2008-07-23.
Alfredo M. Cepero
Después de diez presidentes y centenares de promesas incumplidas por
nuestros aliados en Washington había tomado la determinación de no
escribir sobre política norteamericana. Pero tengo la certeza de que el
momento es tan crucial y el peligro tan grave --tanto para la seguridad
de los Estados Unidos como para la libertad de Cuba—como para justificar
romper este silencio que si Martí estuviera vivo fustigaría con su frase
lapidaria de: "Ver en calma un crimen es cometerlo."
Quiero, sin embargo, dejar bien claro que este trabajo no se propone
quitarle el sueño a quienes temen al espectáculo de un Obama bailando
salsa con Mariela Castro a los acordes de una orquesta pagada por los
granjeros norteamericanos y aplaudidos por la caterva de mercaderes
cubanos que apuestan a una transición contaminada por la avaricia y de
espaldas a la libertad de Cuba. Tampoco está dirigido a los militantes
de ninguno de los dos bandos. Todos sabemos que la pasión es un virus
que se resiste al antibiótico de la razón.
Está dirigido a los indecisos que todavía son numerosos y mantienen una
mente abierta a datos y argumentos sobre los cuales basar su voto el día
de las elecciones. Está dirigido a la "mayoría silenciosa" que en 1972
dio la victoria a Richard Nixon y mandó a George McGovern (predecesor de
Obama en partido, simpatía por la tiranía de Castro, preferencia de la
prensa y cojera ideológica) al basurero de la historia.
Vayamos por parte y empecemos por describir que es y que no es la
presidencia de los Estados Unidos. La presidencia de la primera potencia
del mundo no es un premio de consuelo para una minoría negra que fue
víctima indiscutible de injusticias pasadas. Injusticias que —dicho sea
de paso— no sufrió un privilegiado como Barack Obama. Injusticias que no
se remedian eligiendo un presidente negro sino seleccionando un
presidente que garantice igualdad de oportunidades para todos los
ciudadanos, independientemente de sexo, color, religión o clase social.
Tampoco es una corona de laureles para un militar heroico y patriota
consumado como John McCain. En el curso de su ya larga historia de
campañas militares esta nación ha dado millares de héroes que no están
preparados para dirigir una nación convulsionada por conflictos internos
y asediada por enemigos externos. La presidencia de los Estados Unidos
en esta trascendental encrucijada de su historia es una corona de
espinas reservada para aquellos que tengan la audacia del servicio y la
vocación del sacrificio, no para quienes no ofrezcan otra cosa que la
audacia de la arrogancia y la vocación del protagonismo.
Hagamos a continuación una lista breve de los atributos necesarios para
desempeñar con éxito la presidencia de los Estados Unidos. Un
presidente de los Estados Unidos no tiene que ser abogado, economista,
ingeniero o astronauta. Todos esos especialistas se pueden contratar
como lo demostraron a cabalidad Harry Truman y Ronald Reagan, dos
hombres que no tenían esos conocimientos y fueron, en mi opinión, los
mejores presidentes norteamericanos del Siglo XX.
De lo que no puede carecer un presidente norteamericano —so pena de
hundir a su pueblo como lo hicieron Herbert Hoover y Jimmy Carter— es de
carácter, buen juicio, experiencia y sentido de justicia. Por desgracia
ninguna de esas materias forma parte de los planes de estudios de los
altos centros de enseñanza. Son atributos que recibimos en los genes de
nuestros antecesores, de la conducta de quienes guiaron nuestros
primeros pasos y de los aciertos o errores que hayamos acumulado en el
curso de nuestras vidas.
Considerando que el Diccionario de la Lengua Española ofrece 18
definiciones de carácter, queremos dejar sentado que para nosotros el
carácter es la "fuerza, firmeza y energía" para tomar decisiones y
mantenerlas a pesar de opiniones contrarias. Veamos ahora a estos dos
hombres a la luz de sus respectivos caracteres.
En su profesión de profesor universitario o en el ejercicio de sus
cargos dentro de organismos colectivos como el Senado del Estado de
Illinois o el Senado Federal en Washington, Obama jamás se ha visto
obligado a tomar decisiones de vida o muerte. Además, hasta hace poco
mas de un par de años, Obama era un misterio para el público
norteamericano. Tenemos, por lo tanto, que juzgarlo por su conducta y
sus declaraciones durante las elecciones primarias y el poco tiempo de
esta campaña para las elecciones generales.
En el breve espacio de los últimos seis meses, Obama ha estado a ambos
lados de numerosos temas de campaña. El autodenominado candidato del
cambio ha demostrado que predica con el ejemplo y cambia de opinión
según sople el viento de las encuestas de intención de votantes.
Ha proclamado una retirada rápida de Iraq y se ha retractado diciendo
que su política al respecto estará sujeta a consultas con los
comandantes en el campo de batalla. Estuvo a favor de aceptar fondos
públicos para su campaña electoral y se declaró en contra de los mismos
cuando descubrió que podría recaudar cantidades tan gigantescas como 95
millones de dólares solo en febrero y marzo de este año.
Ha postulado una firme separación de la iglesia y el estado hasta que le
resultó conveniente promover los servicios sociales a través de
distintas denominaciones religiosas a la manera de George Bush. Restó
importancia a la amenaza nuclear por parte de Irán hasta que los
cabilderos judíos le hicieron sentir la presión de retirarle
contribuciones de campaña. Y se negaba a llevar una bandera
norteamericana en la solapa hasta que sus asesores políticos le
advirtieron que su arrogancia le costaría muchos votos.
Por su parte, John McCain es un hombre cuya conducta ha sido no solo un
libro abierto sino una inspiración para sus conciudadanos y una
personalidad pública desde hace treinta años. Podemos o no estar de
acuerdo con sus posiciones políticas pero sabemos de donde viene y hacia
donde va. Sus cambios no son de oportunismo sino de realismo.
Cuando la gasolina estaba a dos dólares el galón, McCain estaba en
contra de las exploraciones frente a las costas norteamericanas. Cuando
los trabajadores y la clase media norteamericana empezaron a sentir el
aguijón del galón a cuatro dólares, McCain se mostró partidario de las
exploraciones costeras. Esa es la conducta de un estadista no de un
oportunista.
Sin embargo, la mayor prueba de su carácter sólido y a prueba de
tentaciones la tenemos en la entereza con que enfrentó a sus carceleros
de Vietnam del Norte. Cuando, tratando de buscar favores con su padre el
Almirante McCain, los norvietnamitas le ofrecieron la opción de salir
en libertad antes que sus compañeros de infortunio, McCain se negó a
salir de aquellas mazmorras pestilentes hasta que no saliera el último
de sus hermanos de cautiverio.
Continuando con la lista y citando de nuevo al Diccionario de la Lengua,
entendemos por juicio "la capacidad del hombre para distinguir el bien
del mal y lo verdadero de lo falso". En cuanto a este atributo Barack
Obama merece un resonante suspenso. De otra manera no se explica como
este hombre, sin dudas inteligente y elocuente, pudo haber asistido por
veinte años a la Trinity Church en Chicago y no darse cuenta del odio y
el resentimiento destilados en los sermones de su pastor Jeremiah Wright
contra los Estados Unidos de América.
La misma nación que ahora Obama dice amar al punto de estar dispuesto a
"sacrificarse" para salvarla de los políticos corruptos y las compañías
explotadoras. Tampoco se explica como este ambicioso político pudo
cultivar la amistad de un delincuente como William Ayers, quién en fecha
tan reciente como el 2001 se lamentaba de no haber puesto mas bombas en
la década de los setenta para derribar al gobierno democráticamente
electo de los Estados Unidos.
La explicación de Obama en cuanto a que jamás escuchó a Wright
despotricar contra los Estados Unidos o de que su relación con Ayers fue
meramente superficial no es creíble; sobre todo viniendo de un político
hábil, calculador y oportunista como ha demostrado serlo este aventajado
alumno de Maquiavelo en su breve transito por el escenario político
nacional.
Adolece además Obama de una total falta de experiencia en cuanto a los
instrumentos idóneos para la creación de riqueza y promoción de la
actividad económica de una nación. De otra manera, no propondría un
aumento de impuestos en momentos donde el país enfrenta una crisis
económica como la actual. La solución no está en mayores controles
gubernamentales sino en todo lo contrario.
Dar rienda suelta a la empresa privada para que invierta y cree fuentes
de trabajo que, a su vez, se traduzcan en menos desempleados y mas
impuestos para las arcas gubernamentales. John McCain lo sabe y por eso
ha dicho que mantendrá las mismas tasas impositivas vigentes en este
momento. Y muy cerca de la experiencia limitada de Obama, esta su
percepción distorsionada de la justicia. Al igual que sus amigos de la
izquierda improductiva, su obsesión por la redistribución del ingreso lo
lleva a despojar a los ricos para supuestamente beneficiar a los pobres.
Con ello, se propone financiar programas gubernamentales que fomentan el
ocio, multiplican las filas de las madres solteras, aumentan la
población carcelaria y crean tal dependencia de los ciudadanos en el
gobierno que justifican el crecimiento desproporcionado del monstruo de
la burocracia estatal. Con esto salen perjudicados los pobres y los
ricos. Los ricos pierden capital y los pobres pierden la iniciativa y la
dignidad.
En conclusión, estos dos hombres son tan diferentes como el día y la
noche. Para no ver la diferencia hay que padecer de una incurable y
suicida ceguera política. La misma ceguera que condenó a Cuba a
cincuenta años de tiranía. (7-21-08).
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=16367
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