LAS CLAVES DE LA SUCESIÓN EN CUBA
Por Eugenio Yáñez *
Colaboración
Miami
Florida
E.U.
La Nueva Cuba
Junio 19, 2006
Lo que se está gestando contra Cuba durante las últimas semanas y meses,
por parte de la mafia anticubana que ocupa el Palacio de la Revolución,
dirigida por Fidel Castro, es tremendamente preocupante, y de poder
materializarse este proyecto diabólico de seguro anticipa más años de
tragedia y dolor para el pueblo cubano.
A Fidel Castro no le basta el daño hecho a la nación por medio siglo, y
necesita mucho más; pero no se entretiene en “detalles” cuando tiene
cosas más importantes que hacer, como seguir llevando al país al
desespero y el abismo antes de retirarse de esta vida, y a la vez
alimentar y desarrollar la metástasis por América Latina.
Es un odio totalmente patológico a los cubanos, que derrotaron a España
y a su propio padre en la guerra de Independencia con la ayuda de
Estados Unidos. Es odio a todo lo que representa bienestar, prosperidad,
felicidad y progreso para los cubanos. El tirano sabe perfectamente que
el sistema siempre ha estado en crisis, que no funciona, que es cruel e
injusto, pero es su manera de vengar la humillación española del silo
XIX: al no poder hacerlo contra Estados Unidos, descarga su frustración
contra los cubanos.
Casi medio siglo de castrismo, solamente castrismo y nada más que
castrismo, se acerca a su fin por razones biológicas, pues el dictador
se aproxima a los ochenta años de edad, y a pesar de los desmentidos de
aduladores, médicos desvergonzados, y oficiales a cargo de la
desinformación, está en una edad y un estado de salud en que el
desenlace puede suceder sin previo aviso, en cualquier momento.
Lo que se ha desatado dentro de las esferas oficiales, por órdenes de
Castro, los rumores y supuestos análisis sobre la sucesión del tirano,
los posibles herederos y los escenarios que se vislumbran, así como la
leyenda de que todo está planificado y organizado para que se desarrolle
sin dificultades: todo está “atado y bien atado”, dijo el Caudillo
Francisco Franco en España.
Castro personalmente soltó la liebre especulativa: primero vino el
alerta-tabú en Noviembre del 2005, con el discurso del tirano en la
Universidad de La Habana, donde por primera vez declaró públicamente que
la Revolución podría autodestruirse, desde adentro. No era una
declaración ni un discurso para el exterior, ni para el pueblo, sino
para la “nomenklatura”.
Transcurrieron sorprendentes 40 días de silencio de los corderos, sin
que “históricos” ni “organizaciones de masas” salieran a la calle
gritando, asegurando al Comandante en Jefe que la continuidad
revolucionaria estaba garantizada por los siglos de los siglos, amén.
Castro necesitaba, sin embargo, que el tema estuviera en el “hit parade”
político nacional e internacional. Y fue Felipe Pérez Roque, Ministro de
Relaciones Exteriores, quien recibió la orden de recoger el guante en la
siempre fiel y unánime Asamblea Nacional del Poder Popular, a fines de
diciembre, y explicar que para “garantizar la continuidad de la
Revolución” hacían falta tres premisas, que en realidad se resumen en
cuatro palabras: más de lo mismo, sin contar para nada con la voluntad
de los cubanos.
Inmediatamente, el agente cubano-venezolano enmascarado de profesor de
la UNAM de México, Heinz Dieterich, comunista alemán nostálgico del Muro
de Berlín y la Stassi, y flamante “asesor ideológico” del llamado
Congreso Bolivariano de los Pueblos, publica un artículo, reproducido
por “La Jiribilla” en Cuba, cargado de citas teóricas y cursilería,
donde dice en resumen que Pérez Roque tiene razón, que el comunismo como
tal no es que sea malo, sino que fue mal aplicado, pero que aplicado
convenientemente, al estilo Pérez Roque, sería una maravilla para Cuba,
Venezuela, Bolivia y el mundo en general.
Mientras tanto, calladamente, discretamente, Cuba (Fidel Castro)
sustituye al General José Solar como Jefe de la Brigada Fronteriza de
Guantánamo, y nombra en su lugar al segundo Jefe de la Marina de Guerra,
persona de poca experiencia operativa y de mando de tropas generales.
Días después, sin mucho ruido, Estados Unidos sustituye a su Jefe de
Base Naval en Guantánamo, y designa en su lugar al Almirante que estaba
encargado de confrontar los desastres naturales y las crisis
humanitarias en Texas en ocasión de los huracanes de finales del 2005.
Entretanto, otro resplandeciente admirador extranjero del Comandante,
Ignacio Ramonet, director de “Le Monde Diplomatique”, publicación
reducida por su propio director de lo que fuera referencia obligada en
los análisis de política internacional a simple libelo izquierdista
contemporáneo, saca a la luz una larguísima entrevista con Fidel Castro,
que supuestamente consumió cien horas de conversación durante un período
de tres años, y que tras ser denunciada como compuesta en parte por
citas de discursos públicos del tirano, el propio autor se vio obligado
a reconocer que “Fidel lo había autorizado” a aplicar la técnica de
“goma y tijera” para redondear la entrevista.
En la “brillante” entrevista, Castro lanza a través de su plegado y
plegable propagandista la información-desinformación de que sus
sucesores serían personas de una “relevo generacional”, puesto que sus
camaradas históricos, comenzando por su hermano Raúl, están tan seniles
como él para la compleja tarea de continuar destruyendo a Cuba y a los
cubanos, y menciona los nombres de Ricardo Alarcón, Presidente de la
siempre fiel y unánime Asamblea Nacional del Poder Popular, Carlos Lage,
Vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros, y Felipe Pérez
Roque, Ministro de Relaciones Exteriores.
Con poca diferencia en el tiempo, en este período, Evo Morales asume la
presidencia de Bolivia, en una supuesta “victoria” del castro-chavismo,
Forbes lanza la denuncia de la fortuna de más de 900 millones de dólares
de Fidel Castro, que el tirano sale a desmentir inmediatamente, y el
régimen devalúa nuevamente el dólar, manifiesta públicamente su absoluto
desprecio por la UNESCO y las organizaciones no gubernamentales de ayuda
humanitaria como Caritas, y desata una mini-crisis con la Sección de
Intereses de Estados Unidos en La Habana, al boicotear los suministros
de electricidad y agua a la sede diplomática.
¿QUÉ ESTÁ SUCEDIENDO REALMENTE EN CUBA?
Hay quienes piensan, sobre todo en el extranjero, que Fidel Castro ha
perdido poder por motivos de salud, y que todos estos fenómenos resultan
de la intensa lucha de diferentes facciones dentro de Cuba para
controlar la sucesión.
Por el contrario, es muy posible y demasiado probable que sea el propio
dictador quien está dirigiendo el complejo juego de la sucesión y
desatando los rumores de información y desinformación mientras mueve sus
fichas y ata cabos sueltos.
¿Por qué ahora y no antes? ¿Y por qué tanta precipitación aparente?
Es difícil saberlo con exactitud, aún dentro de los mecanismos del poder
en Cuba, pero es posible, solamente posible, no absolutamente seguro,
que Castro perciba, con razón o sin ella, sea por diagnóstico médico o
por intuición, que su estado de salud pudiera tener un desenlace
fulminante, inmediato, sin previo aviso, y quiere estar seguro de que
todo estará “atado y bien atado” en ese momento.
Lo cierto es que el nivel de incertidumbre en la nomenklatura es cada
vez mayor, y que las señales desde Cuba, lanzadas por los personeros en
misión oficial, o que se le escapan a los que se sienten muy
desinformados, sugieren grandes preocupaciones y criterios muy divergentes.
Cuando se habla, muy responsablemente, a manera de ejemplo y enseñanza,
sobre las experiencias de España en la transición a la democracia, y sus
posibilidades de aplicación en Cuba postcastrista, se obvian sin embargo
factores fundamentales: Franco no odiaba a los españoles, no dejó un
país en bancarrota sino en desarrollo, la transición la dirigieron
figuras jóvenes “de afuera”, que no estaban vinculadas al franquismo
histórico, aunque formaran parte del Movimiento.
Adolfo Suárez no era una figura central del franquismo, ni rechazaba
patológicamente la democracia. Las “nomenklatura” franquista, en las
Cortes, pensó más en el mejor destino de España que en su propio poder,
y no fue traba al proceso de liberalización que terminó llevando a
España a la modernidad y el desarrollo.
La “primicia” que supuestamente ofreció Ramonet sobre la “sucesión
generacional”, cuyo destino fundamental era un mensaje castrista hacia
el exterior, creó malestar e incertidumbre en la nomenklatura cubana,
preocupada en su propio destino después de haber dedicado su vida, por
convicción o por oportunismo, a sostener un régimen en bancarrota moral
y material.
Los febriles cambios, sustituciones y “promociones hacia abajo” que se
desarrollan en estas semanas en Cuba, desde el Buró Político a
Secretarios Provinciales del Partido, Ministros y funcionarios, y de
funcionarios de menor nivel que no se publican en la prensa, así como la
resurrección forzada del inútil Frankestein llamado Secretariado del
Partido, sugieren un reajuste de los aparatos del poder para evidente
ventaja del sucesor, quienquiera que fuera el o los designados.
Para tranquilizar a buena parte de esa nomenklatura, y en buena medida a
los militares, nada serenos con la noticia de la “sucesión
generacional”, el periódico Granma, órgano oficial de Fidel Castro, dio
excepcional cobertura al cumpleaños 75 de Raúl Castro: dos personeros
del régimen en estado de senilidad escribieron sus vivencias sobre el
hermano menor, utilizando adjetivos e hipérboles anteriormente
destinadas exclusivamente a Fidel Castro, presentando un idílico hermano
Raúl que sería casi imprescindible nominar como Primer Secretario del
Partido cuando el tirano en jefe desaparezca de esta vida.
Parece que no fue suficiente: no quedó claro a la nomenklatura si la
divinización de Raúl Castro era porque en realidad estaba ya designado
de antemano por el déspota, o si era porque se estaba muriendo, con su
salud quebrantada por los años, por el abuso de productos de alto
contenido etílico, o por ambas cosas a la vez.
Muy recientemente, en días pasados, Ricardo Alarcón se dirigió vía
satélite, pues de visa nada, a una convención periodística en Fort
Lauderdale, Florida: fue invitado bajo el pretexto de que sería
entrevistado y que se le harían preguntas difíciles. Se le hicieron,
ciertamente, pero con su experiencia de anguila escurridiza se
desentendió de ellas, y los entrevistadores se las dejaron pasar.
Por momentos hubo aplausos para el entrevistado, que habló en inglés.
¿Qué puede decir un personero como Ricardo Alarcón que merezca aplausos
de personas supuestamente dedicadas a la difusión de la verdad, del
derecho a la libre expresión, y del derecho de los seres humanos a
formarse opiniones y expresarlas libremente sin temor a represión y
castigo? Los que aplaudieron sabrán por que lo hicieron, pero no merece
la atención de las personas decentes.
Alarcón, experto en mentir sin sonrojarse, expresó que la salud de Fidel
Castro es algo excelente, envidiable, que todo en Cuba se está
solucionando, que no hay problemas ni preocupaciones, y que todo está
“atado y bien atado”. Nada de eso es cierto, pero ese era el discurso
para el exterior, para el extranjero.
El mismo día, casi a la misma hora, Raúl Castro hablaba, celebrando otro
aniversario del Ejército Occidental, ese mismo en que en el año 1989,
con hablar incoherente, impreciso y confuso, desató las primeras
informaciones sobre la crisis que terminó con el propuesto Jefe de ese
Ejército, General Arnaldo Ochoa, en el paredón de fusilamiento.
Esta vez fue muy pausado, preciso, exacto, y sin andarse por las ramas:
estaba hablando para los militares, para esos Generales, Coroneles,
Tenientes Coroneles y Mayores, Jefes de Ejército, de tipos de Fuerzas
Armadas, de Divisiones y Regimientos, de Batallones y Compañías, que se
preguntaban que sería de ellos con esos mosqueteros en la sucesión
generacional.
Habló muy claro, sin enmascarar el lenguaje: dijo que el único sucesor
“digno” del Comandante en Jefe es “el Partido Comunista de Cuba”, más
nadie. Dijo eso, así, claramente, de donde se puede razonablemente
colegir que ni Alarcón, ni Lage, ni Pérez Roque, serían “dignos
sucesores”. Ni siquiera el mismo Raúl Castro por sí solo.
Si la sucesión y la “garantía” corresponden únicamente al Partido,
entonces no habrá problemas para los hombres de uniforme verde olivo,
pues Raúl Castro es el Segundo Secretario del Partido Comunista de Cuba,
automáticamente Primer Secretario al faltar el Primer Secretario, el
tirano en jefe.
Ciertamente, ante la ausencia de un Congreso del Partido, irrealizable
ante la crisis que representaría la ausencia del “máximo líder”, un
Pleno extraordinario del Comité Central del Partido debería reunirse
para ratificar a Raúl Castro como Primer Secretario, o proponer una
figura alternativa como máximo dirigente partidista. Si fuera solamente
Raúl Castro el candidato, se aprobaría por aclamación, pero si hubiera
más de uno habría que someterlo a votación. ¿Quién le pone el cascabel a
ese gato, a esa hora, en ese lugar?
Los febriles y continuos supuestos desmentidos sobre el papel del
General Raúl Castro como sucesor del tirano, lejos de excluir al hermano
menor, precisamente vienen a confirmarlo. Los generales, los coroneles,
los tenientes coroneles y mayores entendieron claramente el mensaje de
Raúl Castro: seguimos en el poder, no hay peligro con nuestras carreras,
ni con los privilegios, jerarquías y dineros que se están manejando:
¡Ministro de las FAR, Ordene!
Raúl Castro no es el sucesor solamente porque Fidel Castro lo quiera
así, que en la lógica castrista sería razón suficiente: por el
contrario, el tirano lo quiere así porque tiene que ser así, porque no
queda otra opción: más nadie puede ser el sucesor en las condiciones
actuales, con una economía en ruinas, una sociedad hastiada, una
represión brutal, una soez dependencia del subsidio venezolano, un
creciente aislamiento y rechazo en todo el mundo, un estancamiento total
de la nación y todas las esperanzas desahuciadas.
Raúl Castro, a esta altura de la historia, tras 47 años de tiranía, no
es la elección del tirano para una larga permanencia en el poder, por
elementales razones biológicas (tiene ya 75 años), sino solo para
terminar de crear las condiciones para sus queridos tres mosqueteros
postcastristas, quienes seguirían sometiendo por otro medio siglo a los
cubanos, y a la vez para asegurar que los privilegios y fortunas de los
“cuadros históricos” y la nomenklatura queden a buen recaudo.
Basta analizar los discursos y declaraciones en parábola del tirano, del
propio Raúl y de diferentes personeros del régimen para entender “El
código Da Fidel Castro”, para darse cuenta de lo se que está tramando, y
como.
SI LA SUCESIÓN FUESE HOY MISMO
Si la sucesión fuese hoy mismo, si el tirano falleciera ahora mismo, en
este instante, ¿cómo estaría la correlación de fuerzas entre de los
diferentes grupos de poder? ¿Qué controla cada grupo? En un estado de
derecho esto no sería relevante, pues las cosas están perfectamente
decididas, y el imperio de la ley se impone: pero en una Cuba con Fidel
Castro recién fallecido, aquí está realmente la clave del poder.
¿Cuál es la verdadera correlación de fuerzas, y qué controlan los más
visibles aspirantes a la sucesión, y otros no tan visibles?
RAÚL CASTRO:
MINFAR: EJÉRCITOS, FUERZA AÉREA, TANQUES, TROPAS
MINISTERIO DEL INTERIOR: ÓRGANOS DE SEGURIDAD, POLICÍA
MINISTERIO DE TRANSPORTES: FERROCARRILES, TRENES, FLOTA
INSTITUTO AERONÁUTICA: AVIACIÓN CIVIL
RESERVA ESTATAL: RECURSOS ESTRATÉGICOS
G.A.E.S.A.: ACTIVIDAD EMPRESARIAL MILITAR: CONTROL DE LA MONEDA
LIBREMENTE CONVERTIBLE
PRENSA, RADIO Y TV: PROPAGANDA, PUBLICIDAD Y NOTICIAS
APARATO CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA
FELIPE PÉREZ ROQUE: MINISTERIO DE RELACIONES EXTERIORES
CARLOS LAGE: COMITÉ EJECUTIVO CONSEJO MINISTROS
RICARDO ALARCÓN: ASAMBLEA NACIONAL DEL PODER POPULAR
Y quedan además, con sus parcelas de poder y sus lealtades negociables
en dependencia de los diferentes grupos de poder:
LOS SECRETARIOS PROVINCIALES DEL PARTIDO: Verdaderos jefes de aire, mar
y tierra en provincias, con su autoridad y alcance incrementados en la
medida que la salud de Fidel Castro le fue reduciendo su movilidad y
visitas a provincias.
No debe olvidarse tampoco, sin embargo, que los Secretarios
Provinciales, en situaciones de emergencia, se subordinan a la autoridad
de los Jefes de los Consejos de Defensa, que son los Jefes de los
Ejércitos (Occidental, Central y Oriental).
LOS COMANDANTES DE LA REVOLUCIÓN: Tres guerrilleros “históricos”, Juan
Almeida, Ramiro Valdés y Guillermo García, con un único grado creado
exclusivamente para ellos tres, subordinados exclusivamente al
Comandante en Jefe y no al Ministro de las FAR, y con sus propias
parcelas de poder y relaciones de clientela particulares.
LOS “ESLABONES AISLADOS”: Estos son diferentes individuos
independientes, no formalmente integrados a los mecanismos de poder y
organización estatal o partidista, pero con una determinada leyenda
entre la nomenclatura y los mecanismos de poder, con sus propios
recursos y sus seguidores y admiradores, y que pueden inclinar la
balanza en un sentido o en otro, en dependencia de la posición que
adopten en ese momento: el hoy General de División Efigenio Ameijeiras,
una leyenda dentro de las fuerzas armadas, es una figura emblemática en
este grupo, aunque no la única.
La “correlación de fuerzas y medios”, como se le llama en el lenguaje
militar, está muy clara para el momento preciso de la sucesión y la hora
de definir las cosas. ¿Quién puede dudar de hacia donde se inclina desde
ya la sucesión en Cuba, y del papel protagónico de Raúl Castro y los
militares? Solamente dos “expertos” en la temática cubana, como son el
izquierdista trasnochado Ignacio Ramonet y el comunista alemán no
reciclado Heinz Dieterich.
NO TODO ESTA RESUELTO
La aparente definición de la balanza del poder a favor de Raúl Castro y
los militares no significa que ya todo esté “atado y bien atado”. Quedan
problemas de legitimización de los sucesores, y problemas prácticos de
organización estatal, otra de las muchas herencias malditas que Fidel
Castro deja a quienes le releven.
Castro se diseñó la Constitución de 1976 a su medida: el Jefe de Estado
(Presidente del Consejo de Estado) es a la vez Jefe de Gobierno
(Presidente del Consejo de Ministros), y por si fuera poco, es también
Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas. Solamente faltó que la Constitución
dijera que tal persona debería llamarse Fidel Castro.
Los supuestos “sucesores generacionales”, Alarcón, Lage y Pérez Roque
son cómplices, aunque no lo sepan ni lo quieran admitir ellos mismos, de
la demagogia, la barbarie, la represión, la tiranía, la miseria: cuando
Abel Prieto, el flamante Ministro de Cultura, dice que los mítines de
repudio “son cosas de Fidel”, se quiere quitar de encima la carga moral
que pesa sobre él: serán “cosas de Fidel”, es cierto, pero él mismo Abel
Prieto también es “cosa de Fidel”, Ministro de su gobierno, militante de
su Partido, cómplice de genocidio.
Si en Cuba hubiera un juicio como el de Nüremberg, con los mismos
principios, los tres mosqueteros postcastristas del relevo
“generacional” estarían también en el banquillo de los acusados, no por
genocidio directo, que no parece se les podría señalar, pero sí por
complicidad en la barbarie y la destrucción de la nación cubana, y por
pretender eternizar el crimen más allá del criminal en jefe.
Esto plantea la disyuntiva a los sucesores de designar a alguien con un
poder inmenso y prácticamente imposible de ejercer coherentemente, o de
modificar de alguna manera la Ley Fundamental para distribuir estos
cargos entre diferentes personas: por ejemplo, que el Jefe de Estado sea
Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas es normal en casi todos los países,
pero la figura de Jefe de Gobierno (Presidente del Consejo de Ministros)
debería separarse en otra persona para que ambos cargos pudieran ser
ejercidos con determinado nivel de efectividad.
Esta segregación del poder en el instante mismo de la sucesión en Cuba
es la clásica “papa caliente”, pues quien quedara como Jefe Supremo de
las Fuerzas Armadas tendrá un innegable superpoder: parecería el cargo
“lógico” para el hermano menor.
Raúl Castro no es un arcángel ni mucho menos, ni escapa tampoco al
juicio histórico que alcanza a Pérez Roque, Lage y Alarcón, pero con
muchos agravantes, pues más que cómplice como aquellos tres es
coejecutor del genocidio, y en determinadas ocasiones autor intelectual
de procesos que culminaron con grandes daños a la nación cubana y a los
cubanos, pero al menos tiene una “leyenda”, hiperbolizada por Granma
hace pocos días cuando su cumpleaños setenta y cinco, y una innegable
experiencia de cuarenta y siete años como segundo al mando y sucesor
designado.
Para los que aún creen en “el proceso revolucionario”, sus “logros” y la
grandeza de su Comandante en Jefe, que no son tantos como dice el
régimen, pero que no son tan pocos como algunos piensan en Miami, el
halo místico real-imaginado de “Raúl” (a quien llaman por su nombre de
pila igual que a “Fidel”) les resulta suficiente para aceptarlo como el
sucesor sin vacilar.
Simultáneamente, para los altos mandos militares y también para los
intermedios, así como para los más ortodoxos de la nomenklatura, “el
Ministro” es la garantía de una continuidad suficiente para que no se
pongan en peligro los méritos históricos percibidos ni los frutos
personales cosechados por diversas y discutibles vías, y a la vez la
promesa remota de medidas prácticas que puedan sacar a Cuba del
atolladero actual, no tanto por una real preocupación por la suerte de
los cubanos como por instinto de conservación: el manicomio fidelista no
acepta más ningún administrador que el en ese momento ya difunto
Comandante en Jefe.
Sin embargo, aquí entra en juego el factor externo: si se pretende de
alguna manera quitar temperatura a las prolongadamente tensas relaciones
con Estados Unidos, y establecer algún tipo de comunicación de
entendimiento, aunque no fuera un verdadero “diálogo”, y se pudiera
relajar en cierta medida la presión del embargo, el gobierno de Estados
Unidos se vería legalmente impedido, o terriblemente limitado, por la
legislación vigente, para establecer algún tipo de negociaciones con un
gobierno donde participe Raúl Castro (Leyes Helms-Burton, Torricelli).
Para que Raúl Castro, el verdadero jerarca sucesorio en control, no
fuera miembro del gobierno y quedara eliminada la barrera de la
Helms-Burton y otras leyes de Estados Unidos, tendría que mantenerse en
los cargos partidistas exclusivamente: como Primer Secretario del
Partido, que no es un cargo estatal ni gubernamental, estaría “fuera”
del gobierno, pero manteniendo el poder real. No sería nada extraño para
la nomenklatura, ni para la historia de Cuba, donde el verdadero poder
en muchas ocasiones no ha estado dentro del Palacio de Gobierno.
Y está el factor Chávez-Venezuela, en lo que representa de subsidios
financieros para el régimen cubano, y de compromisos aventureros en
América Latina. Es sabido que Raúl Castro y Chávez no se simpatizan el
uno al otro, y que buena parte del generalato cubano no comulga del todo
con sus contrapartes venezolanas.
Al fin y al cabo, todos los generales cubanos pelearon guerrillas o
campañas africanas, o ambas, y ven en Hugo Chávez al Teniente Coronel
que se rindió en el golpe de febrero del 92, y que firmó la renuncia
como Presidente en cuanto le apretaron las clavijas en abril del 2002:
en cualquier parte del mundo, los generales que han peleado guerras no
ven con buenos ojos a quienes debieron pelearlas y se rindieron
demasiado pronto.
Pero Chávez representa más de mil millones de dólares anuales en
subsidios, cifra comparable a la que el holding militar cubano, GAESA,
genera en ingresos netos cada año, muy superior a lo que produce la
decadente zafra azucarera con niveles de hace cien años, por lo que no
se pueden lanzar por la borda esos millones tranquilamente.
Aunque se sabe muy bien que los Generales de 3 estrellas Abelardo Colomé
Ibarra (“Furry”) y Julio Casas Regueiro han viajado continuamente a
Venezuela, no serían las mejores cartas cubanas desaparecido Fidel
Castro. Carlos Lage y Felipe Pérez Roque, básicamente, deberían ser las
figuras de “gobierno” que lleven de cerca las relaciones con Venezuela y
el impetuoso Hugo Chávez, pues ambos son bien aceptados en Miraflores,
mientras Ricardo Alarcón sería una figura clave, no importa su cargo,
para el manejo de las relaciones con Estados Unidos.
Es decir, estas complicaciones tienen aparentes opciones de manejo
práctico, y pueden ser tratadas cuidadosamente para evitar
complicaciones mayores, al menos en los planos formales.
EL GRAN PROBLEMA
Algo diferente ocurre con el otro aspecto que resulta lo más complicado
de todo para la sucesión: si bien los jefes militares y estados mayores
actúan monolíticamente alrededor de Raúl Castro cuando se trata de las
relaciones “hacia afuera”, es decir, frente a los otros grupos de poder
que se disputan solapadamente la supremacía para cuando ocurra “eso” que
todos esperan, no ocurre lo mismo “hacia adentro”, es decir, en el mundo
militar.
Con esta tesis se escribió “SECRETO DE ESTADO. LAS PRIMERAS DOCE HORAS
TRAS LA MUERTE DE FIDEL CASTRO” (Eugenio Yáñez y Juan Benemelis, con
Prólogo del General Rafael del Pino. Benya Publishers, Miami, 1ra
edición Mayo 2005, 2da edición Julio 2005).
Aún con la sucesión en manos de Raúl Castro, no todos los mandos
militares le resultarán incondicionales al Ministro-General, ni
transferirán automáticamente su lealtad y su confianza desde el
Comandante en Jefe al Sucesor en Jefe.
Raúl Castro personalmente reconoció esta realidad en el referido
discurso de hace pocos días en el Ejército Occidental, aunque lo
mencionó en un sentido general y abstracto, y no circunscrito
exclusivamente a las Fuerzas Armadas.
Porque, en realidad, esas fuerzas armadas monolíticamente unidas en
torno a Raúl Castro solo existen en la extensa propaganda oficial, en
los planes de desinformación estratégica dirigidos personalmente por
Fidel Castro desde hace muchos años, en la percepción que fue creada en
el Pentágono por la espía Ana Belén Montes en las Juntas de Análisis de
Defensa (no es considerada Heroína Prisionera del Imperio porque decidió
cooperar con “el imperio”), y en las diversas comunicaciones de los
generales cubanos con sus iguales norteamericanos a través de la Base
Naval de Guantánamo, o en conversaciones en los eventos del Colegio de
Defensa).
En realidad, esas “monolíticas” fuerzas armadas cubanas están compuestas
por tres grandes grupos rivales: los “históricos”, que vienen con
papeles preponderantes desde la lucha guerrillera, los “africanos”, que
obtuvieron sus promociones a los primeros planos y los más altos grados
en las prolongadas campañas africanas de Angola y Etiopía, y la
“burocracia” militar, altamente calificada y con formación
administrativa, encargada del “día a día” en la actividad militar, y
donde deben incluirse los funcionarios de GAESA y la actividad
empresarial generadora de divisas en Cuba y el exterior.
Cada uno de estos tres grupos acumula historias, resultados,
percepciones, relaciones y compromisos específicos, dependiendo de un
conjunto de realidades. Aunque los tres han visto siempre a Fidel Castro
como un semidiós, y nunca han intentado cuestionarle su poder ni su
sabiduría, ven a Raúl Castro con un prisma diferente, como un primero
entre iguales y el sustituto designado por voluntad del Comandante en
Jefe, pero no como líder indiscutible par aceptar la subordinación a él
con carácter incondicional.
Si Raúl Castro tocó este tema en el Ejército Occidental, es porque se
han tomado medidas preventivas en este sentido.
Durante casi cuarenta y siete largos años, las Fuerzas Armadas
Revolucionarias en Cuba tuvieron como precepto básico, fundamento y
leyenda pública la inamovible consigna de que “la orden del jefe es ley
que encarna la voluntad y el mandato de la Patria”.
Este precepto se mantuvo inalterable por sobre todas las presiones del
estilo soviético durante el proceso de establecimiento del Partido
Comunista en las Fuerzas Armadas en la década del sesenta: mientras en
la ex-Unión Soviética y todo el bloque comunista las organizaciones del
Partido y los comisarios políticos eran instituciones paralelas a los
poderes militares, en Cuba nunca se otorgó a ninguna organización
partidista o instructor político una autoridad superior ni comparable a
la que encarnaba el jefe militar.
Siempre fue así, desde el comienzo Hasta el pasado domingo 11 de Junio:
nuevas reglamentaciones jurídicas en la siempre fiel y unánime Asamblea
Nacional del Poder Popular, que no decide nada sin la orden y el visto
bueno del tirano en jefe, con la nueva Ley de la Fiscalía Militar,
establecieron “como elemento significativo la posibilidad de impugnar
las decisiones de los jefes que contravengan las leyes” (sic).
Dicho en buen cubano, el derecho de los subordinados a no cumplir
órdenes de sus jefes si éstas atentan contra los principios de la
Revolución; en otras palabras, la posibilidad de que las unidades y
mandos subordinados desconozcan la autoridad de sus jefes si se
considera (¿por quién?) que las órdenes emitidas por los jefes
superiores son contrarias a las leyes.
No se trata del derecho a negarse a realizar ilegalidades manifiestas
ignorando el pretexto de la obligación a la subordinación militar, sino
de la opción de los mandos y unidades de considerar que determinadas
órdenes de jefes superiores son ilegales, y simplemente no cumplirlas.
¿Por qué ahora, seis años después, surge esta Ley, supuestamente a
partir de indicaciones del Ministro de las Fuerzas Armadas en el año
2000 “con el propósito de contemporizar los órganos de justicia”?
Porque esta ley es otro de los elementos clave para la sucesión
dinástica que se prepara en estos días apresuradamente bajo las órdenes
del dictador, para allanarle el camino al verdadero sucesor, y próximo
Primer Secretario del Partido Comunista, Raúl Castro, quien puede estar
muy viejo, “solo unos años menor” que Big Brother, pero que es el
sucesor aunque algunos fuera de Cuba no quieran entenderlo.
Por eso ahora esta ley sin sentido aparente: pasaporte para la guerra
civil, otro de los “corderos envenenados” que el tirano Castro, en su
odio a Cuba, deja a sus sucesores ante la posibilidad de que una parte
de los mandos militares no esté dispuesta a bailar en la comparsa de la
sucesión raulista o la payasada “perezroquista” de los tres mosqueteros
postcastristas que anunciara a Ignacio Ramonet.
De esta manera, si uno de los Jefes de Ejército en cualquier momento
considerara que no está obligado a obedecer a Raúl Castro, los Jefes de
Divisiones, Regimientos y Batallones que se le subordinan podrían
considerar que este Jefe de Ejército está tomando decisiones “que
contravengan las leyes” y podrían impugnarlas, es decir, podrían
insubordinarse.
Sin embargo, el arma es de claro doble filo, pues también esos jefes
superiores podrían considerar que los Ministros de las FAR o del
Interior están tomando decisiones “que contravengan las leyes” y podrían
impugnarlas, insubordinándose.
Y no debe pensarse que un Raúl Castro “fuera del gobierno”, aunque poder
real, sería el Ministro de las Fuerzas Armadas en ese momento, pues
entonces no estaría “fuera”. Y si los mandos militares pueden ser una
posibilidad potencial de cuestionamientos de autoridad hacia alguien
como Raúl Castro en un momento de sucesión, es fácil suponer lo que
podría suceder con un Ministro diferente, con menos aureola mística que
el hermano menor.
Esta ley, a primera vista, parece una gigantesca locura, pero es antes
que todo una gran irresponsabilidad. Con la puerta abierta a la
insubordinación, se debilitan los posibles y potenciales cuestionantes,
que tienen que dedicar más tiempo a cuidar “hacia dentro” de sus
parcelas de poder, y se debilita el poder efectivo de cualquier persona
que asuma el cargo de Ministro de las FAR, o del Interior, en la Cuba de
la sucesión.
En un país donde más de siete millones de cubanos saben manejar las
armas, y los jefes de las unidades menos poderosas pueden tener bajo su
mando 600 soldados, ó 30 tanques, ó 18 cañones, dar vía libre a “la
posibilidad de impugnar las decisiones de los jefes que contravengan las
leyes” es jugar con candela sobre un polvorín abierto.
Es otro de los corderos envenenados que deja Fidel Castro a sus sucesores.
Todos estos escenarios plausibles corresponden, como se habrá notado, a
la visión del régimen y sus personeros sobre la sucesión, pues no se
contempla una transición.
Y es muy fácil darse cuenta que EN NINGUNO DE ESTOS POSIBLES ESCENARIOS
el régimen considera un papel preponderante, y ni tan siquiera
importante, a la voluntad soberana del pueblo de Cuba y sus ansias de
libertad y prosperidad, a pesar del casi medio siglo de propaganda
diciendo lo contrario.
Si los cubanos como nación aspiramos a algún papel en el futuro de
nuestra Patria tras la cercana muerte del tirano, tendremos que saber
ganárnoslo en medio de la conspiración anticubana de la mafia del
Palacio de la Revolución, pues es evidente que ni el actual régimen ni
sus posibles sucesores nos tienen en cuenta para nada: es un ejemplo
típico de la “democracia socialista”, donde, según Castro, “el poder del
pueblo, ese sí es poder”.
El comisario político alemán y agente cubano-venezolano Heinz Dieterich
publicó muy recientemente un libro, financiado por el gobierno de
Venezuela con el dinero del pueblo venezolano, titulado “Cuba sin
Fidel”. No es de los libros que tienen que competir ni en el mercado ni
en la “batalla de ideas”, sino de esos que se distribuyen generosamente
a “todo el pueblo” en Cuba y fuera de Cuba, como parte de la muy extensa
y bien calculada campaña para diseminar los cantos de sirena sobre el
totalitarismo reciclable y reciclado.
Lo que quiere ignorar este vulgar totalitarista es que desde 1492 hasta
1958, es decir, por 466 años, nuestra bella Patria fue siempre una “Cuba
sin Fidel”, y que a pesar de tantas frustraciones, insuficiencias,
fallas, errores, fracasos y oportunidades desperdiciadas, los cubanos
fueron creando poco a poco un país que no sería un paraíso, pero donde
valía la pena vivir y esforzarse para progresar, sin necesidad de
totalitarismo, intervencionismo, internacionalismo, ni dictadores
tropicales y sus alabarderos extranjeros.
La “Cuba sin Fidel” que se acerca, a pesar de las conspiraciones para
que el totalitarismo siga incólume, y aunque durante los primeros
momentos todos los cubanos tengamos que sufrir la transición edulcorada
que se pretende para que todo siga igual, terminará siendo, por la
acción del pueblo cubano dentro y fuera de Cuba, y no por una
generosidad o preocupación inexistente de los posibles sucesores que no
desean otra cosa que castrismo sin Castro, lo que siempre fue y debió
ser: una Cuba libre, independiente y soberana, próspera y feliz.
En la verdadera “Cuba sin Fidel” que ya nos llegará, nunca más tendrán
cabida gobiernos espurios ni dictadores vitalicios, y quienes pretendan
dirigir nuestra nación no necesitarán de sucesiones ni transiciones,
porque tendrán que ser electos periódicamente por voluntad popular en el
marco de verdaderos procesos constitucionales.
Los verdaderos gobernantes democráticos de la “Cuba sin Fidel y sin
castrismo” que más temprano que tarde llegará, nunca tendrán que
pretender que la historia los absuelva, pero van a necesitar
continuamente que la mayoría del pueblo los elija y apoye, y someterse a
esa voluntad suprema y soberna cada vez que así lo determinen las leyes
que los mismos cubanos, responsablemente, nos daremos, como supieron
hacer nuestros antecesores en 1902 y 1940.
Y toda esta pesadilla cubana de casi medio siglo terminará en un gran
basurero histórico, donde estarán mezclados en la infamia los verdugos,
sus alabarderos, los sucesores y los futuros aspirantes.
* Eugenio Yáñez, Dr. en Economía, politólogo, analista y especialista en
la realidad cubana, durante 14 años fue Profesor de la Universidad de La
Habana y el Instituto Superior de Dirección de la Economía. Ha publicado
diversos libros y es coautor, junto a Juan Benemelis, de "Secreto de
Estado. Las primeras doce horas tras la muerte de Fidel Castro".
Colabora habitualmente con La Nueva Cuba desde el 2005.
http://www.lanuevacuba.com/archivo/eugenio-yanez-36.htm
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