Saturday, December 27, 2008

Una cultura partida en dos

Publicado el viernes 26 de diciembre del 2008

Una cultura partida en dos
JORGE FERRER
Especial para El Nuevo Herald

El 9 de enero de 1959, al día siguiente de la entrada de Fidel Castro en
La Habana, el Diario de la Marina publicó un emocionado editorial que
tituló "El deber de todos los cubanos''. En él, y en términos
rotundamente entusiastas, el centenario periódico brindaba su respaldo
al "caudillo'' y saludaba la afirmación hecha por éste la víspera de que
"la libertad de expresión no volverá a ser mancillada en Cuba''.

Dos años más tarde, cerrado ya el "decano de la prensa de Cuba'' donde
tantos prominentes intelectuales cubanos de los más diversos extremos
del espectro político encontraron espacio y lectores, los artistas
cubanos se reunían con Fidel Castro en la Biblioteca Nacional para
escuchar a Virgilio Piñera decir que había un miedo "virtual'' motivado
por el rumor de que "el gobierno va a dirigir la cultura''. En la última
de las tres sesiones celebradas en aquel edificio heredado del antiguo
régimen se escuchó el célebre dictum "Con la Revolución, todo; contra la
revolución, nada'', que todavía hoy rige los destinos de la cultura insular.

El escaso tiempo que le tomó a la revolución transitar desde el apoyo
mayoritario de la intelectualidad cubana hasta la aparición del "miedo''
que se atrevió a insinuar Piñera y la evidencia de que no se trataba de
un miedo infundado, sino más bien de uno cuyo verdadero alcance muchos
no podían siquiera imaginar en aquel momento, constituye el testimonio
más rotundo de la centralidad que la revolución concedió al control
sobre la cultura. En ella, el gobierno de Fidel Castro encontró una de
las armas que han oscurecido los perfiles del horror totalitario
padecido por los cubanos a lo largo de medio siglo. También un recurso
para la proyección internacional de la revolución, una herramienta para
dibujar una Cuba atractiva a la izquierda mundial. Dos propósitos éstos
--represión y oronda máscara-- en los que la eficacia de la revolución,
vale decirlo, ha sido notable.

Imaginar el legado de la cultura cubana del último medio siglo requiere
tomar en cuenta, el menos, dos circunstancias. Primero, que toda
comparación entre el estado de la cultura nacional antes y después de
1959 es improcedente. La revolución de 1959 es un hecho total que
trastocó de raíz la vida del país también en el ámbito de la cultura,
estableció una política cultural regida por el estado y un entramado
institucional para ordenarla. Casi medio siglo después de establecida
esa pragmática, son sus aciertos e iniquidades los que conforman ese saldo.

En segundo lugar, se ha de atender a una circunstancia generada por esa
misma política cultural: prácticamente desde los primeros meses del
triunfo de la revolución, la cultura cubana se partió en dos, como toda
Cuba. La revolución creo una doble Cuba, la de "quienes se fueron'' y
"quienes se quedaron''. De ahí que la cultura cubana, aun en
manifestaciones menos atentas a la política, sea hoy una cultura bífida.
Las muchas tentativas de reunión, sean patrocinadas desde La Habana o
desde el exilio, no hacen más que poner en evidencia esa dualidad, si
bien es cierto que el común trasiego de afectos y la hábil mediación del
mercado han conseguido escenas memorables. Quienes han tenido la suerte
de asistir a alguno de los conciertos de Bebo y Chucho Valdés, exiliado
el primero desde principios de los sesenta y renuente a visitar Cuba
mientras no sea una democracia y prominente artista residente en la isla
el segundo, habrán gozado de esa reunión entre los dos extremos escindidos.

Por último, conviene atender aun a otra circunstancia. Todo proyecto
sociocultural que se define como revolucionario, y especialmente si se
ha mantenido en el poder durante medio siglo, requiere ser juzgado a
partir de la correlación entre las fuerzas que despertó o desató y la
manera en que éstas encontraron en la nueva sociedad el cauce para
desarrollarse plenamente. Desde esa perspectiva, la historia de la
cultura ''revolucionaria'' cubana del último medio siglo es la historia
de la permanente negociación entre los artistas y el Estado de los
márgenes de libertad que pueden permitirse los primeros. Una historia,
pues, de mecanismos de censura y represión a la libertad artística en un
vaivén que, como bajo toda dictadura totalitaria, ha conocido períodos
de relativo "deshielo'' y episodios de la más feroz represión.

Sin una estrategia cultural definida a la fecha del triunfo
revolucionario, la política que el gobierno revolucionario acabaría
implementando se desarrolló durante los primeros meses en un ambiente de
relativa anarquía, y marcado por el entusiasmo que sacudía a buena parte
de los artistas cubanos.

Hay tres sucesos que tuvieron lugar en fecha tan cercana al triunfo como
la primavera de 1959 que muestran la ambición que tenían los
intelectuales afines a la revolución y dan testimonio de la manera en
que el nuevo gobierno se mostraba dispuesto a satisfacerlas. El 23 de
marzo de 1959 los lectores cubanos se encontraron con la primera edición
del tabloide Lunes de Revolución, un suplemento cultural llamado a
''revolucionar'' la propia revolución que lo auspiciaba. Al día
siguiente, 24 de marzo, un decreto del Gobierno revolucionario
establecía el Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográficos
(ICAIC). Un mes más tarde, el 28 de abril, se creó, por ley, la Casa de
las Américas.

Lo que esas tres instituciones representaban y la suerte que corrieron
sirve para detectar tres apetencias que la revolución despertó y abrigó
desde sus albores. También define, como en una foto fija, el curso de la
cultura en la revolución. Por una parte, Lunes mostró el anhelo de una
generación que buscaba acceder al vórtice de la historia nacional e
internacional con un nuevo discurso afín a las ideas filosóficas y
artísticas que dominaban los debates intelectuales de la década que se
cerraba y romper, a la vez, con una idea de la cultura cubana que
repudiaban. Por otra, en el caso del ICAIC, la voluntad de algunos
gremios artísticos de instituirse en entidades autónomas que, aun cuando
fieles a la revolución o capaces de cohabitar con ella, pudieran
mantener cierto margen de independencia. Por último, la Casa de las
Américas era --y lo continúa siendo aunque ya en forma severamente
devaluada-- una institución en la que encarnaba la que ha sido una
estrategia permanente del régimen castrista: la conversión de la cultura
en una herramienta de la proyección internacional de la revolución cubana.

Aquellos mimbres con que se tejió el fundamento de la relación entre
cultura y poder revolucionario crearon un cesto donde no todos cabían.
Un marco que se fue estrechando cada vez más a partir de la
institucionalización de la cultura y el decisivo avance hacia la
sovietización del milieu intelectual. La serie es harto conocida y, por
fuerza, breve el recuento que anoto: la censura a P.M., el documental
auspiciado por Lunes de Revolución; el cierre de aquel suplemento y el
exilio de Carlos Franqui y Guillermo Cabrera Infante, sus principales
animadores; la creación de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba
(UNEAC) y la conversión de la disidencia literaria en disidencia
política; la progresiva desaparición de manifestaciones de la cultura
popular asociadas al catolicismo o los ritos afrocubanos; el llamado
"Caso Padilla", puerta de entrada al llamado "Quinquenio gris"; el
ostracismo al que se condenó a los intelectuales que no comulgaban con
el régimen unipersonal establecido en Cuba; la noción de "espacio
experimental'' surgida en los ochenta para enfrentar a artistas nacidos
después de 1959 y renuentes a participar de la lógica institucional
propuesta por el régimen; la extorsión, a partir de los noventa, a los
artistas cubanos que trabajan fuera de Cuba, aunque continúan viviendo
allí. En definitiva, medio siglo de censura y de sometimiento de la
cultura cubana a una revolución que creyó regalar al país el
cumplimiento de su destino.

La sujeción al férreo control del estado y la realidad de una nación
dividida, con la consiguiente dificultad de acceso a la totalidad de la
cultura producida en la isla y el exilio que ello implica, han dejado
una impronta decisiva en la evolución de la cultura cubana del último
medio siglo. Las tres variables ya presentes desde los primeros meses y
que anotaba antes --diversidad y cosmopolitismo, autonomía desde la
fidelidad y utilización de la cultura para ensalzar la revolución-- han
continuado marcando el juego cultural dentro de la Cuba revolucionaria.
Y como desde aquellos momentos inaugurales, la diversidad ha sido
sinónimo de disidencia y ha sido aplastada con regularidad. Desde el
exilio, libres de la sujeción a la política cultural del castrismo,
decenas de miles de cubanos han trabajado a favor de la cultura cubana.
Lo han hecho creando revistas y editoriales, actuando o bailando sobre
las tablas de teatros de medio mundo, componiendo y ejecutando música,
escribiendo libros donde Cuba ha estado más o menos presente, mostrando,
en definitiva, que la cultura cubana no es la "cultura revolucionaria".

La cultura cubana, en la isla y el exilio, ha viajado durante el último
medio siglo en buque cuya singladura marcó el triunfo de la revolución
de 1959. A pesar de aquel ''miedo'' que denunció Virgilio Piñera y de la
formidable maquinaria de la cultura oficial, los cubanos han demostrado
que el talento y el amor por la cultura escapan al feroz abrazo de la
coerción.

http://www.elnuevoherald.com/167/story/346508.html

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