SOCIEDAD
Pierre y Magdalena en La Habana
Tania Díaz Castro
LA HABANA, Cuba - Junio (www.cubanet.org) - Para descansar las piernas
me senté en uno de los bancos del Parque Central de La Habana. Ellos
llegaron después. Un matrimonio francés en safari, con sus mochilas al
hombro, en bermudas y peinados como si estuvieran acabados de levantar y
el peine se les hubiera perdido. Les calculé unos cincuenta años.
Ella, hija de hispanos, comenzó a conversar en un buen español. Viven el
barrio Montparnasse de París, donde ambos trabajan. Él en una heladería,
ella, empleada en una casa de modas. Se casaron diez años atrás.
A la derecha de nosotros estaba la regia e imponente estatua de José
Martí, con su mano extendida hacia el frente y señalándonos seguramente
algo con su dedo. A la derecha, el background de siempre: un grupo de
hombres, jóvenes y viejos, discutiendo a grito pelado sobre el juego de
pelota de la noche anterior.
Eran las diez de la mañana. Nuestro sol caribeño estaba en todo su
esplendor. Un hervidero de personas luchaba a brazo partido por capturar
un camello, el transporte más carismático de nuestra humanidad cubana,
por esa cualidad extraordinaria que posee de demostrarnos que un
monstruo de la prehistoria aún puede andar por el siglo XXI.
Magdalena se interesó por saber de mí. Si era jubilada, si tenía hijos.
Cuando le dije que era periodista independiente me acribilló a
preguntas: por qué había siempre tantos cubanos en la calle conversando,
como si no tuvieran nada que hacer. Me señalaron al grupo de los
analistas del béisbol y no me creyeron cuando les expliqué que eso era
todos los días y el día entero; hasta de madrugada. Y como dato curioso,
también les dije que entre ellos siempre estaba presente algún policía
político, por si a alguien se le ocurría incluir en la discusión la
situación económica del país.
- Eso es lo que le gusta a Pierre, mi marido, las cosas raras que se ven
en La Habana. Imagínese que hasta las personas mayores nos piden
chicles, algo fuera de lo común. ¡Eso es cosa de niños! O nos piden un
chavito. Les decimos que no, por supuesto, que somos trabajadores, y un
chavito es un dólar para nosotros. ¿Usted se da cuenta de que la gente
aquí camina como si no supiera a dónde va, como si estuvieran perdidas,
o tal vez desesperadas? Yo tengo esa impresión y discúlpeme.
- Igual le ocurrió al escritor García Márquez cuando visitó Polonia en
1955 -le dije. Vio a Varsovia como una ciudad densa, igual que el
espíritu de sus habitantes, desarrapada y triste, deslizándose sin rumbo
y atónita".
- Si, así es en la calle, lo de adentro debe ser peor, supongo.
Le hice la pregunta que hacen todos los cubanos, porque nos resulta
incomprensible que personas del mundo desarrollado se gasten sus ahorros
para ver una Habana sucia, ruinosa, despintada, con sus calles rotas y
tupidas.
- ¿Por qué vienen a Cuba?
Fue Pierre, quien me respondió con un pésimo español y corregido por ella:
- Magdalena no deseaba venir a Cuba, pero luego se convenció. Sobre todo
porque en mi primer viaje a La Habana me gustó mucho una chica que
estamos esperando. Todo porque tiene miedo perderme.
De momento me pareció que no había escuchado bien. Miré a la mujer como
preguntándole. Ambos sonreían sin ningún tipo de reserva. Fue ella quien
lo aclaró todo en un instante, con la mayor naturalidad.
- Es una cubana muy simpática que Pierre y yo amamos. Yo amo a Pierre.
Ambos nos procuramos la felicidad. El me dijo: te va a gustar la
cubanita sexualmente y fue verdad. Es un encanto de muchacha.
Y repitió:
- La amamos y queremos invitarla a visitar París.
Luego me señaló a la chica, que ya se acercaba; una adolescente de
aspecto oriental vestida a la moda. Una verdadera criollita voluminosa
de Wilson. Estoy segura que estaba lejos de cumplir veinte años. Se
sentó entre ellos y se besaron. Me miró algo intrigada y yo comencé a
sentirme fuera de lugar.
Magdalena me preguntó si quería acompañarlos a beber una Coca-Cola en la
cafetería del Hotel Inglaterra. Les dije que no podía porque alguien me
esperaba cerca.
- No es la mamá de Pierre, ¿verdad? -preguntó la muchacha, refiriéndose
a mí.
Cuando la pregunta o la broma los hacía reír, aproveché y me despedí lo
más pronto que pude. Mientras me alejaba vi cómo los tres cruzaban el
Prado, abrazados y contentos.
Más arriba, dueño de todo el cielo cubano, estaba nuestro José Martí.
Entonces me pareció que con su dedo índice, como hacen los jueces, me
quería señalar al culpable.
http://www.cubanet.org/CNews/y06/jun06/22a8.htm
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