Cayucos y balsas
Miguel Iturria Savón
LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - En su última visita a La
Habana me contaba Elba Ramírez, una pintora de Santa Cruz de Tenerife
casada con un amigo de Alamar, que los cayucos que llegan diariamente a
las costas de Islas Canarias provienen de Marruecos, Malí, Costa de
Marfil, Guinea y otros países subsaharianos. "Casi todos los inmigrantes
son jóvenes apacibles que huyen de la penuria y la desesperanza".
He vuelto a pensar en Elba al leer "Los tullidos de las pateras",
crónica del diario español El Mundo sobre la historia de algunos de esos
cayucos que llegan al archipiélago canario. El cronista describe la
fragilidad de las barcas, la incertidumbre de las travesías y el drama
personal de quienes arriesgan la vida en busca de nuevos horizontes.
La lectura del periódico hispano y la evocación de la pintora canaria me
reviven la desventura de los balseros cubanos que atraviesan el estrecho
de Florida desde hace décadas. Este drama es tan obvio y cotidiano que
escapa de las preocupaciones de los funcionarios insulares que pudieran
remediarlo.
Nuestros balseros, como los que viajan en los cayucos africanos,
idealizan la tierra de promisión, aunque no parten de un continente
hacia una isla, sino al revés. La travesía puede ser mortal o
traumática, pero la perciben como un boleto de cambio. Tal vez la única
forma para zarandear la desesperanza y asir las alas de la libertad.
La emigración desde las costas de Cuba hacia Norteamérica ha oscilado
con el vendaval político y económico de nuestra isla, pero su insólito
incremento se debe a medio siglo de aquelarres y mandamientos colectivistas.
Un informe del Instituto de Estudios Cubanoamericanos reseñado por
Isabel Espronceda en diario El Nuevo Herald (Miami), analiza las causas,
las cifras y las consecuencias humanas y económicas del flujo
migratorio, desde una nación que aún es beneficiada por la Ley de Ajuste
Cubano (1966) y por los acuerdos migratorios de 1995, los cuales
autorizan a 20 mil personas al año a emigrar legalmente en los Estados
Unidos.
La articulista sintetiza las causas del éxodo en la crisis económica
insular, la represión, el autobloqueo de las fuerzas productivas y la
falta de esperanzas de la población, cuyos hombres se lanzan al mar sin
reparar en los riesgos de la travesía ni en las frases denigrantes que
les ofrenda el gobierno.
Las cifras son impresionantes. Entre 1950 y 1959 se trasladaron a los
Estados Unidos 72 mil 221 cubanos, casi todos de manera legal dada la
incertidumbre política que reinaba en el país.
Comienza entonces un exilio histórico (1959-1980) condicionado por los
cambios revolucionarios: 458 mil compatriotas arribaron a Florida.
Estados Unidos acogió otras oleadas migratorias calculadas en 132 mil
532, entre 1980 y 1989, más 159 mil 037 en el decenio siguiente (1990-1999).
La misma fuente añade un "diluvio silencioso" superior a ambas cifras en
la etapa reciente (2000 a 2007). Supone que para 2009, Estados Unidos
habrá acogido a 267 mil nuevos inmigrantes cubanos.
Detrás de estas cifras quedan tragedias innombrables y miles de
náufragos perdidos en el fondo del mar. Otros carenaron en puntos
geográficos no contabilizados.
Nuestros balseros, como los cayucos africanos, son una ausencia que se
despeña.
Detener el éxodo no depende de las mareas, sino de los hombres que aún
secuestran las llaves del desarrollo.
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