La educación primaria: ayer y hoy
1 Marzo, 2017 3:00 am por Jorge Luis González Suárez
Nuevo Vedado, La Habana, Jorge Luis González (PD) Soy descendiente de
campesinos. Mis padres no pudieron estudiar en su niñez más allá de los
primeros grados debido a la pobreza de su familia. Pero como la mayoría
de los progenitores de su época, se sacrificaron mucho para que su hijo
pudiera estudiar y prepararse para la vida.
Comencé mis estudios primarios en 1952, cuando contaba 5 años, en un
colegio que se nombraba Academia Alpízar y estaba ubicada en la calle
Pedroso entre San Joaquín e Infanta, en la barriada Pueblo Nuevo, en el
actual municipio Centro Habana. Se hallaba a dos cuadras del trabajo de
mi padre.
Aquella modesta escuela privada era dirigida por el pedagogo José
Alpízar Blanco.
En el grado pre-escolar, la primera maestra que tuve se llamaba Marta. A
ella le debo el haber aprendido a leer y a escribir, ayudado por Lila,
una viejecita retirada que era la madre del director.
Recuerdo que el libro de lectura se titulaba "Elena y Dani". Este texto,
igual a los de los cursos siguientes, carecía de cualquier
adoctrinamiento político, tal como el que tienen en demasía los usados
en la actualidad.
Hacía el viaje diario de ida y vuelta a mi domicilio en una pequeña
guagüita VW. Esta era manejada por Manolo, el esposo de mi maestra. Con
el tiempo, él dejó su trabajo por diferencias con el director del
centro, pero mantuvo la relación con mi familia, pues nos profesaba
mucho cariño.
Pasó a ocupar su lugar Ángel, un hombrón pelirrojo, muy callado y noble.
Al triunfar la Revolución, emigró hacia los Estados Unidos.
Posteriormente vino en una expedición armada a combatir al régimen. Fue
capturado y en el juicio aseguró que no se arrepentía y que repetiría su
acción hasta ver a Cuba libre. Fue uno de los primeros fusilados.
El último chofer que tuvimos en el plantel fue Fidel Castellanos. Este
hombre, muy emprendedor, era propietario de tres ómnibus para escolares,
que arrendaba a diferentes instituciones.
Con el tiempo, mi madre pasó a trabajar como auxiliar en la guagua de la
escuela. Así se entabló una fuerte amistad con Castellanos, quien solía
visitar mi hogar.
Después del triunfo de la revolución, Fidel Castellanos perdió los tres
vehículos y renegó hasta de su nombre.
Mi segunda e inolvidable maestra fue Élida Menocal, que me impartió
clases en primero y segundo grado. Esta joven y dulce mujer era una
verdadera profesional en su oficio. No solamente cumplió con su
contenido de forma eficiente, sino que me dejó un cálido recuerdo,
producto de su afecto hacia mi persona. Mucho.le debo a sus enseñanzas
ser quien soy hoy.
El tercer grado lo cursé con la maestra Ana, cuya personalidad difería
de la de Élida. De carácter más fuerte, inculcaba respeto, pero con
amor. Era otro ejemplo del prototipo profesoral de aquellos tiempos.
Los grados restantes de la primaria los pasé con varios maestros, entre
ellos la subdirectora Teresa Alpízar, el director de la escuela y una
teacher muy gorda, que impartía en quinto grado una sesión completa de
asignaturas básicas en inglés. Si ahora sé expresarme algo en ese
idioma, se lo debo a estos primeros estudios que realicé con tan noble
señora, quien tanto se esforzó por enseñarme la lengua de Shakespeare.
En sexto grado tuve como profesor a otro miembro de la familia Alpízar,
nombrado Rafael. Este profesor, que trabajaba además en la Universidad
de La Habana, era la antítesis de los anteriores en cuanto al carácter.
Nunca simpaticé con él y tampoco él conmigo. Me tenía ojeriza porque mi
padre era policía, y él era revolucionario. A cada rato faltaba a
clases, pues se rumoraba que estaba escondido porque colaboraba con una
célula del Movimiento 26 de Julio.
Deseo hacer algunos comentarios adicionales sobre mi educación en esta
etapa. Los libros de texto y el material escolar se compraban en P.
Fernández y Compañía y otras tiendas aledañas a la escuela. El uniforme
escolar con su monograma se adquiría en La Época. Era reglamentario usar
zapatos del tipo escolar. Todos esos gastos, más el el ómnibus, los
hacía mi padre con los 138 pesos que ganaba y sobraba dinero para
mantener la casa.
La calidad de la enseñanza puedo valorarla como excelente. No tenía
tantos contenidos como la de hoy, pero los conocimientos básicos de
lectura, aritmética y ortografía quedaron bien fijos para el resto de
mis días, y me sirven aun en la actualidad.
En los seis grados que pasé en la Academia Alpízar, obtuve 32 medallas,
entre ellas dos excelencias.
Si comparamos el aprendizaje de los estudiantes actuales con los de mi
época, se podrá notar la diferencia. Basta señalar que hoy muchísimos
alumnos no dominan las tablas de multiplicar, o productos notables como
ahora se denominan, y para hacer cualquier operación aritmética se valen
de la calculadora en el celular. Además, cometen muchas faltas de
ortografía, no saben interpretar un párrafo ni redactar, pues no tienen
hábitos de lectura y apenas consiguen expresarse correctamente.
jorgeluigonza72015@gmail.com; Jorge Luis González
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