Los límites de la dictadura del número
ALEJANDRO ARMENGOL / El Nuevo Herald
Lo que hace que una democracia sea tal, no es el gobierno de las
mayorías sino el respeto y la participación de las minorías. Si se
limitara a las mayorías, Hitler, Mussolini y otros tantos sátrapas
habrían sido demócratas por excelencia.
Los fundadores de la democracia se preocuparon en dividir los poderes y
dar representación y controles a la oposición, como garantías de buen
funcionamiento del sistema.
En la mejor tradición latinoamericana, el teniente coronel bolivariano y
primer socialista del siglo XXI ignora las minorías y aplica la
dictadura del número. En la mejor tradición de líderes como Perón o
Getulio Vargas hasta tuvo la suerte de que un error de la oposición lo
dejara con mayoría absoluta en la Asamblea Constituyente.
Pero la dictadura del número se debilita cuando los números cambian. Y
todo indica que en Venezuela están cambiando.
Por una parte, la imagen de Chávez se deteriora internacionalmente, no
sólo por su incidente con el rey de España. También la impecable
Michelle Bachelet y el colombiano Alvaro Uribe han hecho sentir su
disgusto con actitudes de Chávez.
Bachelet resiente, con razón, su intromisión en una cuestión bilateral
como es el diferendo con Bolivia por la salida al mar. Y, con más razón,
la posición que Chávez tomó en la OPEP sobre los precios del petróleo.
Hizo todo lo que pudo con su socio iraní para promover un aumento del
barril que ya ronda los $100, cuando la misma Bachelet le había pedido
interceder para aumentar la producción y bajar los precios, que fue
finalmente la postura de Arabia Saudita.
El precio del petróleo, que por oferta y demanda sería de no más de $60,
es una carga pesada para los países latinomericanos que están tratando
de salir de la pobreza y el subdesarrollo. Estados Unidos está más
preparado que ningún país, como su poderío económico, para afrontar los
precios del petróleo, la calamitosa gestión del presidente Bush y la
crisis hipotecaria.
El presidente Alvaro Uribe, por su parte, se sintió ofendido con razón
cuando Chávez, en su papel de mediador con las FARC, llamó al jefe del
Ejército colombiano, Mario Montoya, pasando por sobre la
institucionalidad más obvia.
El francés Nicolas Sarkozy salió en defensa de Chávez pidiendo que
siguiera como mediador y olvidando que no hace mucho propuso lanzar una
guerra contra uno de los principales socios y amigos de Venezuela, que
es el gobierno iraní.
En el interior de Venezuela las perspectivas son oscuras. Chávez ha
puesto en el presupuesto los fondos para interferir en los asuntos
internos de otros países. El desabastecimiento de productos elementales
golpea a los sectores de menos recursos al igual que la inseguridad sin
precedentes que azota a Venezuela.
Por otra parte, olvida que la izquierda no fue nunca una opción de poder
en Venezuela. Entre la caída de Pérez Jiménez y el ascenso de Chávez, el
poder se repartió en socialdemócratas, adecos, y socialcristianos,
copeyanos. El discursode izquierda, encarnado en partidos como el MAS,
no superó el 10 por ciento. Es legítimo preguntarse si los venezolanos
van a decir que sí a una Constitución socialista cuando nunca votaron
por esto en el pasado.
Una característica de la dictadura del número es la identificación del
partido que transitoriamente administra el Estado con la totalidad de la
Patria. Así, opositores como los estudiantes o el general Raúl Baduel
pasarían a ser traidores a la Nación, pues la mayoría no acepta la
disidencia.
Las encuestadoras venezolanas, acusadas por Chávez de conspirar en su
contra, dicen que es posible que el Sí pierda el referendo del próximo 2
de diciembre. Habrá que ver, en ese caso, como reacciona el teniente
coronel bolivariano si su país le dice No a esa entelequia indefinida
que es el socialismo del siglo XXI.
La comunidad latinoamericana no pasa por su mejor momento. En Bolivia,
la Asamblea Constituyente sesiona en un cuartel y los estudiantes de
Santa Cruz insultan a partidarios de Evo con epítetos racistas que en
otro país son castigados por la ley. Argentina y Uruguay tienen un
desencuentro demasiado largo para dos países con tantas cosas en común y
el presidente Correa insiste cada media hora en cerrar el Congreso
ecuatoriano.
Es hora de fijar reglas de juego y objetivos, para dejar atrás la
pobreza y el subdesarrollo profundizados por el neoliberalismo en las
dos últimas décadas del siglo XX. Las mayorías se impacientan con razón
cuando sus líderes están más preocupados por perpetuarse en el poder que
en atender sus urgencias.
La visita de Cristina Fernández a Brasil abre la posibilidad de un eje
entre Buenos Aires y Brasilia, que incluya en el futuro a Chile y
Uruguay, para contener desbordes que no conducen a nada bueno. Las
cancillerías de países como México, Brasil y Argentina, los más grandes
de la región, deben estar atentas a lo que suceda en Venezuela. Ya han
comprobado en carne propia que lo que suceda allí también les incumbe.
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