Monday, July 30, 2007

La Habana

SOCIEDAD
La Habana

Yosvani Anzardo Hernández, Jóvenes sin Censura

HOLGUÍN, julio (www.cubanet.org) - "Visitar la capital es una acción de
pezones paraos", dice Mireya, trigueña de ojos fieros que te para las
intenciones con la mirada, con la facilidad con que la muralla del honor
enfría los bajos instintos. Para ella tal vez fue excitante, aunque
asegura no tener nada nuevo que decir del viaje, pues esas odiseas ya se
conocen. No obstante, aprendió mucho sobre la realidad de su país.

No es la primera vez que Mireya visita la capital. En verdad ella nació
allá. Luego el padre se mudo para Holguín provisionalmente por
cuestiones de trabajo, pero aquí lo provisional es permanente.
Provisionalmente se quedaron a vivir y luego el viejo murió, y eso sí
que no es provisional. En fin, a la joven le gusta la ciudad porque hay
muchos lugares donde se puede divertir.

Si tienes dinero es fabulosa la ciudad. Vas a buenos restaurantes y
hasta a lugares exclusivos; y si no tienes, no pasa nada. Con una
botella no importa de qué, pasas la noche en el malecón. Además, si
vives en la ciudad te mueves en bici-taxis, pero debes acordar
previamente los precios, o si no, te clavan los colmillos por confiado.

Pero esta vez fue distinto. Siempre vio la ciudad bella. De pronto, ¡que
casualidad!

-¡Luisito! ¿Tú aquí y manejando un bici taxi?

Él también es holguinero, le contó su historia y por arte de magia
apareció la otra ciudad ante sus ojos. Por primera vez le dolieron las
ruinas de siempre, los escombros y los vertederos, las aguas albañales
corriendo por las calles como arroyos fétidos nacidos en las entrañas de
la gente; las aguas blancas goteando en las esquinas; las señoras negras
recogiendo latas en el malecón; los negros esperando a que termines tu
cerveza para llevarse la botella vacía, los blancos que se mueven en
autos de chapa blanca, siempre concentrados, descaradamente importantes.

Luis le contó:

-Duermo en un gavetero. Son casas que tienen empotradas en las paredes
camas de hormigón armado, se alquilan por ocho horas, nos lavan la ropa
y hasta se puede comer, si pagas. También dejamos nuestras pertenencias
que siempre son pocas. Es una solución para nosotros los orientales
mientras estamos aquí y ganamos algo para mandarle una tierrita a la
familia. Y oye, rodamos más que la romana del diablo, ¡pero vivimos,
coño!, y no nos dejamos morir. A veces, de vez en cuando, la
desesperación puede más.

Mireya aprendió tantas cosas que prefiere no contarlas. Luego decidió no
sufrir el regreso. Viajaría en avión, aunque el pasaje cuesta casi lo
mismo que un sueldo básico.

En el aeropuerto internacional José Martí quiso ir al baño. A la mujer
que cobra la entrada le dio un peso. La "compañera" le gritó

-¡Por allá!

Le señaló de mala gana el sitio. No había que entrar para saber que
aquello inspiraba respeto por la suciedad. Entonces le dio 25 centavos
de dólar. La mujer la miró más amigablemente. Le entregó una servilleta
y le indicó con la mano el baño de al lado, limpio y oloroso.

Mireya comprendió de pronto lo que mis hijos ya saben. Para ellos la
moneda nacional es el dinero de comprar maní. El CUC es el de la tienda,
y otorga poderes impresionantes.

Mis monedas no valen porque son el fruto de mi trabajo, las del estado
sí porque también son el fruto de mi trabajo. Al final las dos monedas
son del gobierno. Nuestra es sólo la esperanza.

http://www.cubanet.org/CNews/y07/jul07/30a3.htm

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