Verano mortal
Jorge Olivera Castillo
LA HABANA, julio (www.cubanet.org) - Caen de súbito. Palidecen entre
sudores y resuellos que denotan los síntomas de una fatiga. El sol ahora
es un horno que cuece todo con puntualidad inglesa. Ha llegado el verano
a Cuba para adosarle tensiones al ambiente, de por sí cargado de
desventuras.
Abatidos en el asfalto, decenas de personas, a diario, muestran las
consecuencias de una precaria alimentación, también padecen los efectos
del constante vagabundeo derivado de la supervivencia.
La gente sale a "luchar" lo que en la isla se traduce en la búsqueda de
los requerimientos básicos para el sustento. Lo hacen a pie, sin la
debida hidratación. Algunos evitan beber refrescos y pócimas hechos con
aguas de origen desconocido.
Tanto en los escasos negocios particulares como en las instalaciones del
estado la protección al consumidor es algo abstracto. Se menciona,
existen carteles que enfatizan sobre el tema, pero administradores y
empleados continúan en sus transgresiones sin que les importe mucho la
salud de los clientes.
Son propiciadores del parasitismo, terroristas de las vías digestivas,
paladines del mal servicio y entusiastas practicantes del fraude. Timan
y enferman a potenciales usuarios. Por eso la preferencia por
esquivarlos, aunque a menudo se sucumbe a la tentación del pan viejo y
la croqueta refrita, la fritura grasienta y un líquido dulzón y turbio
que calma la sed, pero lo saludable queda bajo signos de interrogación.
Ancianos y mujeres embarazadas se desploman en las inmediaciones de las
charcas de inmundicias, entre las columnas de las viejas edificaciones
que llevan por pintura una capa de churre con tendencia a eternizarse.
Otros se derrumban a pocos pasos de los escalones del ómnibus. Se apean
bañados en sudor. Están marchitos y como extraviados en cavilaciones
sobre un viaje que tiene de épico y de trágico.
Se desvanecen de súbito con un sonido que causa estremecimiento y
despierta una solidaridad casi unánime. Alguien convierte un periódico
en abanico, un joven militar se ofrece como camillero. Carga en esta
ocasión a un anciano y lo deposita en un banco apenas servible. Le han
roto toda la armazón. Solo cuenta con dos tablas, de cuatro, para
sostener el cuerpo y una como espaldar. Es el único sobreviviente del
parque.
Una muchacha cruza la calle y regresa con agua fría que obtuvo en un
centro de trabajo. El atribulado sorbe torpemente, se despereza ante la
mirada de unas treinta personas. Son tres las que producen aire. Una con
un abanico auténtico, otra con un aditamento de cartón rectangular
sujeto a un fleje de madera y la señora que, sin quererlo, hizo del
periódico Granma una pieza imprescindible, algo que sólo acontece en los
servicios sanitarios hogareños.
No es una afrenta al órgano oficial del Partido Comunista, es cuestión
de ahorros. El rollo de papel higiénico cuesta cincuenta centavos de
dólar (unos 10 pesos cubanos), el Granma solo veinte centavos en los
estanquillos estatales y un peso en el mercado negro.
Debido a la ola de calor muchos mueren a instancias del agravamiento de
enfermedades, sostenidas deficiencias nutricionales y aumento del
estrés, todo ello incentivado por la exposición excesiva a temperaturas
que cada año son más altas.
Apagones, falta de agua para el aseo y el consumo, caminatas
indiscriminadas bajo el asedio de los grados centígrados, viajes en
transportes donde el hacinamiento propicia desenlaces que van de la
violencia hasta la pérdida del conocimiento por deshidratación. Tales
vicisitudes la sufren millares de coterráneos en repartos y solares, en
campos y ciudades.
La tasa de suicidios de seguro tendrá un notable aumento en estos meses,
al igual que los acontecimientos relacionados con el crimen. La
insalubridad fusionada con las inclemencias del calor, es letal. Mata,
exprime, eleva el nivel de las insatisfacciones, multiplica la irritación.
La nomenclatura no se detiene en tales nimiedades. Vive en otra galaxia.
En esas órbitas hay una temperatura ideal, vitrinas bien dotadas y un
confort como el que pudiera tener Donald Trump. Allí no se muere de
angustias, ni por las agonías que provoca un sol que raja las piedras.
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