Posted on Wed, Nov. 30, 2005
Rosa Parks desde ojos cubanos
ENRIQUE PATTERSON
Rosa Parks, que falleció el 24 de octubre del año en curso, testigo y víctima de una de las mayores ignominias sociales (el racismo, la discriminación racial) del pasado siglo, hizo que Estados Unidos arribara al siglo veintiuno con un capital de decencia y justicia que en el siglo anterior era deficitario.
A partir de un acto de autorredención, negarse a cederle el asiento a otro pasajero, cambió la historia norteamericana e hizo que el ''sueño americano'' no fuera privativo de una raza. Para la generalizada e inmoral conciencia de la época, la señora Parks era sólo una ''negra''; un estatus ''naturalmente'' inferior a la condición de dama y ciudadana, el color crema de leche de su piel le prohibía permanecer sentada mientras un cara pálida estuviera de pie en el transporte público.
Se hace difícil racionalizar a estas alturas cómo es posible que la gama sepia de la epidermis pueda afectar y hasta impedir el acceso a derechos tan universales como la educación, el empleo, los servicios públicos y, en general, el poder económico y político. Aún existe semejante conciencia, pero gracias a Rosa Parks actuar en tal sentido, además de un delito, se convierte en un signo de mal gusto.
La señora Parks ni siquiera imaginó que desencadenaba un movimiento de alcances incalculables en la historia social y política del país y del mundo. Después vinieron acciones colectivas: el boicot al transporte público en Montgomery, que el liderazgo de Martin Luther King convirtió en un movimiento de dimensiones tales que trastocarían la conciencia moral de la sociedad estadounidense y del planeta; pero aquella negativa personal constituyó la chispa que inflamó las conciencias de los negros y de no pocos blancos decididos a acabar con esa rémora de la esclavitud.
Desde una óptica cubana me interesa apuntar cómo el gesto de, hasta aquel momento, una anodina costurera, pudo convertirse en levadura de un cambio social.
Los cubanos educados en el régimen castrista crecimos con la aseveración de que las sociedades capitalistas son inevitablemente discriminatorias y racistas, cuando en verdad cualquier sociedad puede serlo. Aceptando que la ética del capitalismo es la ganancia, habría que preguntarse si el boicot al transporte público de Montgomery hubiera podido darse, y ser exitoso, en una sociedad donde el Estado fuera el dueño absoluto de todas las empresas.
Hubo un punto donde los dueños de los medios de transporte que discriminaban a los negros no podían darse el lujo de que esa gran masa de la población se negara a gastar su dinero donde no era tratada con respeto. Esto se hace extensivo a toda la sociedad; la existencia de una amplia clase media negra con alto poder adquisitivo decidida a no gastar su dinero en los sitios donde no se la respetaba es otro hecho a considerar. Un mercado libre desarrollado no es a la larga compatible con prácticas segregacionistas. Mientras más pobres sean los negros más serán discriminados y segregados, y viceversa. Por eso en todo racista late el disgusto si ve prosperar económicamente a los miembros del grupo discriminado y hacen lo indecible para impedir que ocurra.
Igualmente, habría que preguntarse si en una sociedad donde no existen ni los precarios espacios democráticos que existían en EEUU en la década del cincuenta, ni la posibilidad de reunirse y manifestarse públicamente, de imprimir periódicos y concientizar a las víctimas de las prácticas discriminatorias sería posible que un acto individual se convirtiera en un movimiento colectivo.
Y por último, si sería posible el movimiento de los derechos civiles y su triunfo pacífico sin la existencia de poderes independientes en el Estado y un Tribunal Supremo dispuesto a hacer cumplir una constitución violada por las legislaciones estatales.
Todo ese tejido de una sociedad abierta, hicieron posible que la valentía y el cansancio de una dama democratizaran la primera economía del planeta. En Cuba retrocedimos en sentido contrario: liquidación de los precarios espacios civiles, de la sociedad abierta y de los fundamentos del Estado moderno, conducentes a una violación masiva de los derechos civiles y políticos.
Si antes de 1959 los negros no tenían acceso a ciertos lugares públicos como hoteles y playas ahora todos los cubanos son tratados como ''negros''; si la discriminación racial era una práctica a la hora de encontrar un buen empleo, ahora se usa la discriminación política y, de todos modos, los negros siguen siendo los que viven en peores condiciones de vivienda, los que tienen los peores empleos, los que componen la mayoría de la población penal y, además, desde 1959 perdieron la capacidad de organizarse y clamar por sus reivindicaciones.
América está orgullosa de la señora Parks: por eso su cadáver fue tendido en la rotonda del Congreso. Sin escribir una línea la señora Parks puso su acción a la altura de la de los padres fundadores. De no haber triunfado, el sueño americano hubiera sido un fraude. En Cuba el régimen pretende que los negros le estén agradecidos quizás por haberles quitado un derecho que no pudo arrebatarles la república racista y discriminatoria: el derecho a organizarse y expresarse. Algo que convierte las promesas del castrismo en un fraude de cuarenta y seis años.
Rosa Parks desde ojos cubanos
ENRIQUE PATTERSON
Rosa Parks, que falleció el 24 de octubre del año en curso, testigo y víctima de una de las mayores ignominias sociales (el racismo, la discriminación racial) del pasado siglo, hizo que Estados Unidos arribara al siglo veintiuno con un capital de decencia y justicia que en el siglo anterior era deficitario.
A partir de un acto de autorredención, negarse a cederle el asiento a otro pasajero, cambió la historia norteamericana e hizo que el ''sueño americano'' no fuera privativo de una raza. Para la generalizada e inmoral conciencia de la época, la señora Parks era sólo una ''negra''; un estatus ''naturalmente'' inferior a la condición de dama y ciudadana, el color crema de leche de su piel le prohibía permanecer sentada mientras un cara pálida estuviera de pie en el transporte público.
Se hace difícil racionalizar a estas alturas cómo es posible que la gama sepia de la epidermis pueda afectar y hasta impedir el acceso a derechos tan universales como la educación, el empleo, los servicios públicos y, en general, el poder económico y político. Aún existe semejante conciencia, pero gracias a Rosa Parks actuar en tal sentido, además de un delito, se convierte en un signo de mal gusto.
La señora Parks ni siquiera imaginó que desencadenaba un movimiento de alcances incalculables en la historia social y política del país y del mundo. Después vinieron acciones colectivas: el boicot al transporte público en Montgomery, que el liderazgo de Martin Luther King convirtió en un movimiento de dimensiones tales que trastocarían la conciencia moral de la sociedad estadounidense y del planeta; pero aquella negativa personal constituyó la chispa que inflamó las conciencias de los negros y de no pocos blancos decididos a acabar con esa rémora de la esclavitud.
Desde una óptica cubana me interesa apuntar cómo el gesto de, hasta aquel momento, una anodina costurera, pudo convertirse en levadura de un cambio social.
Los cubanos educados en el régimen castrista crecimos con la aseveración de que las sociedades capitalistas son inevitablemente discriminatorias y racistas, cuando en verdad cualquier sociedad puede serlo. Aceptando que la ética del capitalismo es la ganancia, habría que preguntarse si el boicot al transporte público de Montgomery hubiera podido darse, y ser exitoso, en una sociedad donde el Estado fuera el dueño absoluto de todas las empresas.
Hubo un punto donde los dueños de los medios de transporte que discriminaban a los negros no podían darse el lujo de que esa gran masa de la población se negara a gastar su dinero donde no era tratada con respeto. Esto se hace extensivo a toda la sociedad; la existencia de una amplia clase media negra con alto poder adquisitivo decidida a no gastar su dinero en los sitios donde no se la respetaba es otro hecho a considerar. Un mercado libre desarrollado no es a la larga compatible con prácticas segregacionistas. Mientras más pobres sean los negros más serán discriminados y segregados, y viceversa. Por eso en todo racista late el disgusto si ve prosperar económicamente a los miembros del grupo discriminado y hacen lo indecible para impedir que ocurra.
Igualmente, habría que preguntarse si en una sociedad donde no existen ni los precarios espacios democráticos que existían en EEUU en la década del cincuenta, ni la posibilidad de reunirse y manifestarse públicamente, de imprimir periódicos y concientizar a las víctimas de las prácticas discriminatorias sería posible que un acto individual se convirtiera en un movimiento colectivo.
Y por último, si sería posible el movimiento de los derechos civiles y su triunfo pacífico sin la existencia de poderes independientes en el Estado y un Tribunal Supremo dispuesto a hacer cumplir una constitución violada por las legislaciones estatales.
Todo ese tejido de una sociedad abierta, hicieron posible que la valentía y el cansancio de una dama democratizaran la primera economía del planeta. En Cuba retrocedimos en sentido contrario: liquidación de los precarios espacios civiles, de la sociedad abierta y de los fundamentos del Estado moderno, conducentes a una violación masiva de los derechos civiles y políticos.
Si antes de 1959 los negros no tenían acceso a ciertos lugares públicos como hoteles y playas ahora todos los cubanos son tratados como ''negros''; si la discriminación racial era una práctica a la hora de encontrar un buen empleo, ahora se usa la discriminación política y, de todos modos, los negros siguen siendo los que viven en peores condiciones de vivienda, los que tienen los peores empleos, los que componen la mayoría de la población penal y, además, desde 1959 perdieron la capacidad de organizarse y clamar por sus reivindicaciones.
América está orgullosa de la señora Parks: por eso su cadáver fue tendido en la rotonda del Congreso. Sin escribir una línea la señora Parks puso su acción a la altura de la de los padres fundadores. De no haber triunfado, el sueño americano hubiera sido un fraude. En Cuba el régimen pretende que los negros le estén agradecidos quizás por haberles quitado un derecho que no pudo arrebatarles la república racista y discriminatoria: el derecho a organizarse y expresarse. Algo que convierte las promesas del castrismo en un fraude de cuarenta y seis años.
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