Wednesday, July 13, 2011

El diabólico permiso para viajar

El diabólico permiso para viajar
Martes, 12 de Julio de 2011 00:13
Tania Díaz Castro

Santa Fe, La Habana, 7 de julio de 2011, (PD) Debo confesar que gocé de
libertad casi desde que salí del útero de mi madre, un atardecer de
1939. No es que viviera una vida anárquica. No. Es que me crié entre un
semillero de tías y tíos por parte de madre y de padre y todos, todos
sin excepción, me querían y me hicieron la vida muy agradable.

De niña, si quería subir a la grupa del caballo del lechero, sin permiso
de nadie, recorría todo el pueblo, contenta y respirando el olor de la
leche recién ordeñada de las vacas del campesino.

Un poco mayor, me iba con un grupo de amigos al río y allí éramos
realmente felices al disfrutar a plenitud de la hermosura agreste del
paisaje.

Luego, al salir de la adolescencia, tuve la suerte de comenzar a
escribir periodismo y viajé todo lo que quise. Eran los años en que
podíamos proponer un reportaje en cualquier lugar de la isla y de esa
forma conocí toda Cuba y sus más intrincados rincones.

También viajé a varios países, y pude conocer ciudades tan bellas como
Río de Janeiro, Tokio, Madrid y otras.

Hasta ahí todo fue de color de rosa. Luego vinieron tiempos malos. Me
convertí en opositora de la dictadura castrista y mi libertad se hizo
añicos. Conocí la cárcel, las torturas psicológicas en las celdas
tapiadas de la Seguridad del Estado -que puede que aún dirija Fidel
Castro- y mi casa se fue a pique junto a mi pequeña familia: mi padre y
mis tres hijos.

Mi padre murió en el exilio. Mis hijos viven en el extranjero y yo en
Santa Fe, sola y sin poder visitarlos, porque jamás, ni aun cuando en
eso me vaya la vida, tocaré a las puertas del amo con el objetivo de
pedir permiso para viajar fuera de Cuba.

Es un juramento que me he hecho a mí misma. Aunque sospeche que se
pondrían contentísimos, porque ganas tienen de salir de todos los que
nos oponemos a la dictadura, de mi boca nunca saldrá esa petición.

¿Acaso pedí permiso para venir a este mundo, para sentirme triste ante
los ocasos del invierno, ante la pérdida de un amor, ante la partida de
un hijo?

Un colega de la prensa independiente, Ernesto Roque, vio partir a su
esposa e hijos hacia Estados Unidos. El se quedó, sin permiso para
viajar. Tan enfermo de tristeza estuvo que murió meses después, a la
espera de la tarjeta blanca.

Los miembros del Ministerio del Interior jamás tendrán a esta anciana
delante de un buró, en busca de la diabólica tarjeta blanca donde diga
que el amo me autoriza a viajar.

Mejor espero a que el amo estire la pata y los cubanos podamos vivir sin
amo alguno. O la estire yo. Porque para morir, por supuesto que no
tendré que pedirle permiso a nadie. Es más, hasta me iré al barrio de la
estratosfera que yo escoja. Eso sí, jamás al mismo donde Dios, con una
patada, envíe al Diablo.

vlamagre@yahoo.com

http://www.primaveradigital.org/primavera/sociedad/sociedad/1788-el-diabolico-permiso-para-viajar

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