Luis Cino
LA HABANA, Cuba, julio (www.cubanet.org) - Parece que después de todo,
Mariela Castro tiene razón. La homofobia está mucho más arraigada en los
cubanos de lo que suponíamos. Está tan prendida en el alma
castrista-machista-leninista de algunos veteranos de la elite gobernante
y algún que otro prejuiciado de a pie como en la alta jerarquía de la
Iglesia Católica.
La cruzada de Mariela Castro y el Centro Nacional de Educación Sexual
contra la homofobia hizo saltar al cardenal Jaime Ortega, habitualmente
sereno y moderado. El Arzobispo de La Habana no pudo soportar tanta
afrenta y tuvo en voz alta que expresar, porque sus fieles sorprendidos
y disgustados lo exigían, el rechazo de la Iglesia.
Era de esperar una reacción similar por parte del tradicionalmente
conservador en este tema, alto clero católico. Sólo que Monseñor Ortega
no suele hablar alto y claro cuando de políticas oficiales se trata. El
cardenal prefiere ser cordial con el régimen: conserva los espacios
ganados por la iglesia y mendiga mínimos espacios más. Entretanto,
acompaña a Monseñor Céspedes en su admiración por Ché Guevara y ora
fervientemente por la salud del Comandante.
El Cardenal Jaime Ortega considera que la campaña oficial en pro de la
diversidad sexual "fue más allá de combatir el rechazo o el maltrato a
las personas homosexuales".
Para el Arzobispo de La Habana fue demasiado fuerte la impresión de ver
la bandera gay en el Pabellón Cuba, Brokeback Mountain en la televisión
y el afocante espectáculo de travestís en el teatro Astral. Peor aún:
que el gobierno autorice las cirugías de cambio de sexo y legalice las
uniones de parejas homosexuales.
El Cardenal Ortega opina que el gobierno cubano, en cuanto al tema de la
homosexualidad, debió sustraerse a "la ideología liberal sustentadora
del todo vale". Supongo que para ello hubiera recomendado el mismo
método que utilizó y utiliza para sustraerse en cuanto a democracia,
derechos humanos, estado de derecho, economía de mercado y otras
zarandajas terrenales que no deben ser de la incumbencia del Monseñor
porque casi nunca las menciona.
Al Cardenal Jaime Ortega y a algunos feligreses de mentalidad tan
medieval como la suya, les asusta más que "el asunto de la
homosexualidad se presente como algo normal" que todo lo demás que
ocurre (o desafortunadamente no ocurre) en Cuba.
Sorprende y deja pasmado la prontitud y lo enérgico de la palabra
eclesiástica en el tema del homosexualismo y la cruzada pro gay de
Mariela Castro.
No hubo una palabra de la Iglesia con tanta energía por los muertos
del Canímar y el remolcador "13 de marzo". Tampoco por los tres jóvenes
de Centro Habana que intentaron secuestrar la lancha de Regla y a los
que fusilaron para "parar en seco" un éxodo masivo.
¿Ninguno de sus fieles, ni siquiera alguna de las Damas de Blanco que
acuden cada domingo a la iglesia de Santa Rita, le habrá implorado a la
jerarquía católica que hable sobre los prisioneros de conciencia? ¿Será
que las violaciones de los derechos humanos y la falta de libertades
políticas y económicas de los cubanos no ameritan la palabra de la Iglesia?
Como el Cardenal Ortega, Monseñor Bertone, durante su visita a Cuba,
tampoco abordó esos temas. Aclaró a la prensa que no incurrió en la
desmesura de solicitar una amnistía para los presos políticos. Es una
pena que no se pronuncien por la libertad las pocas voces que pueden
hacerlo. Los cubanos, que nos ahogamos en la opresión, no entendemos de
sibilinas políticas eclesiásticas.
El Cardenal Ortega sigue desperdiciando las oportunidades de que la
Iglesia Católica cubana juegue un papel digno en un momento histórico
crucial. Al Monseñor, en línea directa con Torquemada y el Santo Oficio,
le preocupa más que algunos homosexuales inconformes con su cuerpo (para
él, aberrados merecedores de la hoguera) escapen de su prisión y sean
libres, a través de una operación autorizada por el Consejo de Estado.
Dice Palabra Nueva, publicación de la Archidiócesis de La Habana, que la
campaña gubernamental tiene la apariencia del desagravio: "Fue
precisamente después de 1959, con el propósito del hombre nuevo, que la
homofobia se impuso a base de carros-jaula, prisión, trabajos agrícolas
y la invitación a emigrar".
El Cardenal Ortega, enviado por el régimen a cortar caña en las UMAP en
sus tiempos de seminarista, no quiere desagravios para los gays, los
hippies y los Testigos de Jehová. Él no necesita desagravios ni
disculpas. Le basta con sus relaciones cordiales con la Oficina de
Asuntos Religiosos del Partido Comunista.
Dicen que al Cardenal, hace más de 40 años, tras las alambradas de un
campamento en Camagüey, los guardias le sembraron el miedo en el alma.
Todavía le dura. Sólo la homofobia logró que lo venciera.
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