¿Dónde están los negros?
Luis Cino
LA HABANA, Cuba - Noviembre (www.cubanet.org) - Dicen que en Cuba no hay racismo. El socialismo lo eliminó de un plumazo. Es un problema resuelto. Otro de los logros de la revolución.
Ese es un asunto que no se discute. Menos aún entre cubanos blancos. Un escobazo ocultó bajo la cama el polvo que había en el piso. A buen recaudo de las miradas indiscretas.
Desde la Independencia, los cubanos nos hemos negado testarudamente a aceptar la existencia del problema racial.
También bajo la cama fueron a parar los casi tres mil negros masacrados en 1912. Allí ya habían ocultado el cadáver de un inconveniente general mambí que casualmente era negro, Quintín Banderas.
En la bola negra que alguien impuso a Fulgencio Batista para vetar su ingreso al Miramar Yacht Club, más que su origen de clase y su ilegitimidad como presidente de facto, pesó el color de su piel. La tez rubicunda del falso Mesías que lo derrocó pareció una bendición del cielo a la burguesía criolla.
Al triunfo de la revolución, exclusivos playas y hoteles segregados fueron eliminados. Nicolás Guillén cantaba en su poema Tengo:
Tengo, vamos a ver
Que siendo un negro
Nadie me puede detener
A la puerta de un dancing o de un bar.
En los primeros años era inconcebible que un negro fuera desafecto al régimen revolucionario. ¿Cómo era posible semejante abominación?
La revolución había "bajado a los negros de los árboles y les había cortado la cola". Así, como lo oyen. La frase, paternalistamente cruel e intrínsecamente racista, se repitió hasta la saciedad. No se sabe quién la acuñó. No fue el Comandante en Jefe. No por anónima dejó de ser reiterada, como si para los negros no existieran opciones que no pasaran por el marxismo leninismo.
¿Les digo la verdad? En Cuba, la discriminación racial no se acabó. Pregunte a los negros si no lo cree.
El racismo siempre ha estado prendido a la vida cubana. Como una mala hierba. Bien arraigado en los prejuicios. Acuñado en estereotipos comunes del imaginario colectivo.
Los negros sólo sirven para la música y los deportes. Fuera de ahí, búsquelos en juergas, borracheras y rumbantelas. Son vagos, escandalosos, incompetentes y ladrones.
Además del deporte y la música, para algo tenían que servir. Hay toda una mitología sexual en torno a ellos. Las negras son calientes. Los negros son desmesurados atletas eróticos.
De la famosa película Fresa y Chocolate trascribo un bocadillo que no tiene desperdicio. Lo dice Diego, el protagonista gay, a David. Escuchando a María Callas, toman té hindú en tazas de porcelana de Cebres que una vez pertenecieron a la familia Loynaz del Castillo:
"¿Racista yo? ¡Niño! Yo sé muy bien lo que vale un negro. Pero no son para tomar té. Es una lástima. Das un pestañazo y zas, desapareció el negro y la porcelana de Cebres".
Elementos de origen africano han devenido en símbolos de la nacionalidad: la música, los bailes, expresiones del habla popular, los cultos sincréticos.
Los jerarcas culturales descubrieron el filón. Para ellos, los negros eran poco más que folklore y brujería. Ahora los convirtieron en carnada para atraer turistas. Sus dólares salvarían al comunismo cubano. Para ello, inventaron los diplobabalaos, los collares de santería sin aché y las letras del año de utilería de la Asociación Cultural Yoruba.
Negros y mulatos conforman, según cifras oficiales, el 63% de la población cubana. Los no blancos pueden ser muchos más. En el censo nacional de población, a los cubanos les es posible escoger su raza. Los que no tienen pronunciados rasgos negroides suelen declararse blancos.
El abigarrado mestizaje cubano crea una amplia categoría intermedia de personas que no son blancas ni negras. "Pasan por blancos". Su identidad racial neutralizada promueve la discriminación a la vez que niega su existencia.
En la Cuba para turistas, apartando los ojos del escenario y la pista de baile, uno pudiera acabar preguntándose donde están los negros.
No los busque en los puestos vinculados al turismo o a las corporaciones con capital extranjero. En ellos se exige "buena presencia", al parecer, casi según los patrones hollywoodenses de los años 40.
Tampoco están en las altas esferas de poder. El 85 % de los miembros del Politburó son blancos. Entre los demás dirigentes del Estado y el partido único los negros y mulatos se pueden contar con los dedos. Son las excepciones que confirman la regla.
En el cine y la televisión, raramente los negros son protagonistas. Ellos tienen reservados los papeles de esclavos.
Sin embargo, son la mayoría de la población penal en las más de 200 prisiones diseminadas por el país.
Históricamente, ha sido un aberrante círculo vicioso. Los negros han sido relegados. Les han negado oportunidades. Las estrategias de supervivencia de los más desafortunados han sido interpretadas como pruebas adicionales de su pretendida inferioridad. Se creó el axioma de su supuesta propensión a delinquir.
Despiertan la suspicacia de las rondas policiales. Son las principales víctimas de redadas y operativos de la PNR.
"Es como si no hubiera jineteras blancas. Como si los blancos no robaran ni fumaran marihuana", me dijo un desolado amigo rasta de Mantilla que ha optado por encerrarse en su casa a oír reggae. El sabe de registros en la vía pública, de calabozos y de actas de peligrosidad.
En Cuba, no hable con los blancos (o los que lo parezcan) de discriminación racial. Los hará sentir incómodos. Le dirán que el racismo no es un problema aquí. No faltará quien le diga que hablar de eso trae divisiones que sólo benefician al enemigo imperialista.
Si quiere saber, recorra las calles habaneras. Hágalo sin ideas preconcebidas ni aires de solidaridad tercermundista. Siéntese en la esquina, entre en los solares. Tal vez así descubra donde están los negros.
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