Monday, October 24, 2005

SUCESION EN CUBA: RAUL CASTRO, CANDIDATO UNICO

SUCESIÓN EN CUBA: RAÚL CASTRO, CANDIDATO ÚNICO

Por Eugenio Yáñez *
Colaboración
Miami
Florida
E.U.
La Nueva Cuba
Octubre 22, 2005

Cada día que pasa la “solución biológica” del problema cubano parece más cercana, considerando la edad del caudillo: consiguientemente, se analizan más y más las posibles variantes y escenarios que podremos enfrentar, y se sugieren personajes y caminos que estarían presentes en un futuro cercano de nuestra Patria.
Aunque muchos de estos estudios y publicaciones se llevan a cabo por personalidades respetables, en ocasiones las conclusiones a que arriban son estremecedoras: meses atrás, desde Lisboa, se mencionaba a Randy Alonso, el inefable moderador de la Mesa Redonda, y Eusebio Leal, el historiador de la Ciudad de La Habana, entre los posibles candidatos a la sucesión.
Tiempo después, a mediados de este año, cobró fuerza un criterio de que ya la sucesión había comenzado y Raúl Castro ejercía el poder real, mientras el Comandante en Jefe iba siendo relegado a la imagen pública, la leyenda histórica y las funciones protocolares.
Y hace un par de días, LA NUEVA CUBA reprodujo un artículo de Pablo Alfonso, el respetado periodista de El Nuevo Herald que durante veinte años ha estado escribiendo sobre la problemática cubana, donde la tesis central se basa en que Raúl Castro no tiene interés en ser el sucesor y enterrador de la revolución cubana y, de facto, ha surgido un triunvirato que está asumiendo el poder en Cuba para ejecutar la sucesión.
En todos estos criterios me parece que se obvian elementos fundamentales que deben ser tenidos en cuenta, y fundamentalmente dos de ellos de un extraordinario peso: las características de personalidad y perfil psicológico de Fidel Castro (que por ninguna razón permite que ese tema fundamental se decida por alguien que no sea él mismo), y los verdaderos centros del poder en Cuba, encabezados por los altos oficiales de las Fuerzas Armadas y el MININT.
Por ninguna razón Fidel Castro permite siquiera que se hable de la sucesión si no es por el guión que él mismo ha diseñado y en el momento que él mismo considere oportuno, y cualquiera que intente siquiera sugerir alguna consideración o propuesta sin la bendición del Comandante en Jefe podría ser considerado como alguien llevando a cabo una especie de “atentado virtual” contra el caudillo: es perfectamente sabido como se ha actuado históricamente frente a los que cometan ese pecado capital, real o supuesto.
Por otra parte, el poder en Cuba, absolutamente centrado en la figura del caudillo, se basa en una serie de figuras con medios y recursos suficientes para consolidar y defender ese poder, que a la vez resultan insuficientes para cuestionarlo.
A diferencia de los países comunistas “clásicos”, el Partido no es en Cuba el máximo centro de poder, y los miembros del Buró Político no son designados sistemáticamente por un Congreso partidista (que ya de hecho ni siquiera se realiza), sino que son promovidos o designados a “otras funciones” según caprichos del máximo líder.
Aparente poder real tuvieron en Cuba, anteriormente, individuos como Roberto Robaina, Marcos Lage, Otto Rivero, Humberto Pérez, José Llanusa, o Carlos Aldana. ¿Dónde están hoy? No se preocupe el lector si de pronto no identifica algunos de estos nombres: aunque en su momento les sobraban los cargos y los adjetivos superlativos, ya hoy pertenecen a la categoría de no-personas en Cuba. Aunque, indudablemente, están mucho mejor que Arnaldo Ochoa, Diocles Torralbas, José Abrantes, Pascual Martínez, o Patricio de la Guardia, por mencionar a cinco Generales que tuvieron más poder aunque no tanta suerte.
En SECRETO DE ESTADO se definía un escenario posible de sucesión, aunque no el único (“SECRETO DE ESTADO. Las primeras doce horas tras la muerte de Fidel Castro”. Eugenio Yáñez–Juan Benemelis. Benya Publishers, Mayo 2005, 2da edición Julio 2005). Pero es evidente, como se describe en el libro, que independientemente de los futuros derroteros que pueden desarrollarse, las medidas iniciales serán como las descritas en el “Plan Corazón” en esta novela: movilización de las fuerzas armadas y la seguridad, detención masiva de disidentes, control absoluto de la información, búsqueda apresurada de legitimidad internacional y, básicamente, de status quo con Estados Unidos.
Para este escenario inmediato a la desaparición física o incapacidad del Comandante en Jefe, no parece factible imaginarse a Raúl Castro en un retiro campestre y los altos oficiales del ejército y la seguridad sentados en sus oficinas, esperando órdenes de un gobierno civil: ni es coherente con el origen, la formación y la personalidad de estos altos oficiales, ni la historia de Cuba, desde 1868, es ejemplo de subordinación de los poderes militares a las autoridades civiles.
La versión de Ricardo Alarcón, Carlos Lage y Felipe Pérez Roque en un “triunvirato” de gobierno, no es fácil de reconciliar con una realidad absoluta: ninguno de ellos tiene historia militar ni acciones combativas. Sin ese aval, ¿Cómo podrían ejercer un poder real en el país? Sin considerar que, además, ninguno de ellos tiene ni tendrá mando sobre tropas, tanques, aviones, cañones o lanzacohetes
Aparentemente, estos “triunviros” tienen cuotas de poder actualmente, pero éstas fueron asignadas por el Comandante en Jefe, y son susceptibles de ser retiradas en cualquier momento: su presencia en diversos eventos internacionales como pueden ser una comisión intergubernamental, la ONU o la Cumbre de Salamanca, no demuestra su cercanía al poder, sino el desprecio que el omnipotente Comandante en Jefe siente por esas actividades: decisiones sobre relaciones Cuba-Venezuela las toma personalmente con Hugo Chávez, la Asamblea de la ONU no iba a producir nada importante, y su ausencia en la Cumbre de Salamanca era más importante que su presencia. Por eso fueron los “triunviros” a esos eventos, no porque se estén preparando para asumir el poder en un futuro cercano.
¿Dejaría Fidel Castro decidir a Raúl si quiere ser el sucesor o no? ¿Un tema de esa importancia admite una decisión que no sea del mismísimo Fidel Castro? Además de los factores psicológicos involucrados, el pragmatismo, que nunca ha faltado al Comandante, le indica que necesita a alguien, en la etapa inmediatamente posterior a su desaparición, que garantice su figura, su leyenda, su imagen, sus honores y sus monumentos.
A Fidel Castro no le interesa lo que pueda ser de Cuba tras su muerte, pero sí le interesa demasiado lo que sea de su propia imagen cuando ya no esté. Y necesita de Raúl Castro para ello, no por desconfianza en el “triunvirato” (aunque él no confía en nadie), sino porque Raúl es quien puede mantener el poder el tiempo necesario, vía modelo chino, para consolidar su leyenda cuando ya él mismo no pueda hacerlo.
Es cierto que en el orden pragmático la presencia oficial de Raúl Castro al frente de un gobierno post-castrista puede crear dificultades para, si no una normalización, al menos un relajamiento de las tensiones con Estados Unidos, teniendo en cuenta la legislación vigente en este país.
Tal vez por ello las figuras públicas puedan ser diferentes: Ricardo Alarcón, además de un cierto reconocimiento y experiencia internacional, es lo suficientemente cínico y desvergonzado para, sin sonrojarse, prestarse a un proceso de este tipo. Carlos Lage es lo suficientemente gris políticamente para no inmutarse con el cambio de timonel, y Pérez Roque habla en una sola dirección sin escuchar a la otra parte, y eso es lo que menos falta hace en un proceso de consolidar un gobierno post-Fidel.
Además, hay que recordar que tanto Alarcón como Lage y Pérez Roque, los “triunviros”, son hombres de Fidel Castro, no de Raúl. Ni disponiendo de un testamento escrito (que ni existe ni existirá) podrían imponerse a Raúl Castro, que, sin embargo, los puede apartar fácilmente si así lo desea, pues aunque necesitaría más a Alarcón para negociaciones internacionales, puede prescindir de Lage y Pérez Roque sin dificultades.
Y en el supuesto caso, muy improbable, que Raúl Castro decidiera apartarse, ello no garantiza que el resto de los generales con poder real, hiciera lo mismo: tanto varios de ellos (hay cinco con grado de General de Cuerpo y miembros del Buró Político) como algunos eslabones independientes con liderazgo real y recursos disponibles, como es Ramiro Valdés, podrían representar la espina atravesada a este proyecto de “triunvirato”.
Si el “triunvirato” va a tener solamente condición de pantalla pública a los efectos de buscar legitimar el poder real, es posible entonces que funcione, pero eso no significa que la sucesión escapó de las manos de Raúl Castro o los militares, sino que éstos están ejerciendo el poder a través de la pantalla de estos personajes.
Como se dice en Cuba, “ni es lo mismo ni se escribe igual”.
Entiendo que todos estos criterios son discutibles y merecen un análisis más profundo, pero no quiero abusar de la paciencia de los lectores. Prometo continuar sobre este tema en una serie de próximos artículos.



* Eugenio Yáñez es analista, economista y un especialista en la realidad cubana. Ha publicado varios libros y junto a Juan Benemelis es autor de "Secreto de Estado. Las primeras doce horas tras la muerte de Fidel Castro" (Benya Publishers, Miami, mayo de 2005).

http://www.lanuevacuba.com/archivo/eugenio-yanez-8.htm
 

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