Friday, December 01, 2006

Requiem por el sabotaje

Opinión
Réquiem por el sabotaje

Frank País García: ¿Un pacífico luchador que no creía ni en Dios?

Leonardo Calvo Cárdenas, Ciudad de La Habana

jueves 30 de noviembre de 2006 6:00:00

Parece ser verdad aquello tantas veces repetido de que la historia la
escriben los vencedores. En el caso de lo que por tradición se ha
consentido en llamar revolución cubana han sido ampliamente comentadas
las manipulaciones, tergiversaciones, omisiones y ocultamientos con que
el poder establecido pretendió crear y apuntalar la imagen del régimen
y, sobre todo, dar fundamento y justificación a sus comportamientos y
designios, aunque para ello haya tenido que barrer con la verdad histórica.

Una de las últimas hazañas del gobierno cubano en este campo fue una
semblanza de Frank País García, quien combatió contra la dictadura de
Fulgencio Batista (1952-1958), en ocasión de cumplirse el aniversario 49
de su muerte. La caracterización omite totalmente toda referencia a su
militancia y compromiso religioso, así como el nombre completo de su
cargo: jefe de acción y sabotaje, y lo define, ora como jefe de acción a
secas, ora como jefe de acción clandestina del Movimiento 26 de julio.

En el primer caso cuesta trabajo entender que se niegue u omita algo que
era tan caro al "entrañable compañero de lucha". ¿No se acepta ya que
los revolucionarios puedan reconocer y practicar abiertamente las
creencias religiosas que tuvieron que esconder durante años? Acaso con
la omisión se pretende inducir que el personaje tenía alguna tendencia
comunista o podía "comulgar" ideológicamente con el devenir posterior de
esa revolución que antes era, según la predica de sus líderes,
nacionalista y humanista.

Valdría la pena saber qué piensan de tamaña tergiversación los hermanos
de fe de Frank País, que pocas horas después del interesado olvido
mediático se dieron públicos golpes de pecho a favor de la salud del
gobernante que más ha agredido al ejercicio de la libertad religiosa en
el hemisferio occidental.

El pasado y la violencia

Por otra parte, convertir al temido jefe de acción y sabotaje en
cualquier otra indefinida cosa puede ser el reconocimiento tácito,
tardío e insuficiente de que ningún propósito u objetivo justifica
utilizar la violencia y el terror para poner en peligro las vidas de
personas inocentes e indefensas.

¿Acaso al gobierno no le tiembla la mano para ejecutar a sus héroes y
reprimir a sus opositores pacíficos, no le alcanza el valor para asumir
de manera consecuente sus acciones pasadas, o para reconocer
abiertamente lo negativo de aquel proceder más allá de las coyunturas
históricas?

Está claro que el descrédito y rechazo que felizmente provocan en estos
días esas prácticas violentas impulsa a las autoridades cubanas a
intentar limpiar su imagen con la manipulación de términos, conceptos y
denominaciones, pero los hechos de ayer y hoy hablan por sí solos.

Son bien conocidas las cien bombas que distribuyó en La Habana, en una
sola noche, el combatiente Sergio González, homólogo capitalino de Frank
País. Suerte que le decían "el curita". ¿Qué tipo de acción se disponía
a realizar el comandante René Collazo, cuando el artefacto explosivo que
portaba le estalló en las afueras de su natal Artemisa, mutilando la
mitad de su cuerpo, limitación que no le impidió luchar por la
democracia hasta sus últimos días, sin negar jamás su pasado?

Ni qué decir de las consecuencias fatales de aquellas acciones de
incómoda recordación. Se rememora, a veces, la muerte de los
revolucionarios guantanameros que el 4 de agosto de 1957 fueron víctimas
del accidental estallido de su depósito de explosivos; sin embargo, nada
se dice nunca de las dos víctimas adicionales de la bomba que costó la
vida a la joven luchadora clandestina Urselia Díaz Báez en el céntrico
Teatro América de La Habana.

La nueva tergiversación parece indicar que ya ni siquiera se alcanza el
acostumbrado doble rasero con que los líderes cubanos tratan el delicado
tema. Ese por el cual, mientras la acción violenta destinada a lograr un
objetivo político es realizada por enemigos políticos o ideológicos, es
terrorismo, y si la misma es ejecutada por los "hermanos de lucha", es
calificada como acto revolucionario o de liberación nacional, según sea
el caso.

Vocación verdadera

Pero de poco sirve intentar falsear la historia. ¿Acaso no son
terrorismo de Estado los mítines de repudio, las amenazas y agresiones
físicas contra los activistas de derechos humanos y periodistas
independientes, destinados a impedir, mediante el miedo inducido, que el
descontento y el rechazo cada vez más extendidos en la población se
conviertan en oposición abierta y organizada?

El desenfreno de la intolerancia elevado al rango de política de Estado
es el sabotaje permanente a esa dignidad y libre albedrío de los
individuos, que los revolucionarios tanto juraron defender mientras se
ofrecían como salvadores de la nación al son del petardo y la metralla.

Con su pretendida falsificación burda de la historia, los líderes
históricos reniegan de manera poco elegante de su pasado, pero esto de
poco sirve, porque con su actuación cotidiana retratan una y otra vez de
cuerpo y alma su verdadera vocación.

Sería, por demás, muy interesante ver qué siente una persona de tan
recio carácter como el "saboteador en jefe" al percatarse de que sus
hermanos de lucha lo han despojado a conveniencia de sus dos más
reconocidas pasiones: la fe cristiana y la violencia fraticida.

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