La Náusea en el Palacio del Segundo Cabo
Víctor Manuel Domínguez, Lux Info Press
LA HABANA, Cuba - Diciembre (www.cubanet.org) - El inicial deslumbramiento de Jean Paul Sartre por la Revolución Cubana, si bien tuvo un epílogo de inquieta opacidad por la postura de las autoridades de la Isla ante la Primavera de Praga, el caso Padilla y otros actos censurables contra los cuales el escritor y filósofo francés comprometió su autorizada firma, es rescatado en el año de su centenario como si jamás hubiese existido ningún tipo de fisura.
Aunque arrimar la brasa de la eticidad y el compromiso intelectual al fuego de una ideología en ascuas resultó un acto rutinario en la Cuba de hoy -necesitada del apoyo de ilustres concomitantes en su bregar del ser a la nada, en el concepto más práctico-, el rescate del pensamiento y acción de un hombre que siempre se alineó junto a las causas más justas, paga una deuda moral con el creador, y estimula el resentimiento de un escenario político-cultural contradictorio como toda obra humana, pero aún más cuando nace del dogma y no del análisis de las reglas impuestas.
Resumir desde una actitud más abierta todas las coordenadas filosóficas del autor de La Náusea, La Ramera Respetuosa, El Ser y la Nada, entre otras obras que redondearon su teoría filosófica del existencialismo como acto de libre compromiso, es sin dudas un paso adelante en la búsqueda de esa libertad que tanto propugnó Sartre.
La publicación de La Náusea y ensayos por la Editorial Arte y Literatura que, además, recoge en el volumen de 380 páginas la serie de artículos Huracán sobre el azúcar, escritos por el también dramaturgo durante su visita a la isla en 1960 junto a su compañera de la vida y la literatura Simone de Beavoir, establece un replanteo ético-social que borra las rupturas surgidas desde anteriores décadas, y abre un nuevo camino hacia el debate existencial de las nuevas generaciones de cubanos del único escritor que rechazara el codiciado Premio Nobel de Literatura por temor a la supuesta deuda que contraería con su libertad de creación, y como acto de rebeldía ante lo establecido, más que un placer resulta una inmersión en las posturas políticas y humanas desde el preámbulo de la Segunda Guerra Mundial, pasando por los convulsos años 60 hasta llegar a nuestros días.
El alevoso pacto Molotov-Ribbentrop, que puso en la misma balanza los supuestos valores del comunismo soviético con el fascismo alemán; a Iosiv Stalin junto a Adolf Hitler, fue un detonador sin nombre contra los luchadores de izquierda, quienes, traicionados en sus más íntimos principios del demagógico eslogan: "Un mundo mejor para todos", sólo vinieron a restañar sus maltrechos pensamientos y sus credenciales de antagonistas y profetas del rumbo militarista del conservadurismo occidental, cuando la guerra de Viet Nam y otros terrores desembarcaron en las calles de Francia en mayo de 1968, o los ensordecedores ecos de contiendas actuales no dejan escuchar los gritos inconformes de la humanidad.
Si las múltiples conferencias, los diversos debates, las puestas en escena, la proyección de películas y la edición de otros títulos como Sartre-Cuba. Cuba-Sartre, Surco, Semilla, y ¿Qué es la literatura?, realizadas en varios escenarios de Ciudad de La Habana, del 22 al 26 de noviembre como homenaje al centenario de Sartre, fructificaran, sólo sería posible bajo el fértil terreno de la libertad, porque como decía el autor de A puerta cerrada y Las palabras: "No se escribe para esclavos. El arte de la prosa es solidario con el único régimen donde la prosa tiene sentido: la Democracia".
La presentación en los portales del Palacio del Segundo Cabo de La Haban de libro La Náusea y ensayos, que contó con una introducción al mundo sartreano de la doctora Graciela Pogolotti, junto a un intelectual anglo-pakistaní, amigo y seguidor del filósofo francés, y el doctor Eduardo Torres Cuevas -como punto final de un merecido homenaje-, si bien no es una clara señal de que los tiempos cambian, al menos puede ser el último aviso de que tienen que cambiar.
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