Tuesday, November 15, 2005

SUCESION EN CUBA (II): LA VARIANTE CHAVISTA

SUCESIÓN EN CUBA (II): LA VARIANTE CHAVISTA 

Por Eugenio Yáñez *
Colaboración
Miami
Florida
E.U.
La Nueva Cuba
Noviermbre 9, 2005

El anquilosamiento físico de Fidel Castro y sus ya inocultables limitaciones neurológicas, más que un supuesto temor a acciones punitivas contra su persona que no es fácil se puedan producir por algún gobierno, mantienen al tirano en casa en los últimos tiempos y es Hugo Chávez quien se roba el show en los eventos internacionales.
Este reciente estrellato en ascenso de Chávez por evidentes razones biológicas mucho más que por un liderazgo continental que no alcanza con su lenguaje soez y sus limitados talento y talante, ha sido interpretado como un espaldarazo a los aspirantes a la sucesión en Cuba, quien con el apoyo de los petrodólares del Teniente Coronel golpista podrían mantener un discurso incendiario postcastrista y un estilo subversivo en las relaciones internacionales, sin necesidad de buscar legitimarse internacionalmente o encontrar un status quo aceptable con Estados Unidos y el resto del hemisferio.
Sin embargo, es posible que sea este impulso chavista lo que resulte, precisamente, el puntillazo final para la sucesión en Cuba por los grupos militares, con Raúl Castro como el candidato de mayor fuerza, siempre que logre un acomodo de poderes y espacios entre los generales “históricos”, los “africanos” y los que han ido conformando, familia incluida, los grupos de administradores y la burocracia militar encargada de las actividades económicas.
En este escenario, evidentemente, los civiles tan mencionados internacionalmente como posibles sucesores (nadie se atreve a hablar en público nacionalmente sobre este tema) quedan reducidos a la figura de Ricardo Alarcón, no por méritos o liderazgo que ni tiene ni le reconoce el generalato cubano, sino por su condición de posible interlocutor aceptable por Estados Unidos para hablar en nombre de, y que esos grupos militares de poder, potenciales sucesores del tirano, pueden pragmáticamente aceptar para llevar a cabo esas hipotéticas negociaciones, en una delegación gubernamental con el General Bermúdez Cutiño como segundo… por si acaso.
Hugo Chávez está apoyando decidida y decisivamente a Fidel Castro en esta etapa del final biológico del fidelismo, pero no por lealtad a una Revolución que dejó de serlo hace mucho, sino para crearse su imagen y espacio de sucesor “lógico” del antiimperialismo en América Latina.
No se trata de de que Chávez no admire realmente a Fidel Castro o que no se deslumbre ante su discurso público y privado, pero su lealtad cuartelaria es a la persona, no a la ideología que representa, y que cada día aparece más vacía, carcomida e inútil, de fracaso en fracaso.
Hugo Chávez está convencido de ser el líder natural a ocupar el vacío que dejará la desaparición física o incapacidad total de su mentor, y sabe que arrastra a esos ilustres e inefables antiglobalizadores que solo saben expresar su profundo pensamiento alternativo rompiendo vidrieras o quemando McDonalds, pero que nunca han quemado ni quemarían billetes de veinte dólares ni renunciarían a la Internet o los teléfonos celulares, verdaderos símbolos de globalización.
Si es cierto que no basta con tan insignes seguidores para que Chávez pueda consolidar un liderazgo continental que le resulta varias tallas mayor que su tamaño, no faltan tampoco intelectuales de izquierda convencidos que el hambre de los hondureños o la miseria de los paraguayos son culpa combinada de los conquistadores españoles y el imperialismo yanki, y con los libros de Eduardo Galeano en la mochila colgada a la espalda, sueñan con el paraíso cubano extendido del Río Grande a la Patagonia, mientras cenan en un restaurante parisino, apoyan a la ONU cuando les conviene, discuten sobre Fellini, Bellocio y Antonioni, leen a Fanon y admiran a Che Guevara y Arafat, como si el muro de Berlín no hubiera sido derribado por proletarios del mundo no tan unidos.
Tanto rencor acumulado en un pensamiento de “izquierda” desfasada y anacrónica, bien puede ser encaminado con unos pocos petrodólares y algunos “congresos de solidaridad con la revolución bolivariana” bien administrados. Y no faltarán los Maradona capaces de patear la historia (si no está intoxicado en ese momento) o los cantautores de guitarra y poca rima para animar los eventos.
¿Por qué Hugo Chávez debería, si lo puede tener todo tras la desaparición del tirano, seguir siendo el segundo de un equipo gris, difuso y confuso en La Habana, cuando puede resultar la prima donna latinoamericana que se lleve los aplausos?
¿Abandonará a su suerte a los herederos en el Palacio de la Revolución, cortándoles el petróleo y los generosos contratos que ha regalado a Fidel Castro? Naturalmente que no… siempre que los herederos se comporten adecuadamente.
En “SECRETO DE ESTADO. LAS PRIMERAS DOCE HORAS TRAS LA MUERTE DE FIDEL CASTRO” (Eugenio Yáñez y Juan Benemelis, Benya Publishers, Mayo 2005, segunda edición Julio 2005) vemos los diferentes grupos de poder en las esferas militares en un enfrentamiento sordo y dispuesto a la violencia para alcanzar determinados resultados aceptables dentro de un pragmatismo realista que incluye mantener una estricta dictadura política con determinadas aperturas económicas y la búsqueda de un entendimiento mínimo con Estados Unidos. Si no se trata de un “modelo chino” es al menos un “modelo de barrio chino” habanero, donde determinadas acciones de apertura podrían comenzar siendo más simbólicas que conceptuales.
Y esta es la clave del problema: ¿esos grupos sucesores, que fueron figuras durante cuarenta y tantos años, que pelearon guerras africanas con cuerpos expedicionarios de decenas de miles de soldados, o que han administrado con relativa eficiencia comparada ese bolsón económico insertado en una economía que solo daba un paso adelante cuando estaba al borde del abismo, aceptarán recibir las órdenes desde afuera a cambio de “un puñado de dólares” que les ofrezca Chávez?
Si algo caracteriza a los militares en todo el mundo es su pragmatismo: están entrenados para evaluar la correlación de fuerzas en todo momento, y habituados a hacerlo cada día; saben perfectamente cuando la batalla se puede ganar y cuando no se debe afrontar, y toda su actividad de basa en “apreciar la situación” para tomar decisiones.
Estos grupos militares, y básicamente sus líderes, siguieron a Fidel Castro toda su vida, por admiración, por su carisma y hasta por inercia cuando ahora ya todos saben que el proyecto es un fracaso absoluto. Casi todos rondan los setenta años de edad: dedicaron su vida a intentar una revolución, pero no es probable que estén dispuestos a dedicar lo que les quede de vida a una segunda revolución, más aún teniendo en cuenta los resultados de la primera.
Esos hoy generales no vacilaron cuando el tirano les ordenó ir para Angola o Etiopía, ni anteriormente cuando debieron ir a Venezuela, Perú, Colombia, Argentina, Brasil, Chile, Mozambique, Guinea Bissau, Viet Nam, Argelia, Somalia, Congo o Namibia: creían en él y le seguían incondicionalmente; arriesgaron sus vidas… y hoy ven los resultados.
¿Quién les ordenaría repetir la historia sin estar presente Castro? Indudablemente, no pueden ser Carlos Lage, Pérez Roque, Machado Ventura o Alarcón. ¿Raúl Castro? Es una orden que él no daría a estas alturas. ¿Quién queda? ¿Hugo Chávez?
No es posible imaginar estos patriarcas militares aventurándose en Ecuador, Perú, Paraguay o Brasil, o en el Congo, Nigeria o Guinea, en aras de una revolución inexistente y de un triunfo imposible. Ni siquiera como asesores: ellos nunca más dirán, como antes: “Compañero Teniente Coronel: Ordene”.
Son más proclives a un experimento transicional que preserve hipotéticos “logros de la revolución” que a una nueva aventura guevarista latinoamericana o a un castrismo que convirtió a Cuba en manicomio y su economía en un desastre. Aunque parezca increíble, en las futuras decisiones de gobierno, los generales cubanos actuarán más cerca de los generales Pinochet en Chile o Morales Bermúdez en Perú, propiciando una transición controlada, que de un Chávez desenfrenado o un Daniel Ortega ingobernando Nicaragua.
¿Es posible que Fidel Castro, por descuido o senilidad, haya dejado pasar inadvertido este escenario? No, no es posible.
Sabe perfectamente que en Cuba, tras él, el diluvio será poco comparado con lo que viene, y que, de una forma o la otra, todo su andamiaje de casi medio siglo desaparecerá más temprano que tarde. Pero eso no le preocupa demasiado. Ni la sucesión en Cuba le preocupa.
Las medidas actuales, de volver a apretar las tuercas a todo intento de resquebrajamiento de la red económico-represiva establecida durante casi medio siglo, crearán situaciones económicas y sociales mucho más difíciles en Cuba, al borde del estallido. La policía nunca se ha destacado, en ningún lugar del mundo, por administrar la economía. Pero Castro convierte los administradores en policías, y los policías en administradores. Con el doble resultado de que nada puede funcionar bien.
Sabiendo que no es inmortal, ya a esta altura no le importa Cuba (nunca le ha importado) ni el destino de sus sucesores, quienesquiera que sean, pues no tienen más alternativa que el desastre y luchar para sobrevivir política y físicamente.
Ahora lo que le interesa y busca el máximo líder es la metástasis encarnada en Hugo Chávez, y la revolución extendida por América Latina: si no lo hicieron sus guerrilleros en cuarenta años, que lo hagan sus agentes de inteligencia y los petrodólares de Chávez. El discurso bolivariano de Chávez es en realidad el pensamiento rumiado y oculto que yace en la mente de Fidel Castro.
Castro apuesta varias cartas al mismo tiempo:
· El inevitable desastre que le seguiría a su desaparición en Cuba mostraría ineptos e incapaces a sus sucesores, y consolidaría su figura mesiánica como “el único” o “el irrepetible” Comandante en Jefe de la Revolución cubana.
· Si los sucesores optaran por el Teniente Coronel y aceptaran el papel de segundos, quedaría limpia su imagen como el Comandante en Jefe visionario y estratega, habiendo asegurado con Hugo Chávez en Venezuela el relevo para el sostenimiento de la revolución cubana y sus “logros”.
· Y si los sucesores se desgajan de Chávez y buscan sus propios caminos alejándose del Teniente Coronel, y consiguientemente aproximándose a otras costas muy cercanas, quedaría la imagen del Comandante en Jefe iluminado que, anticipándose, traspasó a Chávez las banderas de la revolución que se rendirían en Cuba.
Tétricamente notable: Castro se olvida de Cuba y prepara su sucesión, pero a su manera, para él mismo y nadie más. Bolívar resucitado en Latinoamérica, sí, pero en él mismo, Fidel Castro, más nadie.
Para Chávez quedaría, según Castro, si acaso un papel de Antonio José de Sucre, Mariscal de Ayacucho.
Solo que esta vez en América Latina no hay vanguardias que pelear en Junín, ni imperios a derrotar en Ayacucho, ni naciones que fundar, ni próceres a surgir.
Lo que hay ahora es hambre que eliminar, empleos que crear, democracias que establecer, estados de derecho por legislar, prosperidad que multiplicar.
El socialismo del Siglo XIX se olvidó de América Latina, el del Siglo XX no pudo resolver los problemas, y el del Siglo XXI no tiene fondo ni rumbo.
No son próceres ni mariscales lo que se necesita ahora en el continente, sino economistas y gerentes, demócratas y legisladores, líderes honestos, eficiencia, legalidad.
Ni Castro ni Chávez, absolutos frustrados, caben en el mundo que ya está naciendo en América Latina, aunque los escándalos de las actuales manifestaciones vocingleras en Mar del Plata, Caracas y La Habana no permitan discernirlo claramente todavía.
A lo largo de su vida, Fidel Castro solo ha logrado realmente dos cosas, cuando hacemos el balance de su obra: mantenerse en el poder hasta el final, y preparar una herencia maldita tras de sí para cuando ya no esté.
Como el Cid Campeador, necesita desesperadamente obtener esa gran victoria tras su muerte, para que su leyenda perdure para siempre: obtenerla como sea y donde sea, en Cuba, en Venezuela, o en el infierno.

* Eugenio Yáñez es analista, economista y un especialista en la realidad cubana. Ha publicado varios libros y junto a Juan Benemelis es autor de "Secreto de Estado. Las primeras doce horas tras la muerte de Fidel Castro" (Benya Publishers, Miami, mayo de 2005).
 

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