Fidel está bien, pero esto va lento
Por Paloma Cervilla - Enviada Especial ABC.es
Bitácora Cubana, 15 de agosto de 2006 - La Habana
Con un escueto «Fidel está bien, pero esto va lento», comentaban a ABC
gente cercana al entorno familiar del comandante algunos datos sobre el
estado de salud de Fidel Castro, una incógnita que recorre las calles de
La Habana hasta finalizar a la misma puerta del Sime, el centro
hospitalario donde se encuentra ingresado el dirigente cubano, y donde
realmente está la clave sobre la evolución de su enfermedad.
En el entorno más próximo al comandante nadie diría que hay preocupación
por su estado de salud. Mientras el mundo se pregunta «¿qué le pasa a
Castro?, ¿estará muerto?, ¿cuál es su enfermedad?, ¿qué pasará si
fallece?», algunos miembros de su familia siguen su vida diaria con
normalidad, a la espera de un desenlace que puede cambiar la historia de
Cuba. No se aprecian signos exteriores de nerviosismo y la mayoría de
ellos reflejan una serenidad difícilmente comprensible en las actuales
circunstancias.
La isla es hoy un país a la espera de destino y, como dicen algunos
cubanos, la situación es de un «toque de queda silencioso». Sólo la
amplia presencia policial, parejas de tres y cuatro agentes cada pocos
metros de calle, cuando antes iban de dos y dos y distribuidos en una
mayor extensión, delatan la especial situación en la que vive el país.
Ya en el aeropuerto internacional José Martí, la mirada intimidatoria de
la agente de inmigración que te coge el pasaporte y te mira a los ojos
fijamente, queriendo descubrir lo que no hay, y te pregunta, y al final,
si tienes suerte, te sonríe y te invita a disfrutar de Cuba; esa oficial
del servicio de inmigración es ya una señal de que aquí todo se analiza
hasta el mínimo detalle, quién entra en la isla y por qué.
El ambiente no es como antes
Quienes conocen Cuba aseguran que el ambiente no es como el de antes,
que las noches se han apagado y que sólo los fines de semana recobran la
intensidad y la luz de siempre, con sus ritmos y sus sensaciones, que
tanto atraen a los turistas de todo el mundo. Sólo La Habana Vieja, ese
trozo de ciudad tan decadente, pero a la vez tan rico en detalles y en
sentimientos, mantiene esa magia que atrapa y que a nadie deja indiferente.
La calle del Obispo, el centro neurálgico de la capital, hervía la noche
del pasado sábado, como tantas veces, a pesar de ese «toque de queda
silencioso», del que hablan algunos. Sólo la imposibilidad de comer
algo, más allá de las diez y media de la noche, en algunos de los más
recomendables establecimientos de la zona, te hace comprender que se
está en un lugar que vive en otro tiempo. Las ofertas de sexo fácil, el
acoso de los cubanos a las extranjeras, nada ha cambiado de lo que ha
sido siempre y sigue siendo el pulso de la capital. Quizás, si hay algo
que ha cambiado, es la autocensura de los cubanos para hablar de sí
mismos y de su futuro. Quizás, también ellos sienten que, ahora, puede
presentarse la oportunidad de empezar a ser un poco más libres.
Cuando se les pregunta, bajan la mirada y susurran una respuesta, apenas
imperceptible, pero dejan entrever que el país, cuando falte Fidel,
puede «ser más activo». Algunos, los más temerosos sobre su futuro,
incluso piensan que los norteamericanos invadirán la isla. Otros, no
quieren opinar sobre el futuro, pero sí añoran la libertad y se lamentan
de la falta de oportunidades y de las escasas posibilidades que les
permite su sueldo de no más de cien euros al mes, en el mejor de los
casos; en el peor, no llega a los doce.
Cartillas de racionamiento
Pero la necesidad aviva el ingenio. Las cartillas de racionamiento sólo
permiten a cada cubano disponer mensualmente de seis libras de arroz
(unos seis kilos), dos libras de frijoles, tres de azúcar blanca, tres
de azúcar oscura, siete huevos cada quince días y un botellín de aceite.
Comprar es prácticamente imposible con los sueldos tan bajos y la
picaresca se ha adueñado de las calles de La Habana, todo es posible
para conseguir algo más de lo que les ofrece el Estado. Trabajadores de
hoteles, comercios y restaurantes se afanan por poder llevarse a casa
algo más que su trabajo y se las ingenian para cuadrar balances
imposibles de las ventas realizadas.
La «jabita», esa bolsita de plástico que llevan la mayoría de las
cubanas colgada de su brazo, es el lugar donde se mide la dignidad de un
pueblo, donde guardan todo aquello que son capaces de llevar a casa, por
encima de las normas establecidas.
Ese ingenio, que nace de la necesidad, también les ha llevado a buscar
fórmulas para poder saber lo que pasa dentro de su país. Y es Miami el
lugar en el que pueden encontrar respuestas a sus preguntas. Para poder
acceder a la televisión cubana se han fabricado antenas con un cable
ilegal, pero las multas han aumentado para reprimir este ansia de libertad.
http://www.bitacoracubana.com/desdecuba/portada2.php?id=2717
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