De la realidad a la ficción
Miguel Iturria Savón
LA HABANA, Cuba, abril (www.cubanet.org) - Dos acontecimientos
esenciales definen la historia cubana del siglo XX: el inicio de la
República, en mayo de 1902, y el triunfo de la revolución castrista en
enero de 1959. Sobre ambos períodos se ha vertido mucha tinta dentro y
fuera de la isla: ensayos, testimonios, novelas, autobiografías, poemas
y guiones bosquejan, mitifican o buscan las claves de sucesos pasados y
presentes, principalmente del dilatado proceso revolucionario, cuyos
protagonistas aún viven, detentan el poder y rescriben la historia desde
los medios de enseñanza, la prensa y las instituciones culturales.
Las luces y sombras de la República desencadenaron el volcán
revolucionario. Cuba era una sociedad en tránsito de modernidad, con
las incertidumbres, miedos y expectativas generadas por los cambios que
acontecían en la economía, la cultura y el ámbito político.
La revolución fue un momento de rupturas y esperanzas que interrumpe el
curso natural de la nación cubana, mediante cambios económicos,
políticos e institucionales que transformaron la vida de las personas.
La implantación de un régimen de corte estalinista aliado a un bloque
internacional y el liderazgo de un caudillo patriarcal sustentado por
una minoría armada, condujeron al país a la involución económica, la
creación de una burocracia depredadora y el uso de las masas en actos y
desfiles de odios que estimulan la delación, exaltan al líder, denigran
al "enemigo" y presentan la historia como espectáculo cotidiano.
En Cuba, los cambios revolucionarios superan a la ficción. Desde 1959
andamos entre batallas, victorias y consignas que empobrecen el idioma;
estadísticas que disminuyen la mortalidad y elevan la producción de
alimentos, mientras crecen las cárceles, la vigilancia y los ciudadanos
marchan al exilio o escapan en balsas hacia la orilla del enemigo.
Lo sucedido en esta isla durante medio siglo de revolución parece una
metáfora de Pedro Páramo, la novela de Juan Rulfo, que describe a un
feudo mexicano, donde la gente venera al terrateniente sin saber que ha
muerto. En nuestro caso, Fidel Castro es un cadáver político desde hace
dos años, pero "reflexiona" como un francotirador que sabotea a su
heredero en el trono, desacredita al exilio y a los opositores
pacíficos, pone al día el pasado y hasta elige las mentiras que
embellecen a la policía del pensamiento, al partido opresor y enmascaran
la esclavitud.
El Gran Hermano caribeño es digno del personaje de George Orwell. Para
él no existe más que "un interminable presente, en el cual el Partido
siempre lleva la razón"; la guerra es la paz y la garantía de la
cordura, y la mentira equivale a la verdad, pues "quien controla el
pasado controla el futuro".
El líder "retirado" deviene paradigma real del déspota orwelliano de la
novela 1984. En sus recientes escritos periodísticos corre las cortinas
totalitarias y exalta la ideología que cayó en crisis con el derrumbe
del muro de Berlín. La idea del paraíso terrenal socialista se desliza
en los párrafos contra el uso de Internet y otros medios de comunicación
masiva, capaces de romper la uniformidad de opinión impuesta en Cuba por
el Partido Comunista, interesado en preservar el control sobre los
ciudadanos, detener el progreso y manipular las informaciones.
Como en la obra del escritor inglés, el proceso social cubano encabezado
por los hermanos Castro desde 1959, "vaporiza los sueños de la gentes",
pues sabe que "una sociedad jerárquica sólo es posible basándose en la
pobreza" y en la desinformación. Siempre debe haber guerra, peligros y
enemigos. Se le teme a los que piensan. Al pueblo se le corta la
relación con el pasado y con el mundo exterior, si no compara tendrá que
tolerar las actuales condiciones de vida.
Castro, como el Gran Hermano, es inefable y todopoderoso. Todo triunfo,
sabiduría, descubrimiento, toda felicidad o virtud nace de él. Él es la
concreción con la que el Partido se presenta al mundo. El Partido se
perpetúa a sí mismo en el poder. No teme a los proletarios pues estos
continuarán de generación en generación procreando y muriendo.
En Cuba, como en la obra de Orwell, puede haber crisis, pero las masas
nunca se levantan por su propio impulso, están oprimidas y no pueden
articular el descontento. El gobierno teme a los grupos de personas
capacitadas con proyectos alternativos, a la expansión del espíritu
liberal, a los escépticos de la élite gobernante y a la ineptitud de su
propia burocracia. Sabe que la confianza en sus fuerzas y la voluntad de
mando garantizan la permanencia en el poder. Y el poder es un Dios que
lo cambia todo, borra el pasado y modela las mentes.
Por eso el Comandante Fidel Castro y su brazo extendido, el General Raúl
Castro, controlan, vigilan y reprimen a los opositores sin angustiarse
desde el poder; mientras el Partido que ellos presiden difunde las
mentiras y cae en ellas, a fin de olvidar todo hecho inconveniente,
incluido el período republicano, cuyos problemas han sido excedidos por
el castrismo.
La revolución cubana y sus personajes son un ejemplo del absurdo
recreado por George Orwell y Juan Rulfo en obras literarias de varios
contextos y amplias lecturas. A veces hay que echarle mano a la ficción
para encontrar las claves interpretativas y políticas que expliquen
cómo, por qué y hacia dónde transcurre un proceso social.
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