El regaño de Ricardo Alarcón
Un inmerecido prólogo para el libro sobre la diplomacia secreta entre
Cuba y EEUU
Lunes, julio 10, 2017 | Luis Cino Álvarez
LA HABANA, Cuba.- Cuando hace varios meses la Editorial Ciencias
Sociales publicó Diplomacia encubierta con Cuba. Historia de las
negociaciones secretas entre Washington y La Habana (originalmente, Back
Channel to Cuba. The hidden history of negotiations between Washington
and Havana) de los norteamericanos William Leogrande y Peter Kornbluh,
los editores del comisariado castrista creyeron preciso endilgarle,
además del prólogo del académico de Harvard Jorge Domínguez, a modo de
coletilla, otro prólogo a cargo de Ricardo Alarcón.
En dicho prólogo-coletilla, el exdiplomático y expresidente de la
Asamblea Nacional del Poder Popular se afana en negar que "los cinco"
fueran espías y lamenta que Leogrande y Kornbluh hayan tropezado con "la
misma piedra".
Alarcón, que durante muchos años participó en muchas de esas
negociaciones con los Estados Unidos, reconoce los méritos del libro, y
en actitud de perdonavidas, disculpa a los autores por el afán de
imparcialidad que, según afirma, les nubló "el rigor del análisis".
Hasta se muestra comprensivo con ellos, los pobrecitos, que no han
logrado librarse del modo en que los norteamericanos se relacionan con
el mundo.
Al respecto, Alarcón, tan pedante como suele ponerse, aun ahora que está
en plan pijama y venido a menos, explica que lograr la objetividad
"plantea un reto muy específico a quienes lo intentan desde la potencia
hegemónica, se han formado dentro de su cultura, con sus valores,
hábitos y costumbres, incluyendo una manera peculiar de interpretar lo
que acontece más allá".
Pareciera que Leogrande y Korbluh tuvieran que lamentar el hecho de ser
norteamericanos, lo cual los descalificaría, por muy liberales que sean,
para tratar asuntos internacionales.
Por lo regañón, es un prólogo inmerecido. ¿Qué más querían Alarcón y sus
jefazos de Leogrande y Kornbluh? La actitud de ambos con relación al
régimen castrista no pudo ser más comprensiva y conciliatoria. Tanto,
que por momentos parecen agentes de influencia del castrismo.
Para apreciar la suavidad con que Leogrande y Kornbluh juzgan en el
libro al régimen, baste citar el párrafo que dedican a la masacre del
remolcador 13 de marzo, en 1994: "Algunas bandas armadas secuestraron
remolcadores, transbordadores e incluso barcos de la armada cubana, lo
que resultó en un significativo derramamiento de sangre. El episodio más
espantoso tuvo lugar el 13 de julio, cuando un grupo de 68 cubanos
secuestraron un remolcador y escaparon hacia Florida. Yendo en tres
botes, la policía los persiguió. Ya sea intencionalmente (como creían
los refugiados) o casualmente (como adujeron las autoridades cubanas),
en la refriega el remolcador secuestrado se estrelló y se hundió. 37
personas murieron, incluyendo mujeres y niños. Una tragedia
considerablemente embarazosa para el gobierno de Castro". Sin comentarios.
Leogrande y Kornbluh, al hacer un pormenorizado y muy bien documentado
recuento de las negociaciones secretas entre los dos países, con
distintos resultados o falta de ellos, desde Kennedy hasta Obama, dan la
impresión de que Fidel Castro siempre estuvo ansioso por normalizar las
relaciones con los Estados Unidos, solo que los presidentes
norteamericanos no lo entendían, lo menospreciaban, lo engañaban, no se
adecuaban a las situaciones, no se atrevían a correr riesgos políticos o
le exigían demandas desmesuradas, tales como que cortara sus vínculos
militares con la Unión Soviética, dejara de exportar guerrillas a
América Latina y tropas a África, legalizara los partidos políticos y
realizara elecciones libres.
Los autores achacan a los gobiernos norteamericanos los fracasos de las
negociaciones. Aun cuando instalaran en Cuba misiles nucleares
soviéticos, diseminaran guerrillas por casi toda América Latina, se
reforzara la presencia militar cubana en África, se alentaran éxodos
masivos, se derribaran las avionetas de Hermanos al rescate, arreciara
la represión contra la oposición, o cualquier otra barbaridad producto
de una perreta, Kornbluh y Leogrande buscan el modo de achacarle la
responsabilidad final a la incapacidad norteamericana para lidiar con el
ego de Fidel Castro, quien se negaba a renunciar a sus principios, a
hacer concesiones, y exigía negociar en condiciones de respeto e
igualdad, o sea, que no interfirieran en lo que él entendía por
"soberanía nacional".
Todos los portazos de los castristas son justificados por los autores.
Consideran que había que ser tolerantes con ellos, reírles sus pujos y
majaderías. Había que soportar sus recelos paranoicos, su
intransigencia, su discurso repetitivo, que se resistieran
instintivamente a ceder ante las demandas norteamericanas, su
insistencia en que los pasos que daban fueran entendidos como gestos y
no como concesiones explícitas, su tendencia a subir la parada siempre.
Todo había que aguantárselo. Después de todo, ellos, por muy matreros
que fueran o precisamente por eso, no comprendían la burocracia del
gobierno norteamericano.
El libro termina con un epílogo escrito por Kornbluh y Leogrande luego
del restablecimiento de las relaciones diplomáticas. Quizás en la
próxima edición cubana, si la hay, si hay papel y ganas de publicarla,
decidan incluir otro epílogo más, u otro prólogo-coletilla, da igual,
escrito por la adusta Josefina Vidal o por Bruno Rodríguez, el prospecto
de canciller, en que refieran como en eso llegó Trump, y el régimen
castrista, por exagerar en lo de hacerse el duro y subir la parada,
perdió la oportunidad que Obama le ofreció en bandeja de plata.
luicino2014@gmail.com
Source: El regaño de Ricardo Alarcón CubanetCubanet -
https://www.cubanet.org/opiniones/el-regano-de-ricardo-alarcon/
No comments:
Post a Comment