólogo ha manifestado preocupación por el agotamiento que
exhiben hoy los países en cuanto al control de mecanismos
representativos de la democracia. Advierten que esa situación constituye
una seria amenaza para la gobernabilidad, lo que es decir para la vida
en civilización. Tal vez exageran. Pero en cualquier caso, pasan por
alto ejemplos como el de Cuba, donde la ingobernabilidad no es una
amenaza sino un hecho consumado, y no obedece al agotamiento de los
mecanismos de la democracia, sino a su aniquilación por vía violenta.
Es evidente que la mayoría de la gente en la Isla demuestra estar
gobernada únicamente por la inercia. Se ha perdido, o está a punto de
perderse esa chispa de inconformidad que rige cada acción entre los
seres vivos. A fuerza de fingir, los ciudadanos han ido derivando hacia
una suerte de incapacidad ya no solo para decir las verdades, sino para
enfrentarlas o, aún menos, para identificarlas. De tanto ocultar o
disfrazar lo que en verdad piensan y sienten, pareciera que cada día
disponen de menos aptitud para manifestar auténticos sentimientos.
Frente al abandono a que les condena el régimen, responden abandonándose
ellos mismos. Ante la enfermiza manía concentracionaria del poder,
oponen la silenciosa picaresca del disimulo y del individualismo. La tan
cuestionada pasividad del cubano ante los abusos del régimen, aún más
que al miedo, responde hoy a una particular dejadez, a su inconsciencia,
que ya es defecto de fábrica.
Ante la tesis totalitaria de que el Estado es superior a los individuos,
y, por tanto, estos tienen que ser sus servidores, las probetas para sus
caprichosos y atropelladores inventos, quedaron asfixiados en el
inconsciente colectivo la espontaneidad, la imprevisibilidad y el
impulso de originalidad, rasgos todos eminentemente humanos, cuya
ausencia les aplasta hoy con su peso de plomo.
Un signo revelador de la inviabilidad de esa cosa amorfa a la que ahora
llaman "proceso de actualización del modelo económico y social cubano",
radica precisamente en la forma en que se demuestra a diario la
ineptitud del régimen para gobernar.
Esos grandes y pequeños funcionarios corruptos que saturan todas las
estructuras y que, lejos de extinguirse al ser aplastados, se
multiplican como las lombrices. Y esa abulia generalizada entre la gente
de a pie ante los llamados al orden, ante el cumplimiento de la ley, o
ante la perspectiva de cualquier compromiso, sea para apoyar con hechos
los planes oficiales o para rechazarlos, no es sino consecuencia directa
de la ingobernabilidad de los cubanos, posiblemente el más nefasto de
los males que heredaremos del fidelismo.
En apariencia, la gente está dispuesta a obedecer todo lo que se les
ordene y a sufrir resignada todo cuanto le impongan, pero si bien se
mira, no deben abundar en el mundo pueblos tan desobedientes y
descreídos como el cubano de hoy. Como tampoco abundan los que estén
resueltos a pagar por ello tan alto precio.
Source: ¿Seremos una tribu ingobernable? | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1472629968_24749.html
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