La violencia como estrategia del comunismo republicano
Réplica a Vladimiro Roca
José Gabriel Barrenechea, Santa Clara | 07/04/2017 10:59 am
La última entrega de Espacio Laical ha abierto sus páginas a Vladimiro
Roca, quien desde ellas replica a un trabajo que en el número anterior
de dicha revista publicara el historiador Newton Briones Montoto. Con,
¿Una historia mal contada?, el conocido disidente comunista cubano
interviene en una polémica en la que no es él ni mucho menos el primero
en hacerlo, y que tomara impulso con la publicación de La Muerte de
Jesús Menéndez: una historia mal contada. Pero que en propiedad ya había
iniciado el autor de estas líneas con El gansterismo comunista de la
época republicana, en la edición de Diario de Cuba correspondiente al 12
de abril de 2016.
En lo que sigue intentaré demostrar que en verdad el Partido Comunista
cubano de la época republicana tenía a la violencia como estrategia, la
tesis central del trabajo de Briones Montoto, como muy bien advierte el
señor Roca en el suyo. En un trabajo posterior me concentraré en la
muerte de Jesús Menéndez, lo que también él comprende como lo secundario
en aquel. En esa segunda entrega, más que intentar negar lo que para mí
es evidente: que a Jesús el capitán Casillas lo mató por la espalda, y
que no lo hizo por un arranque del momento, indagaré en las particulares
circunstancias de ese crimen y expondré a los autores intelectuales del
mismo. Lo cual incluye desentrañar si a mi coterráneo sus
correligionarios comunistas lo entregaron como víctima propiciatoria en
sus rejuegos electorales. Para lo cual habrá que hacer un poco la
historia del diferencial azucarero, por cierto.
Debo partir de reconocer que el señor Roca está en lo correcto: ni es
investigador, ni historiador, ni muchísimo menos tiene aptitudes para
ninguna de las dos actividades. El que cite en su ayuda, y sin hacer
economías, nada menos que al que no podría ser más que el máximo
responsable de la estrategia violenta: su padre, Blas Roca, y en una de
esas interpretaciones históricas tan suyas, llenas de tendenciosidades,
olvidos y simplificaciones, aquel bodrio llamado Los fundamentos del
socialismo en Cuba, lo demuestran a las claras sin necesidad de que
Vladimiro se tomara la molestia de explicitarlo al inicio del artículo.
Pero también debo reconocer que en esto de la aplicación de la violencia
los comunistas republicanos no eran ni un caso excepcional de nuestra
vida política, ni mucho menos los peores exponentes. Lo que si debe
admitirse es que por sus creencias fundamentalistas, que les permitían
actuar sin que los remordimientos morales los afectaran, solían aliarse,
o por lo menos intentaron acercarse, a los grupos políticos más cruentos
de la historia republicana: los batistianos y los machadistas.
Me limitaré en lo que sigue a exponer cinco hechos que corroboran a las
claras que el Partido tenía a la violencia como uno de sus métodos
preferidos al interactuar con otras fuerzas políticas, sobre todo cuando
estas amenazaban el monopolio que sobre el movimiento obrero cubano les
había cedido en 1938 el entonces coronel Fulgencio Batista. Luego
reflexionaré un poco sobre las razones de porqué al contrario del
pistolerismo post-revolucionario su historial ha sido tan
convenientemente olvidado.
Primero. El 17 de junio de 1934 el partido ABC concentró a entre 50 u
80.000 seguidores en el Paseo del Prado habanero. Esta gran demostración
de fuerzas de los abecedarios fue disuelta a tiros por Paulino Pérez
Blanco, Ivo Fernández Sánchez y Rodolfo Rodríguez, militantes del
guiterismo, en común con miembros del Partido Comunista. La acción dejó
un saldo de 14 muertos y numerosos heridos. En La Revolución del 30: sus
dos últimos años José A. Tabares del Real escribe: "…los golpes
propinados por el Ejército Libertador, tropa de choque del PCC, dirigido
por Ramón Nicolau, (grupo) al que hay que acreditar numerosos sabotajes,
su acción contra la concentración fascista abecedaria de junio…"
(Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, página 306).
¿Podría acaso Vladimiro escribirnos una pequeña historia de ese
mencionado Ejército Libertador, apoyándose en la papelería privada de su
padre, si es que aún la conserva? Con esto le haría a la Historia de
Cuba un mayor favor que con réplicas en las que no echa mano de otros
argumentos que de las reinterpretaciones cargadas de omisiones de los
mismos acusados.
Segundo: En el libro de entrevistas Secretos de Generales, de Luís Baez,
Filiberto Olivera Moya, alguien que heredó de su padre las simpatías por
el Partido Comunista, nos cuenta:
"En 1940 decidí regresar a Santa Clara (con el objetivo) de participar
en las elecciones. Cuando llegué me fui directamente a San Diego del
Valle. Allí me entrevisté con Tomás Díaz, que era el secretario del
Partido Comunista. Le planteé que quería cooperar en las elecciones para
evitar que ganaran los conservadores o los liberales… Me mandó a hablar
con Emiliano Lugo Ochoa que era el candidato a alcalde que respaldaban
los comunistas. Este aceptó mi apoyo. Le pedí que me diera dos o tres
personas de confianza, aparte de las que (ya) yo tenía."
"En total logré armar a más de 100 hombres y montarlos a caballo. Como
tenía muchas relaciones, cuando venían los guardias me avisaban y me iba
por otro lado."
"Los conservadores contaban con el respaldo de Arturo González, conocido
como el pato, que andaba con más de un centenar de personas armadas… El
primer combate se dio en el Jobo, frente a la caza del terrateniente
Ulises Camacho. En la acción perdió la vida uno de mis hombres."
Narra luego Olivera, ya general castrista, dos enfrentamientos más, uno
de ellos en presencia de Pancho Infiesta, el candidato a alcalde de la
otra facción. Y cuenta que "los órganos represivos tenían órdenes de
capturarme", lo que sin embargo no impidió que con total impunidad se
paseara por toda la región y que el día en que se efectuaron las
elecciones distribuyera a sus hombres por todos los centros de votación,
sin que nadie, incluidos sus oponentes, se lo estorbaran, como a
continuación cuenta:
"El día de las elecciones distribuí a mis hombres en los distintos
colegios electorales. Tenían instrucciones precisas de que el voto fuera
libre. No podían permitir la compra de cédulas y al que llevara dinero
para esos fines se lo expropiaban. Llegamos a requisar 75 mil pesos."
"Nuestro candidato salió electo. El dinero obtenido (los 75 mil pesos)
lo repartimos entre nuestra gente. Estuvimos tres días de fiesta.
Finalmente decidí volver a La Habana."
Debemos agregar detalles importantes que Olivera prefiere no contar,
poner en contexto otros a los que sí hace referencia, y mirar con
suspicacia ciertas cifras. En primer lugar, ese 14 de julio de 1940 no
solo se votó a los alcaldes cubanos, sino también a los miembros del
Congreso y al presidente de la república. Se desprende de ello que este
señor, que más adelante se caracterizará en la entrevista como
anti-batistiano de toda la vida, en 1940 fue el puntal de que en una
amplísima región rural de Las Villas Fulgencio Batista, candidato
presidencial de la Coalición Socialista Democrática y por lo tanto del
Partido Comunista, o del Liberal y otras lindezas semejantes, y sin
lugar a dudas uno de los individuos más nefastos de nuestra historia,
consiguiera la victoria.
En segundo, y lo que se deduce de manera obvia de su ya aclarada labor
en pro de la candidatura del hasta hacía poco jefe del Ejército: cuando
Olivera se refiere a las relaciones que le avisaban de que los guardias
venían, esas relaciones no eran otras que los mismos guardias. Para
cualquiera que lea críticamente, y no desde la posición de aquellos que
ante cualquier documento castrista lo hacen como si de hagiografías se
tratara, es evidente que Olivera disfrutaba de una completa impunidad en
la zona, y que gracias a ello regresó muy tranquilo a La Habana, a pesar
de que sus aventuras habían dejado un muerto atrás. O al menos un
muerto, que los suyos no eran ni mancos ni cegatos y es por tanto muy
probable que a alguien hayan dejado bastante tieso en el otro bando;
aunque, claro, él no lo cuenta. Pero hay más, resulta inconcebible
pensar que la gente de Olivera se hiciera con el control de los centros
de votación sin encontrar resistencia de sus oponentes, a menos que las
autoridades estuvieran detrás para amparar sus travesuras. Y es que en
verdad Olivera no era más que un matón más bajo la protección directa de
Abelardo Gómez Gómez, coronel jefe militar de Las Villas.
Por último, debe mirarse con mucho recelo esa cifra que según Olivera
incautaron el día de la votación. Si se leen los inflados números que
según la sección En Cuba de Bohemia distribuían los partidos políticos
de la coalición electoral gubernamental 7 años después, en los barrios
de La Habana, cuando el país ya había salido de la crisis que lo asoló
durante toda la década de los treinta, y se comparan con estos 75 mil
pesos mencionados por Olivera, a uno no le cabe más que preguntarse:
¿Exagera, o es que San Diego del Valle era un pueblo dedicado a la
minería aurífera por entonces? En un partido rural de poco más de 10.000
votantes hubieran tocado a 7 pesos y cincuenta centavos por voto. Todo
un dineral por entonces. ¿O quizás es que Olivera no solo se ocupó de
asegurar el triunfo electoral de la coalición batistiana en ese
municipio, sino en varios barrios rurales de otros colindantes como
Santo Domingo, Quemado de Güines, Sagua la Grande…? En dicho caso habría
que admitir que gracias a una fuente confiable podemos establecer que el
Partido Comunista contribuyó, mediante la labor violenta de uno de sus
simpatizantes, a dicho triunfo en quizás el 1,5 % del territorio
nacional. ¿Y habrá sido este el único caso?
Lo que en realidad sucedió en junio-julio de 1940 fue que los ñangaras,
dizque materialistas dialécticos, durante la campaña electoral
destacaron por sobre todo el color de la piel de Batista, y lo
proclamaron como el protector de la raza negra, que estaba nada menos
que protegido por el "espíritu" de un indio "putumayo". Llegaron aun a
crear una nueva porra que golpeaba a quienes en los cines abucheaban la
imagen de "El Mulato Lindo", cada vez que este aparecía en pantalla, e
intervenían como provocadores en los actos electorales oposicionistas.
De su actitud parcial y matonezca en los colegios electorales el día de
las elecciones ha quedado de hecho bastante evidencia escrita en la
prensa, o en los testimonios orales de la época. Es esta en sí la
explicación del posterior agradecimiento de Fulgencio Batista para con
los jerarcas del ñangarismo. No en balde hasta una botella de ministro
sin cartera le resolvió "El Indio" al papá de Vladimirito.
Tercero: Los sucesos del Teatro Principal de la Comedia el 30 de
septiembre de 1940, un hecho agregado por Newton Briones Montoto a esta
polémica, y que tan bien describiera en su artículo. Al cual, por
respeto a quien tanto me ha ayudado a recuperar mi orgullo de cubano,
remito a los lectores.
Solo agregaré que los muertos fueron cuatro y no tres, que al menos dos
de ellos eran jóvenes simpatizantes del autenticismo: Francisco Edelmiro
Flores Iturralde y Pedro Viol Cisneros, y que entre los heridos de aquel
día estuvo Orlando León Lemus "El Colorado", alguien que carga, es
cierto, con muchas culpas, pero que sí en verdad nunca transigió con
Fulgencio Batista, y que combatiéndolo murió. A diferencia de Olivera y
de tantos otros que tantas casacas han cambiado en sus vidas.
Cuarto: El asesinato de Sandalio Junco el 8 de mayo de 1942. Líder del
obrerismo auténtico, y que si a alguien amenazaba era a los comunistas
en su monopolio sobre los sindicatos. Resulta indiscutible que antes de
eliminar a una figura de 2ª fila en el Partido Auténtico, su némesis por
entonces, el ya general y hasta presidente constitucional Fulgencio
Batista habría preferido matar a Grau, a Chibás o a Carlos Prío. Además,
se daba la circunstancia agravante para el destino de Sandalio que había
sido miembro del Partido Comunista antes de convertirse en el líder del
trotskismo nacional entre 1932 y 1933, o de posteriormente militar en la
Joven Cuba de Guiteras o el PRC (Partido Revolucionario Cubano,
Auténtico). Todo lo más detestable para un comunista de entonces: un
traidor y un seguidor de Trotsky. Y ya sabemos que le esperaba a
cualquiera que se viera incluido en alguna de esas dos categorías de
ponerse al alcance de los seguidores de Stalin[i].
Quinto: Los sucesos del 13 de abril de 1947 en el local del sindicato de
la Aguja, en que los comunistas mataron a dos representantes del
obrerismo auténtico. Pero dejemos que sea Enrique de la Osa, director de
la mencionada sección En Cuba, una fuente que no podría ser acusada de
parcialidad contra los ñangaras de Blas y Lázaro Peña, quien nos narre
el suceso desde su sección En Cuba de la revista Bohemia: "…más de 100
delegados azucareros del PRC (el Partido Auténtico) iniciaron una marcha
sobre el Sindicato para reclamar sus documentos. Enterarse de ello en la
CTC y salir de allí en tres automóviles llenos de partidarios de Lázaro
Peña fue un solo paso. Disputaron dentro del edificio y se produjo el
incidente. Abundantes disparos partieron de ambos bandos. Balance: El
obrero auténtico Félix B. Palú, muerto, y su compañero Roberto Ortiz,
herido".
La tropa comunista, no debe dejar de decirse aquí, iba capitaneada por
el Zar Rojo del puerto de La Habana, Aracelio Iglesias, ñáñigo y
guapetón de solar a quien Batista durante su periodo de gobierno siempre
tuvo en gran estima.
Ahora, ¿por qué en su momento ese pistolerismo comunista resultó mucho
menos visible que el de los grupos post-revolucionarios bajo las
administraciones auténticas, y aun setenta años después lo sigue siendo?
Y esto a pesar de que ambos fenómenos no son equiparables, y que sin
lugar a dudas el comunista entre 1938 y 1944 resultó más extendido que
el auténtico entre 1946 y 1952.
Quizás lo sucedido con la manera en que se contó a posteriori de la
Revolución ese quinto hecho nos ayude a comprender un poco mejor las
razones de esta diferente recepción de fenómenos semejantes. Es
revelador el que en el manual de Historia de Cuba, en que quién escribe
estas líneas estudió a mediados de los ochenta, la redacción del
epígrafe en cuestión dejara entender a las claras que los muertos de
aquel día habían sido comunistas, asesinados por pistoleros mujalistas
(auténticos). O sea, la historiografía oficial de un régimen que se
presentaba como heredero del Partido Comunista republicano, en un
momento en que se suponía que el "indetenible avance de los pueblos" les
permitiría a los constructores del comunismo cualquier impostura sin
peligro de que en ese futuro paraíso terrenal alguien viniera a
descubrírselas, llegó a invertir de la manera más burda la realidad de
un hecho clave de nuestra historia.
Pero tampoco deja de ser igualmente revelador que tras la desaparición
del campo socialista y con él la seguridad que a las imposturas
históricas le permitía la confianza absoluta en una única y necesaria
evolución de las sociedades, el epígrafe en cuestión fuese reescrito.
Solo que ahora se optó por tampoco decir toda la verdad, y en la nueva
redacción el joven lector nunca llega a enterarse de otra cosa que por
los días en que los mujalistas, "esbirros a sueldo del imperialismo
yanqui", intentaban arrebatar a los seráficos ñangaras su legítimo
control sobre los sindicatos, un par de obreros, vaya a saber Dios
partidarios de quién, murieron a consecuencia de las refriegas.
En sí la incongruente e invertida recepción de la magnitud de ambos
fenómenos, por sus contemporáneos, se explica por toda una serie de
factores relacionados.
En primer lugar, por el lugar social en que se desenvuelve cada uno de
ellos. Mientras el pistolerismo de los grupos post-revolucionarios
imperó más que nada en los altos círculos políticos de La Habana, y en
su universidad, el comunista se desarrolló por todo el país y tuvo a los
colectivos laborales como su principal centro de interés. Esta
diferencia explica en parte por qué resultó menos visible en su momento,
ya que su área de actuación se encontraba bastante menos en la picota
pública de los grandes medios periodísticos del país. No era lo mismo
ajusticiar de manera espectacular a un viejo machadista o batistiano en
frente de la redacción de algún periódico, o a un miembro de otro de los
grupos en el interior de un café con vista al Parque de La Fraternidad,
que amenazar más discretamente a algún anónimo obrero portuario u
azucarero, inconforme con el control comunista de su sindicato, en un
lejano pueblo de provincias o en algún barrio de la periferia de La
Habana. Lo segundo ocurría con una frecuencia cien veces mayor que lo
primero, pero a su vez era mil veces menos visible.
Pero sobre todo está el diferente tratamiento de la información por los
gobiernos respectivos que ampararon cada uno de los pistolerismos en
cuestión. Por un lado, mientras los gobiernos auténticos nunca limitaron
ni restringieron la libertad de prensa, con lo que cualquier nimiedad no
tardaba en ser de conocimiento público, sobre todo de la manera
sensacionalista a que estaba habituada la prensa del periodo, bajo
Batista nunca hubo un grado de apertura ni remotamente semejante. Bajo
los auténticos se podía acusar de manera histérica a un policía o un
guardia rural por haberlo mirado a uno "atravesado" (sin detenerse a
averiguar si el agente o el número eran bizcos), acusación que en
tiempos de Batista Presidente, cuando a su sombra sus cúmbilas, los
ñangaras, hacían y deshacían a su voluntad al interior del movimiento
obrero, era muy probable que lo llevara a uno a terminar con un litro de
"palmacristi" entre el ombligo y el espinazo, o acribillado a balazos en
virtud de la por entonces muy aplicada "Ley de Fugas".
Por su parte, la razón del posterior olvido conveniente de uno de ellos,
el pistolerismo comunista, y sobre exposición del otro, el
post-revolucionario, se explica más que nada por los intereses de
quienes se apoderaron de Cuba tras el Marzazo de 1952.
Fulgencio Batista justificó su golpe de Estado sobre todo en el
pistolerismo post-revolucionario, por lo que durante sus siete años de
dictadura y latrocinio la visión del periodo auténtico como un caos en
que a toda hora aquellos grupos se ametrallaban en las esquinas de La
Habana se convirtió de hecho en la oficial. Una versión que no tardaron
en asumir sin crítica incluso los principales medios contestatarios por
problemas de (mala) conciencia: ellos habían sido precisamente quienes
con sus campañas periodísticas, en que daban oído a disparates como
aquel de que el Prío se había comprado un rascacielos en New York[ii], o
en su descripción habitual de La Habana de la época como un campo de
batalla en todo semejante al Berlín de abril de 1945, habían contribuido
de manera determinante a debilitar las bases ideales de la democracia en
la mente del ciudadano cubano.
Por su parte, el pistolerismo comunista, relacionado con su anterior
periodo de gobierno, fue por completo obviado por Batista. A lo que
contribuyó en no poca medida el que el comunismo nacional anduviese tan
de capa caída en los cincuenta que ya casi nadie se acordaba de ellos ni
cuando la discusión giraba sobre los importantes temas de la política
internacional de entonces.
En tanto, al ser la denigración más absoluta de la democracia el
principal objetivo ideológico del flamante régimen castrista, todo lo
que en la infamación del periodo democrático de los cuarenta se le
hubiera ocurrido a críticos pasados, presentes o futuros fue aceptado
como artículo de fe a partir de 1959. Pero además, como los nuevos
mandantes sabían desde un inicio que necesitarían a los comunistas para
los rejuegos geopolíticos a que no tardarían en verse obligados a
entrar, además de por la ayuda que la cohesión y disciplina de los
ñangaras podía prestarle en sus planes de control totalitario interno,
de inmediato se unieron a la anterior campaña batistiana para olvidar de
manera harto conveniente las malas tendencias batistianas de aquellos. Y
es que, por ejemplo, no solo la tendencia a la violencia de los
comunistas sería muy útil en la labor de la naciente Seguridad del
Estado, copada casi desde el principio por ellos (que no le habían
disparado un hollejo a un chino en la lucha antibatistiana, y luego
mandaron al paredón a tantos que si lo habían hecho), sino su otra
habilidad muy utilizada durante la República: Su conocimiento en, y su
gusto por, la labor de desprestigio del contrario[iii] o tergiversación
de los hechos. Espacio Laical, por ejemplo, en el número anterior al de
Newton, nos pone ante un hecho de esta naturaleza que es muy probable
haya sido obra de los ñangaras de Blas: la profanación de la estatua de
Martí en el Parque Central habanero. Pero esto, amigo Vladimiro, ya es
otra historia…
[i] Stalin, no era más que el nombre que el camarada Iósif
Vissariónovich Dzhugashvili empezó a usar allá por 1912, cuando la
ruptura del socialismo marxista ruso, y significa "hecho de acero";
Blas, para estar en sintonía en lo de la rudeza con su paradigma escogió
lo de Roca, que no es por tanto el verdadero apellido de Vladimiro.
[ii] Muy próspera debió ser una República en que sus presidentes
lograban robar lo suficiente para adquirir el Empire State, o con lo
robado de lo que se dedicaba a la educación por un ministro del ramo,
Alemán, algunos sostienen se levantó a la ciudad de Miami.
[iii] El comandante Ernesto Guevara, a quien tan mal le caía el chisme,
el brete y la mentira, en mayo de 1962 le sonó un discurso a los
"compañeros" segurosos que estos muy convenientemente tratan de olvidar
por lo mal parados que los deja en él (ellos, tan breteros, chismosos y
enredadores entonces como hoy). Y es que del argentino podrá decirse lo
que se quiera, menos que no fuera siempre un hombre absolutamente
consecuente con lo que pensaba, lampiño de lengua, y que le cantaba las
cuarenta lo mismo a los americanos que a los soviéticos, al que lo fue a
asesinar en La Higuera que a Fidel Castro.
Source: La violencia como estrategia del comunismo republicano -
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