2007-04-06.
Shelyn Rojas, Periodista Independiente
5 de abril de 2007. La Habana – Brito era un muchacho alegre y bien
parecido. Fue criado por su padre y la abuela materna. Estudió operador
de audio. Gozaba de buena salud. A mediados de enero, amaneció con
fuertes dolores de cabeza. Fue al policlínico de su zona, sito en el
municipio capitalino San Miguel del Padrón.
El doctor le realizó los chequeos preliminares sin análisis. Su
diagnostico fue que no era nada grave. Nada para alarmarse. Unos
sedantes y pronto desaparecería el dolor. Fue lo recomendado. El dolor
persistió.
Al cabo de una semana, en el policlínico lo remitieron para la
especialidad de oftalmología. El día antes de la consulta, mientras
jugaba con su hermanita de siete años en la cama de su cuarto, el dolor
se agudizó, era imposible aguantarlo. En la puerta de su casa, le
susurró a su padre que iba a morir, que tenía que ser algún virus de
tantos extraños que existen en la isla.
Fue remitido de urgencia para el hospital Covadonga. Por el camino, en
la ambulancia, un paro cardiaco hizo que se pidiera vía libre en la
carretera. Al llegar al hospital, trataron de reanimarlo. Era muy tarde.
Ya nada se podía hacer.
El cuerpo fue trasladado hacia medicina legal. Era un caso para
investigar. Era muy joven. Sólo 23 años. La causa de los dolores y su
muerte repentina eran un misterio.
La familia debía presentarse para recoger los resultados. En medicina
legal le expresaron que debían esperar 21 días más. Faltaba un líquido
necesario para los análisis. Estaba en falta.
Brito hace más de dos meses que falleció. El por qué… es otro de los
enigmas de la medicina cubana.
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