A trabajar duro: ¿Para quién?
Leonel Alberto Pérez Belette
LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - El General Raúl Castro pronunció el
viernes 28 de diciembre un discurso, durante la clausura de sesiones de
la Asamblea Nacional. Sus palabras dejaron más dudas e insatisfacción
dentro de la población cubana, que expectativas para el futuro.
Algunos interpretan el discurso como una maniobra política, ante las
próximas elecciones del 20 de enero y las crecientes presiones a nivel
mundial; incluido el fiasco de la victoria del No en Venezuela. Una
minoría, lo ven como el principio de pequeños cambios dentro del
andamiaje político de la nación; pero son cada vez más los que opinan
que se trata del mismo perro con diferente collar.
Raúl Castro habló sobre 1 millón 300 mil planteamientos recogidos por el
régimen en 215 mil 687 debates con el pueblo, promovidos según él, por
el Partido Comunista de Cuba (PCC), a partir de su intervención el 26 de
julio pasado en la ciudad de Camagüey. Las autoridades calculan que
aproximadamente 5 millones de ciudadanos participaron en estas asambleas.
El mandatario interino reconoció que el objetivo fundamental del debate
no consistía en enterarse de los problemas de la nación, que según él ya
conocen, sino promover la participación conciente y activa de la mayoría
de los cubanos.
Raúl mencionó la necesidad de eliminar el triunfalismo y la complacencia
empresarial, además de hacer un llamado a quienes ocupen cargos de
dirección para que escuchen a sus subordinados. Habló sobre el
perfeccionamiento del sistema empresarial, vinculado a los resultados;
algo que nos remite al modelo chino. Posteriormente admitió que la
crítica es esencial para avanzar.
Por otro lado, llamó a que la tierra esté en manos de quienes sean
capaces de explotarla con eficiencia y que éstos reciban la retribución
que merecen.
Otras referencias significativas de varios evidentes replanteamientos,
en las altas esferas de poder, fueron el reconocimiento del exceso de
prohibiciones y medidas legales, que sólo sirven para fomentar
ilegalidades. Esto es algo que economistas como el académico Pedro Campo
y opositores de corte liberal, tales como la ex –profesora universitaria
Marta Beatriz Roque Cabello, entre otros, habían repetido durante años y
por lo cual muchos fueron reprimidos.
El mandatario reconoció el desastre en torno a la insuficiente
producción de alimentos y los altos precios internos que afectan a los
ciudadanos de menores ingresos. Aprovechó el tema para abogar porque el
cacareado crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) se refleje en la
economía doméstica; además de la necesidad de incrementar la
productividad, la capacidad exportadora del País y la reducción de las
importaciones.
En el discurso hizo públicos datos substanciales, algunos de los cuales
hasta ahora habían sido negados por las autoridades. Sugirió una pequeña
apertura para cierto proceso crítico con el uso de los medios de la
prensa oficialista nacional, que hasta el momento ha sido solamente una
fábrica de propaganda política, y el estudio de los serios problemas
existentes en los sectores de la educación, la salud, el transporte y la
recreación, entre otros de los principales logros fidelistas.
Se refirió también a la urgencia de elevar las inversiones, de defender
la credibilidad del país ante los acreedores y del el uso irracional de
recursos, la falta de control y exigencia, la vital introducción de
tecnologías modernas. Habló sobre la profunda evaluación que requieren
los controvertidos problemas creados por la coexistencia de dos monedas
y las deformaciones de los sistemas de salarios y precios.
Aunque el resto del discurso pronunciado por el dictador se sostuvo
sobre la retórica justificativa de la coyuntura internacional, el alto
precio del combustible y el resultado del aumento de los costos, el
embargo americano y la paranoia gubernamental de incrementar cada vez
más la capacidad del "sistema defensivo del país", muchos cubanos opinan
que el simple reconocimiento de dificultades esenciales ya es al menos
un paso de avance. Nos queda la interrogante de qué va a pasar después
del 20 de enero, pues hasta el momento sólo existen promesas.
¿En verdad Raúl Castro cree que un pueblo, acostumbrado a vivir en un
ambiente policiaco durante casi medio siglo, sea capaz de comenzar a
decir lo que piensa de un día para otro ante representantes de estos
mismos cuerpos represivos? ¿Cuán validos son los planteamientos
enunciados por la población durante las asambleas? ¿De verdad piensan
las autoridades que el principal problema del país no radica en la
esencia inoperante del propio sistema? ¿Cuáles son los logros que afirma
Raúl Castro que sólo el socialismo a la cubana puede defender, si en la
práctica acaba de reconocer que tras 50 años de perfeccionamiento el
país se encuentra sumido en una profunda crisis y un total deterioro? La
incoherencia gubernamental habla por si sola.
Lo más importante del discurso de Raúl no fue lo que dijo sino lo que
omitió. El mandatario jamás se refirió al ostentoso nivel de vida de los
máximos dirigentes del país, entre ellos, él. Tampoco mencionó la
corrupción que se deriva del anterior problema. El general terminó su
soliloquio exhortando a trabajar duro. Los cubanos nos preguntamos:
¿Para quién?
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