Lavar la Cabaña
Tania Díaz Castro
LA HABANA, Cuba Febrero (www.cubanet.org) - En 1762 los ingleses tomaron
La Habana luego de apoderarse de la fortaleza de San Carlos de la
Cabaña. Se cumplía así lo dicho por Bautista Antonelli, cuando la
construyó a fines del siglo XVI a un costo de 14 millones de pesos:
"Quien fuese dueño de las alturas de la Cabaña, lo sería también de la
ciudad".
Mucho después, en las primeras horas del 3 de enero de 1959, cerca de
tres mil soldados de la dictadura de Fulgencio Batista abrían mansamente
las puertas de La Cabaña al guerrillero argentino Ernesto Guevara,
acompañado de una tropa descamisada y polvorienta, compuesta por 300
rebeldes.
Ocupó, según testimonios de Oscar Fernández Mell, ayudante personal de
Guevara, la cómoda residencia donde vivía el jefe de la instalación
militar y cuñado del dictador. Más tarde se trasladaría para al interior
de la fortaleza.
Y es precisamente en estas amplias habitaciones donde en octubre pasado
varios generales de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, FAR,
inauguraron el Centro Cultural Casa del Ché en La Cabaña, decorado con
pinturas inspiradas en el guerrillero y donde, además, se creó un taller
de creación artística, una sala de ajedrez, un salón de lectura y una
sala para conferencias y exposiciones.
Los proyectos para lavar esta antigua instalación militar de los
horrores ocurridos allí a partir del triunfo revolucionario, son muchos.
El más importante de todos es la Feria Anual del Libro, que se celebra
en el mes de febrero y a la que asisten editoriales de varios países.
En 1972 visité la Cabaña. El espectáculo que presencié es inolvidable.
Allí se encontraban miles de presos plantados, cubanos opositores al
régimen castrista, entre ellos el ex comandante Hubert Matos, condenado
a veinte años por no aceptar el comunismo.
Basta leer el capítulo del excelente libro de Matos Cómo llegó la noche,
titulado El paredón en la Cabaña, para conocer a fondo todo el
sufrimiento ocasionado a estos cubanos por el sólo hecho de ser
opositores al régimen.
En la Cabaña, casi todas las noches, de nueve a diez, se escuchaba el
ruido de las armas de quienes fusilaban a oficiales de la Marina, el
Ejército, a comandantes rebeldes, a jóvenes cristianos que antes de
morir gritaban ¡Viva Cristo Rey!
En las Naciones Unidas, cuando un grupo de periodistas preguntó a Ché
Guevara si era cierto que en Cuba se fusilaba a diario, el argentino
respondió: "Sí, es cierto, y seguiremos fusilando a todo el que se
oponga a la revolución".
Allí, en la Cabaña, se enfrentó el régimen a miles de hombres que se
rebelaban contra los fusilamientos, los malos tratos, el hambre, las
golpizas, el trabajo forzado.
Hoy, las galeras de la Cabaña no huelen a establo, a granjas de pollos,
a humedad, a sangre, como señaló Matos en su libro-testimonio. Han sido
lavadas y pintadas, decoradas con obras de arte y visitadas por todo el
que quiere recorrerlas, porque, me dicen, quieren descubrir uno de los
centros de tortura y muerte del régimen.
Nadie sabe cómo han desaparecido los terribles calabozos, las estrechas
aberturas que servían de celdas de castigo con sus chapas de hierro para
cerrarlas; el foso con su paredón de fusilamientos, el gran palo donde
amarraban al preso que iba a morir.
Sobre este macabro ritual, relata Hubert Matos: "No podemos ver los
fusilamientos desde nuestros calabozos, pero escuchamos las órdenes, los
intentos que hacen los presos por decir algo, la descarga de los
fusiles, el ruido de los cuerpos cuando los tiran sobre una gran bandeja
de lata y los envuelven para que la sangre no se riegue en el camino".
En la galera 7 del patio 1, donde sobrevivió Hubert Matos durante años,
hoy han colocado estantes de bellos libros, adornos florales, afiches
cinematográficos y cuanto se necesita para ocultar los horrores de una
historia que aún no termina.
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