Criticar el socialismo: ¿Hasta dónde?
Jorge Olivera Castillo
LA HABANA, Cuba - septiembre (www.cubanet.org) - No creo que haya
transparencia y objetividad en los debates que los comunistas de base
realizan a puertas cerradas. Quieren salvar un socialismo con demasiadas
taras estalinistas. ¿Criticarán con libertad los enormes disparates
económicos y políticos cometidos durante casi medio siglo por el primer
secretario del Partido y presidente vitalicio de Cuba? Me cuesta creerlo.
Nadie se atrevería a sobrepasar la línea de demarcación. Pasar la raya
respecto a los cuestionamientos continúa siendo una práctica de alto
riesgo. Lo peor del asunto es que no existe un indicador para detener
los reproches en el momento justo. De ahí la prudencia, el tacto para
evitar caer en desgracia.
En consonancia con el instinto de conservación, ninguno de los
participantes tomará la postura de un crítico que profundice en la
problemática abordada, preferirá los circunloquios y otras maniobras del
lenguaje.
No existe ley que refleje la ilegalidad de la censura. El gobierno
cuenta con un arsenal, muy bien dotado, de castigos tanto
administrativos como penales para quienes transgredan las reglas.
Exponer un criterio que contravenga los postulados del partido único en
el lugar inadecuado y con excesivo énfasis es como girar el picaporte de
la puerta al infierno.
Una secuencia de actos de repudio coordinados por la policía política,
la expulsión del centro laboral con el correspondiente crecimiento de
las adversidades económicas y hasta el encierro en la cárcel bajo
acusaciones de atentar contra la seguridad del estado. ¿Con esos truenos
quien se atreve a una crítica veraz y exenta de digresiones?
Es cierto que el presidente provisional Raúl Castro llamó recientemente
a "cambiar todo lo que sea necesario cambiar", pero los pronunciamientos
podrían no ser más que una táctica más apegada al formalismo que a un
verdadero sentido revolucionario. Incentivar el debate cuando la
funcionalidad del sistema es una suma desastres es abrir el grifo para
una inundación de quejas y acusaciones que afectaría directa o
indirectamente a los jerarcas del régimen.
Por eso mi escepticismo respecto al presunto traslado de los debates a
sectores sociales, políticos e intelectuales en los próximos meses.
En una sociedad tan cerrada como la cubana, es lógica la incertidumbre
en relación a un escenario donde se puedan ventilar, sin cortapisas,
toda la gama de problemas que afectan a millones de personas.
Siempre ha habido recelos en cuanto a la apertura de espacios para la
discusión, incluso en ámbitos de relativa confianza como son el partido
y la juventud comunista.
Impulsar un debate a gran escala será un desafío para la nomenclatura.
Es obvio que van a emplearse a fondo para controlar el proceso. Sin
embargo, esto no le garantiza el éxito.
De todas maneras, tienen a su favor el miedo que subyace en la mayoría
de los cubanos. Esto coarta, lacera, mata la espontaneidad y además
obliga a que los criterios sean ejemplarmente tímidos. No son todos los
que se dispondrán a verter dudas y preguntas y a exigir respuestas fuera
del rango de la retórica.
Hay quienes piensan que estos amagos de libertad forman parte del primer
capítulo de la transición. Otros aseguran que sólo es una suerte de
válvula de escape con el fin de disipar las tensiones del pueblo y ganar
tiempo.
Yo creo que buscan retocar el socialismo. Aplicar algún reacomodo para
sobrevivir a la muerte de Fidel Castro, gravemente enfermo.
La cúpula está a la defensiva. Saben que heredan un país en bancarrota
con una población hastiada de promesas e indiferente al discurso
oficial. Podría ser, también, una táctica de quien se encuentra en un
callejón sin salida.
Dejar que la gente critique y proponga puede erigirse en una fuerza
hercúlea que rompa los amarres del totalitarismo a pesar de los miedos.
El tiempo despejará las dudas.
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