Lunes, 31 de marzo de 2008 | 10:22
Desde principios de los setenta hasta la fecha no he dejado de visitar,
con alguna empecinada periodicidad, la Isla. Y hasta hoy me impresiona
cómo un país relativamente pequeño y alejado del centro geográfico de la
región latinoamericana tiene un impresionante ascendiente. Derechas e
izquierdas, burgueses y marginados, deben referirse a Cuba, ya sea para
reprobarla, ya sea con admiración y elogios. Ambas posturas exageran sus
adjetivaciones. Es difícil enunciar un juicio ecuánime. Y con superiores
razones, en estos días de anunciado viraje.
Raúl Castro asumió en febrero último una durísima tarea: preservar
la herencia y los mensajes de su hermano incorporándoles cambios que se
ajusten a las cambiantes y cambiadas circunstancias. Los fervores
revolucionarios de los sesenta se han enfriado, la invasión de turistas
e inversiones extranjeras altera actitudes y expectativas, y la Isla
que, en los setenta se vanagloriaba por la ausencia de vandalismo y
prostitutas, hoy debe reconocerlos como plagas sociales acaso incurables.
Sin carisma pero con un sentido realista que acaso faltaba a Fidel,
su hermano ha iniciado cambios que tendrán multiplicados efectos en
todas las esferas de la vida. Uno de ellos es la liberalización en la
venta de computadoras que permitirá a los ciudadanos el acceso al
Internet en horas pre-establecidas. También la difusión del intranet
aproximará no sólo a las familias y a los amigos, sino a los que
adhieren a doctrinas políticas disidentes.
Otra novedad no menos importante es el permiso que se concede a
ciudadanos cubanos a ingresar libremente a los hoteles donde se hospedan
turistas. Hasta mi último viaje a la Isla esta posibilidad estaba
estrictamente cerrada por un guardia y un perro de fino olfato apostados
en la única entrada del hotel. Desde ahora los cubanos podrán no sólo
compartir una copa con extranjeros sino incluso rentar una habitación si
cuentan con los medios para pagarla.
También la libre venta de DVD y aparatos de vídeo alterarán el
panorama cultural. Ciertamente, no todos podrán pagar por ellos. Pero
cabe suponer que familias enteras practicarán una suerte de "socialismo
doméstico" : compartirán el goce que suministran estos aparatos
electrodomésticos.
Así las cosas, Raúl Castro parece tender a la institucionalización de
un tímido y controlado capitalismo en la Isla sin perder los controles
políticos. Estrategia complicada. No todas sus repercusiones son
previsibles. Pero la dirección es correcta, y podría encontrar ecos
favorables cuando la oscura administración de Bush abandone Washington.
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