Así se vive en Cuba ahora que Fidel Castro ya no es su presidente
En los barrios de La Habana creen que Castro tal vez no regrese al
poder. ¿Qué dicen un pescador, un taxista, un travesti? Crónica en las
calles de una isla que es más de lo que parece.
En un mercado popular de La Habana, justo debajo de un mesón donde se
apilan cáscaras de frutas y deshechos de hortalizas, hay una leyenda
pintada con letras azules y rojas: "Los días venideros siempre serán
mejores". La caligrafía del letrero es pegada, de picos redondeados. Los
puntos de las íes son estrellas y las tildes son trocitos de confeti.
La frase, de casi dos metros de extensión, parece la promoción de una
película infantil, pero en realidad anuncia la única convicción que más
les importa a los habitantes de Cuba, esa isla gigante de las antillas
donde todavía persiste el único gobierno comunista del continente.
Seis meses después de que Fidel Castro Ruz tuvo que ceder el poder de
gobernar a su hermano Raúl, los cubanos se aferran a esa convicción.
Pero eso no significa que todos estén esperando que su presidente muera,
como anhelan los expatriados en Miami, ni tampoco que todos esperen que
regrese al poder, como insisten en Caracas.
Contrario a las suposiciones que unos y otros se figuran desde ambos
extremos ideológicos, los cubanos, justo en medio, sólo están de acuerdo
en que, con Fidel o sin él, las cosas no cambiarán mucho y que no es
cierto que tras su muerte, cada vez más cercana, la isla vaya a sufrir
algún tipo de revuelta.
"Conseguir la comida no tiene nada qué ver con Fidel ni con Bush ni con
Chávez. Eso es política y el hambre no se quita con discursos", dice un
muchacho arriba de una bicicleta, después se ríe. Tiene un zarcillo en
la oreja que brilla cuando mueve la cabeza y niega que la oscuridad sea
el futuro que le espera a la isla. Sus zapatos son tenis americanos, su
reloj es chino, lo mismo que sus gafas de sol, imitación Ray Ban. Pero
el mayor contraste en su ropa es otro:
Lleva una gorra de los Yanquees de Nueva York y una camiseta con la cara
del Che Guevara, el guerrillero más fotogénico del mundo. Alguien dirá
que su vestimenta es prueba de diversidad ideológica, pero que va: "Es
lo que tenía para ponerme", explica el muchacho y las interpretaciones
se reducen a eso que los cubanos llaman "luchar la vida". No se trata de
cualquier frase.
Esas tres palabras, que no se le atribuyen a ningún prócer de esta ni de
otra patria, resumen la brega diaria por sobrevivir. "¿Está muerto
Fidel?.. y eso que importa. Si no trabajo no como", dice Pamela, un
travesti de cabello rubio y botas negras afuera del bar La Zorra y el
Cuervo, en pleno centro de La Habana. Su ropa también parece una
provocación:
En el cuello lleva un cordel de pepitas negras y rojas con la cara de
Fidel en el centro. La imagen casi se le pierde entre los senos hechos
con trapos. Se trata, dirá después, de un guiño para sus clientes, casi
siempre turistas en busca de una experiencia cercana con la revolución.
Su amor pagado también es una suerte de souvenir, igual que los trebejos
conmemorativos que se venden en las calles:
Lápices, gorras, camisetas, vasos, cortaúñas, calendarios, esculturas,
maletines, guantes, abanicos, cucharas... todo con las imágenes del Che
o de Fidel, o de ambos. La inventiva cubana para comercializar trozos de
su historia reciente es apenas comparable con la de la iglesia católica,
que también vende millones en afiches y figuras.
Condones para pescar
Justamente, el ingenio es la mayor virtud de los cubanos, y lo dicen
ellos mismos citando este o aquel caso en el que su cabeza lo resolvió
todo, incluso lo que parecía un imposible.
En el malecón de La Habana, un pescador recuerda una proeza. Se llama
Rubén Grass y dice que es primo de Luis Grass Rodríguez, un hombre que
se hizo célebre porque convirtió su automóvil Buick modelo 53 en una
balsa. "¡Coño, fue una cosa tremenda!", dice, mientras acomoda el
anzuelo con el que aspira atrapar un gran pez serrucho. Es una noche sin
viento y sin luna. El mar es una masa negra que salpica contra el muro
del malecón. La historia es esta:
Luis hizo un armazón de tarros plásticos alrededor de su viejo carro, le
adaptó un timón que manejaba con la cabrilla y una hélice que funcionaba
con el motor en marcha. Ahí montó a su familia y zarpó hacia Estados
Unidos. Lo increíble no es que lo haya intentado, es que lo lograra.
Tras un par de días de marcha llegaron a Miami. Un año antes, Luis y
otro grupo de personas intentaron la hazaña a bordo de un camión
Chevrolet que también convirtieron en balsa. Esa vez fueron alcanzados
en altamar por los guardacostas norteamericanos y, tras hundir el carro
frente a los cayos de La Florida, fueron deportados a la isla.
Rubén Grass se ríe , "¡Coño, qué cosa tremenda fue aquello!", luego él
mismo hace un alarde de inventiva que confirma el genio cubano.
Del bolsillo del pantalón saca cuatro condones de fabricación china.
Rasga la envoltura con los dientes, cuidando de no romperlos. Rubén
Grass es un experto con cinco hijos qué alimentar. Después comienza a
inflarlos y los amarra como si fueran una flor de hule, entonces deja
una abertura en el nudo por donde pasa el cordel y la carnada. Aquello
es una suerte de dirigible que le permite sacar el cebo hasta doscientos
metros sobre el mar, justo donde merodean los peces de mayor tamaño.
Una prostituta de La Vieja Habana dice que lo más barato que se consigue
en Cuba son los condones. "Son tan baratos que la gente los usa como
globos para adornar fiesta de cumpleaños, bautizos y matrimonios". Es
verdad. El gobierno subvenciona el costo de los preservativos para
evitar embarazos y enfermedades, pero no sabe que con ellos también
facilita la pesca nocturna en el malecón.
Sexo en el tejado
"En Cuba casi nada es como parece, y suele pasar que lo que ocurre es
todo lo contrario", el acertijo es de Aníbal, uno de los cientos de
taxistas piratas que recorren La Habana en busca de turistas para
transportarlos por un precio más barato. Es alto, robusto, con los
dientes y el bigote manchado por el humo de los cigarros sin filtro que
el gobierno reparte entre la población.
Su carro es un Ford modelo 54, color vinotinto, carrocería impecable,
sillas y cabrilla originales. En otro país, un coleccionista de autos
antiguos podría pagarle veinte mil dólares, unos cincuenta millones de
pesos, pero en Cuba su carro no vale casi nada.
En el mercado ilegal de automóviles de La Habana le darían hasta dos mil
dólares, pero el que lo quiera comprar no podrá tener ninguna garantía y
la propiedad seguirá siendo del primer dueño. Nadie está autorizado para
vender ni comprar bienes. Con las casas pasa igual.
Existe un mercado ilegal y algunas personas disfrazan como herencia
familiar lo que en realidad es una venta. Los que son descubiertos van a
la cárcel, pero muchos se arriesgan porque tener vivienda es la mayor
urgencia de los cubanos. El hacinamiento es ahora un problema de estado
y se sabe que en una misma vivienda se apretujan dos, tres, cuatro
familias, todas apeñuscadas, intentando respirar. Aníbal, el taxista,
dice que lo más duro de la estrechez es la falta de intimidad.
"Yo por lo menos tengo mi carro, ahí me meto con mi mujer cuando nos da
la gana", se resigna con voz amarga, y cuenta que muchas parejas se
ponen horarios para turnarse los cuartos de su propia casa. En Cuba no
hay hostales ni residencias, entonces las parejas se las arreglan
escondidas en los monumentos, atrás del malecón, en las esquinas sin
luz, arriba de los árboles. Aníbal jura que ha visto a un vecino y a su
mujer haciendo el amor en el techo de su casa. ¿Cómo hace la gente de
los barrios más pobres para no perder la alegría?
Televisión pirata
Contrario a lo que suele pensarse, eso de que los cubanos no saben lo
que pasa afuera de la isla porque tienen prohibida la televisión por
cable, cientos de casas hacinadas sí reciben señal de canales
internacionales. Se trata de otra práctica ilegal, pero en todo caso común.
"Uno le paga a un compañero que baja la señal por computador en su casa
y se liga con cable escondido por ahí", explica José, un vendedor de
golosinas, también con el bigote y los dientes manchados de nicotina.
Desde la calle, los cables que van y vienen son invisibles. La gente se
las ingenia para tirarlos por los techos, atrás de las paredes, debajo
de las materas, entre los pliegues de madera de los zarzos , incluso por
los tubos del agua.
Sólo hay una condición: que el cable pueda retirarse de un jalón si la
Policía llegara a revisar. Las redadas parecen frecuentes. Según José,
todo se debe al temor del Gobierno de que la televisión internacional
termine contaminando a la población, "haciéndole creer cosas
alienantes", dice.
Los canales de la isla, entre ellos Cubavisión y Telerebelde, de
cobertura nacional, son propiedad del Estado y sus contenidos, antes de
cada emisión, pasan por una revisión ideológica. Hace meses que Fidel
dejó de salir en las noticias, justo después de que cedió su lugar como
presidente. Ahora sólo aparece encabezando desfiles del pasado, cuando
su barba era negra, hablaba siete horas continuas y podía manotear con
furia. Pero la gente se las arregla para saber.
Gracias a la red pirata, miles de cubanos siguen las noticias sobre la
salud de su líder viendo Televisión Española o CNN. Todos lo saben,
nadie lo dice. Pero claro, "en Cuba casi nada es como parece, y suele
pasar que lo que ocurre es todo lo contrario".
"¿Y quién dijo que éramos perfectos? Al menos aquí no verás niños
drogándose en las calles ni ancianos mendigando en las esquinas ni gente
que cae asesinada en las aceras", explica el portero de un edificio
estatal. Al final de la cuadra un grupo de travestis alisa sus vestidos.
Travestis de la revolución
El cuarto huele a húmedo. Está en el segundo piso de una casa a dos
cuadras del Hotel Nacional, el más célebre de La Habana, reservado para
presidentes, actores, escritores famosos y turistas ricos. La pieza mide
dos metros por dos. Tiene una cama y una lámpara. En una de las paredes
hay un cuadro de Michael Jackson. Lleva guantes blancos y gafas oscuras.
El negocio de la dueña de la casa es alquilar el cuarto a los travestis
de la zona, uno de ellos Pamela, el chico de senos de trapo y el collar
de pepitas con la cara de Fidel.
A veces, cuenta, usa una blusa que le regaló un turista con la bandera
de Cuba y una frase en inglés que dice "Hot Habana" (Habana ardiente).
En una época tuvo que maquillarse con lápices de colores, entonces debía
marcarse tan fuerte que le quedaban cicatrices, como si se hubiera
cortado. Fue en la época del llamado "período especial", esos días
después de la caída de la Unión Soviética que se prolongaron desde 1991
hasta el 2002, los más duros desde la Revolución.
No había gasolina, ni comida, ni jabón, ni zapatos, ni cuadernos, ni
cigarros, nada, o casi nada. La gente, cuenta Pamela, mataba a sus gatos
para cocinarlos. El ingenio de aquella época es célebre. Los cubanos
fritaban las cáscaras de las frutas y envolvían en harina la tela de los
traperos para comérselos. Lo llamaban filete de trapo. En La Habana
dicen que algunos derretían los condones para ponerlos sobre el pan como
si fueran queso.
Leyenda o realidad, la verdad era que la gente caía desmayada por ahí,
mientras caminaba, recuerda un sacerdote que calla su nombre. Fue la
época de los balseros que desbarataban sus casas para construir barcos
con tablas y colchones. El gobierno no pudo frenar al éxodo. Miles se
arrojaron al mar.
"Pero todo ha mejorado", sentencia Pamela risueña. Ahora puede
maquillarse con pinturas de verdad y el filete de trapo es historia. Por
cada relación cobra 25 Pesos Convertibles, unos 40 dólares. Se trata de
una nueva moneda que encareció el turismo. Ya nadie recibe dólares y
todo se paga en Convertibles, incluso el sexo ocasional. Por cada
cliente, la dueña de la casa se queda con un porcentaje. La chica se
encoje de hombros. El trato le parece justo.
Pamela es alta, rubia, de piel blanca y dientes alineados. Dice que hace
parte de "los travestis de la revolución", lo dice así, y se ríe de
nuevo. Para ella, la Revolución es una anécdota que lleva divisas a la
isla, y recuerda cómo son los hombres que suele atender.
Italianos y brasileños con gorritas de Fidel, gringos y holandeses con
tatuajes del Che, alemanes y argentinos con boinas revolucionarias. Por
eso es que se pone ese collar con la cara de Castro, porque piensa que
los clientes la compran como si fuera otro trofeo, un souvenir más.
Algunos cubanos parecen dispuestos a golpearla por pensar así.
Burros de plata
Manuel, un zapatero remendón, es de los miles que creen que la
Revolución es la cosa más grande que jamás ocurrió, y está agradecido.
Hace un mes cumplió 40 años. Cuando nació, en 1967, Fidel ya era un
mito. Él cuenta que lo quiere y que lamenta su enfermedad, pero cree que
al final no hará falta porque la Revolución sobrevivirá sin él.
"Igual habrá que madrugar a trabajar", dice, concentrado en un par de
sandalias de mujer con las suelas desgastadas. En Cuba, los zapatos
deben durar mucho más que en cualquier parte, por eso la gente los
remienda una y otra y otra vez. Unos pocos no lo necesitan y estrenan
con frecuencia.
Son los cubanos ricos, gente que recibe dinero en efectivo de sus
parientes en Estados Unidos, algunos de ellos beisbolistas y cantantes
famosos. Aunque el gobierno norteamericano sólo permite que sus
ciudadanos visiten Cuba una vez cada tres años, la gente se las arregla
y viaja cada mes, a veces dos veces.
Casi todos toman vuelos a México, Colombia, Panamá o República
Dominicana, de ahí pasan a La Habana. Todos aprovechan que las
autoridades de la isla jamás sellan los pasaportes, entonces no queda
constancia de sus ingresos y el gobierno norteamericano no logra
seguirles el paso.
Por cada entrega, los "burros de plata", como llaman a los que
transportan divisas, se quedan con el veinte por ciento del total del
dinero. Es un negocio millonario que, de cualquier forma, pareciera
permitir el gobierno cubano. La gente que recibe más plata es fácil de
reconocer.
Van en carros último modelo, llevan cadenas de oro, usan ropa nueva,
hablan por celular y comen en los restaurantes al lado de los turistas.
No pueden salir de la isla, pero a cambio sienten que no viven en ella.
"Aunque en Cuba todos recibimos lo mismo", cree Infante, un campesino de
la Sierra del Escambray, a dos horas de la ciudad de Cienfuegos.
Su casa, de madera y piso de cemento, tiene tres cuartos. Su mujer se
llama Ariela y el gobierno le puso un corazón nuevo. No pagó un peso.
"Tuve que llevar una sábanas al hospital porque no tenían, pero a cambio
le devolvieron la vida", dice el viejo. Hasta los detractores más
rabiosos del gobierno de la isla terminan por reconocer que su sistema
de seguridad médica, lo mismo que su sistema educativo, es ejemplar.
¿Cómo saber lo que pasará en Cuba cuando muera Fidel?
Lo desconcertante es que, pese a lo que se rumora en el resto del mundo
por el delicado estado de salud de Castro, en La Habana la vida
transcurre como si nada, o como si todo, según se mire.
¿De qué sufre Fidel Castro?
El presidente Fidel Castro Ruz sufre de una diverticulitis, formación de
bolsas en la pared del intestino, que al inflamarse producen un
abundante y peligroso sangrado.
Lo que debieron hacer los médicos para sanarlo fue hacer un corte
transversal del colon y parte del recto, justo en el área enferma. Se
trató, en efecto, de una delicadísima intervención, agravada aun más por
la edad del paciente, de 80 años.
Finalmente, lo cirujanos unieron ambos extremos cortados, pero no todo
salió bien. Días después, la unión se rompió y las heces fecales
comenzaron a pasar al abdomen de Castro, lo que le causó una peritonitis
aguda (infección). De nuevo, el presidente cubano volvió al quirófano.
La siguiente operación consistió en limpiar el área infectada y quitar
lo que quedaba de intestino grueso. A falta de ese conducto, los médicos
unieron el íleon (parte final del intestino delgado) con un ano
artificial dispuesto en la mesa de operaciones.
Como si el panorama médico no fuera delicado, Fidel Castro sufrió una
inflamación de su vesícula biliar, lo que obligó a los cirujanos a
ponerle una prótesis en las vías biliares, pero el implante falló y
tuvieron que cambiarlo por uno nuevo.
"Puedo manifestar que Fidel Castro no sufre ningún cáncer ni ninguna
enfermedad maligna. Su estado es muy delicado, pero se está recuperando
de manera satisfactoria"
José Luis García Sabrido, médico de Castro.
"Fidel Castro vigila hasta el último detalle y toma medidas para
enfrentar cualquier agresión... Él peleará hasta el último instante y
ese momento está lejos",
Ricardo Alarcón, presidente del Parlamento cubano.
"Lo que hicieron con ese último video fue confirmar la gravedad de su
estado. Parece claro que se está muriendo. Todos lo vimos muy mal"
María Grecia Caña, exiliada cubana.
JOSÉ ALEJANDRO CASTAÑO
REDACTOR DE EL TIEMPO
LA HABANA
ESCRIBA A: joshoy@eltiempo.com.co
http://www.eltiempo.com/internacional/latinoamerica/noticias/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR-3425638.html
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