La calle de Celia y Fidel está abierta
Atrás quedó para siempre aquel "búnker", quien sabe si romántico
Miércoles, marzo 29, 2017 | Ernesto Santana Zaldívar
LA HABANA, Cuba.- No hubo anuncio público y muchos no podían creerlo:
tras 58 años volvía a abrirse la cuadra de la calle 11 entre 10 y 12, en
El Vedado, lo mismo para peatones que para vehículos. Ya no había
garitas con guardias en las esquinas. Ya no estaba prohibido pasar por
lo que fuera la sagrada "cuadra de Celia", también conocida como "la
posta" o "el búnker".
El asombro era mayor para los que eran o fueron vecinos del lugar y
conocían la férrea seguridad que había en aquella cuadra e incluso en
sus alrededores. Quienes no frecuentaban la zona, podían tratar de pasar
por allí, sobre todo de noche, y pasar un susto. Décadas atrás, cuando
Celia Sánchez vivía y Fidel Castro iba con frecuencia allí, se dieron
varios casos de disparos contra gente que intentó penetrar. Se ha
hablado incluso de muertos.
Casi nadie sabía con exactitud qué había en aquella cuadra cuando vivía
"la madrina", como la llamaban los que la creían madrina de Castro en la
práctica de la santería afrocubana. Allí él tenía una guarnición de su
seguridad personal, una bolera, una piscina climatizada, una cancha
privada de baloncesto, un establo con aire acondicionado para sus vacas
supremas, su biblioteca privada, un cómodo apartamento decorado con
rocas y helechos traídos de la Sierra Maestra.
Era el edificio número 1007 de la calle y allí, en el cuarto y último
piso, Celia ordenó construirle inclusive una cama en forma de bohío
campesino, con columnas de horcones de palma. Para mayor seguridad,
todas las azoteas se comunicaban y había un túnel soterrado que llevaba
al gimnasio en forma de búnker, hermética mole gris de hormigón armado
que fue alzada en la primera mitad de los 70 en 12 y 13, muy cerca de
donde viví yo durante 45 años.
En 10 y Línea se halla la tienda de víveres donde estaban registrados
Celia Sánchez y su amigo, que normalmente solo acudía por la noche. En
10 se hallaba también el centro de votación al que pertenecían —aunque
él era "elegido" diputado siempre por un poblado en la Sierra Maestra.
Sendos semáforos especiales flanqueaban "El Once", como la escolta
llamaba al lugar y siempre hubo cámaras de vigilancia sobre los
edificios de las esquinas.
En la madrugada, de vuelta a Punto Cero, muchas veces saliendo por 11
hacia el Puente de Hierro, partía la caravana de tres autos apagados: en
una época jeeps GAZ 69, luego de modelo Chaika —el automóvil de lujo que
se fabricó en la URSS—, o los Alfa Romeo color burdeos y por fin los
Mercedes blindados que le regaló Sadam Husein a su colega.
Vivir en las manzanas inmediatas a "El Once" era complicado. Ante todo,
los alrededores fueron durante decenios una "zona congelada", a donde
para mudarse había que tener en la familia a alguien vinculado con altos
organismos, preferiblemente el Ministerio del Interior o las Fuerzas
Armadas. Además, era muy controlada la estancia en la vivienda de
extranjeros y hasta de familiares cubanos.
En general, era extraño vivir en las inmediaciones, y peligroso. Aun
después de la muerte de Celia. Recuerdo que una vez, a principios de los
90, presencié un singular operativo, con guardias en las esquinas. En 13
y 12, uno, con una ametralladora ligera apuntando hacia 12, permaneció
dos horas en el parterre de la acera, a unos metros de mi casa. Para ser
un ejercicio, resultaba demasiado real. Los escoltas esperaban algo. Si
ese "algo" hubiera llegado, de seguro aquello hubiera sido indescriptible.
Celia Sánchez murió en 1980 y todo siguió igual al menos por veinte
años, aunque Fidel Castro ya nunca fuera allí. En los últimos tiempos,
los guardias no portaban fusiles AKM y la seguridad se relajó mucho. En
el techo del búnker los jóvenes soldados criaban palomas. Después, había
hasta muchachas guardias. Las cámaras en lo alto se pudrieron.
Lo mismo como Norma, que como Lilian, Carmen, Caridad o Aly, Celia fue
siempre de una fidelidad y una utilidad inmensurables para Fidel Castro.
Algunos la consideraron su mejor perro guardián. Ella coordinó la visita
de los periodistas Herbert Matthews y Bob Taber a la Sierra. Fue la
primera mujer que participó en un combate y fundó el pelotón femenino
Mariana Grajales, que fue durante un tiempo escolta personal del jefe,
lo que después imitaría su amigo Husein.
Aunque no tuvo grados militares, Celia se ocupó de asuntos de la mayor
importancia política, desde acompañar a Castro en giras internacionales
importantes hasta dirigir la construcción del Palacio de Convenciones de
La Habana para una Conferencia de Países No Alineados. Fue Ministra de
la Presidencia, miembro del Comité Central, Secretaria del Consejo de
Estado y diputada del Parlamento, pero su mayor preocupación fue siempre
la Oficina de Asuntos Históricos del Consejo de Estado.
Cuán íntima era la amistad entre Celia y Castro es un tema de apasionado
debate. Lo indudable es que estuvo en el mismo corazón de la revolución
cubana por más de dos décadas, cuidando del líder: él quería el poder a
toda costa y ella quería eliminar todo lo que estorbara ese propósito,
porque su ídolo era Cuba y la revolución en santísima trinidad una.
Hay quien cree, románticamente, que la revolución murió con ella. "Los
batistianos nunca volverán al poder en Cuba mientras yo o Fidel
vivamos", dijo en 1959 y lo repitió al menos tres veces antes de morir.
Entonces, Dalia Soto del Valle pudo casarse con quien fuera su amante
desde 1961, ya sin batistianos ni moros en la costa. Atrás quedó para
siempre aquel "Once", quien sabe si romántico.
Source: La calle de Celia y Fidel está abierta CubanetCubanet -
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