Una crónica sobre (malas) prácticas médicas
VERÓNICA VEGA | La Habana | 7 de Octubre de 2016 - 09:08 CEST.
Un amigo me pidió que escribiera en un artículo lo que le sucedió en el
policlínico 13 de Marzo, en Alamar.
Llegó sufriendo los efectos de unas diarreas que lo debilitaron al punto
de casi perder el conocimiento. Era de madrugada y el galeno de guardia
estaba en la sala de Observaciones, con la puerta cerrada. Después de
llamar con insistencia, por fin le abrieron. Para su sorpresa, el médico
y dos enfermeras no estaban durmiendo como él consideraba lógico, sino
muy entretenidos con un videojuego en una tablet. Según mi amigo, el
doctor ni lo miró mientras lo atendía. Con visible malhumor, solo le
mandó sales de rehidratación oral.
Continuamente escucho a personas quejarse de la atención, o más bien de
la desatención médica. Frases como: "Dios me libre de caer en un
hospital", que insinúan, más que la mentada falta de recursos, la
desconfianza en el material humano. Errores que implican riesgos graves
se cometen muy fácilmente, a veces por indolencia u obcecación de los
propios clínicos.
Siendo mi sobrina asmática, y por una tos persistente, mi hermana le
sugirió al médico de familia algo tan simple como una prueba de rayos X
para descartar un reforzamiento en los pulmones. Después de auscultarla,
la doctora le aseguró que no hacía falta pues estaba "limpiecita".
Inconforme con el diagnóstico, la madre siguió para el Hospital Naval.
Esa misma noche la niña ingresaba en Cuidados Intensivos con una
neumonía asintomática que la puso al borde de la muerte.
Al bebé de una amiga, en su consultorio de La Habana Vieja, le
desgarraron el prepucio llevándolo hacia atrás, a sangre fría. Para la
criatura fue muy traumático, pero lo peor vino después. El glande se
hinchó y empezó a amoratarse. El niño lloraba al orinar y el dolor le
impedía dormir. Ni su médico de familia, ni la doctora que lo atendió en
el policlínico, fueron capaces de notar que el prepucio no podía volver
a su posición normal por la inflamación del pene, y lo estaba
estrangulando. En el Hospital Pediátrico de Centro Habana adonde fueron
a parar los desesperados padres, el urólogo les explicó que un día más y
su bebé empezaría a presentar una necrosis que implicaría la amputación
del miembro, añadiendo tajante: "Si esa doctora no sabe lo que es una
parafimosis es que compró el título. Por favor, cuando el niño tenga
cualquier otro problema no se lo lleven a ella, tráiganlo directamente
aquí".
En casos así, algunos familiares reaccionan con violencia y llegan a
agredir a los médicos. No es la solución pero resulta perfectamente
comprensible. En las salas de espera de los hospitales se oyen historias
estremecedoras que tienen un factor común: la negligencia.
Mi vecino me refirió que estando su madre, anciana y ciega, ingresada en
el Hospital Calixto García, casi le da un infarto a él por los horrores
que veía a diario. Algo tan simple como solicitar los servicios del
enfermero de guardia durante la noche era una prueba al sentido común.
Tenía que aporrear la puerta del cuarto donde el joven yacía con otra
enfermera, y se oían los gemidos de placer de la pareja. Todo esto en
las inmediaciones de una sala atestada de enfermos.
Otra vecina, que estudió Enfermería pero no pudo graduarse por problemas
personales, cuenta que cuidando a una amiga, ingresada en Pinar del Río,
la doctora le dijo en tono confidencial: "Tienes que estar al tanto de
que todo lo que le pongan (a la paciente). La interesada eres tú, a la
que le duele es a ti". La advertencia subrayaba que no podía confiar en
que se cumplieran las indicaciones médicas.
Pero, ¿qué puede hacer un acompañante que no tenga conocimientos de
Enfermería? ¿Atenerse a su suerte?
Aunque la medicina en Cuba nunca llegó a ser la potencia divulgada
oficialmente, y el costo de su gratuidad es el vitalicio déficit del
salario estatal, más caro que un seguro médico e ineludible así tenga
uno una salud de hierro, sí es cierto que hubo grandes avances y un
sentido de compromiso en otras generaciones. Pero es natural que el
sálvese quien pueda que se expande a todos los aspectos de la sociedad
cubana, contamine por ósmosis, al área de salud.
Los médicos no solo se quejan de una remuneración que nunca es coherente
con los precios, sino del exceso de reuniones y las restricciones
burocráticas que obstruyen el propio servicio de salud.
Como sucede con la educación, la falta de personal hace que se sea mucho
más flexible al procesar los innumerables reclamos de la población. Aun
así cabe la pregunta de cómo es posible que se tome tan a la ligera la
probabilidad de mutilar una sexualidad, o perder una vida.
Y si el panorama actual es ya alarmante, ¿qué pasará con estos jóvenes
que hoy estudian Medicina sin que sea su vocación? A veces basta con ver
la conducta que ostentan públicamente sin ningún pudor por lo que
representa su uniforme. Actitud descompuesta, choteo, palabras soeces…
En una guagua fui testigo involuntario del diálogo de dos estudiantes de
Medicina. Se reían comentando detalles muy personales de sus pacientes,
detalles que violaban la ética médica. Le pregunté a una licenciada en
Enfermería retirada si en Cuba se hace el juramento hipocrático, y se
rió. "Nunca me lo enseñaron", dijo, "yo lo practiqué por convicción
personal. Mi nieta está estudiando Estomatología y ni siquiera se lo han
mencionado".
He leído sobre médicos extranjeros graduados en la Isla que, ya
ejerciendo en sus países denotan una formación insuficiente. También de
una doctora cubana perseguida por la policía en Honduras, en julio
pasado, debido a una mala praxis quirúrgica. Hay informes sobre la falta
de profesores experimentados en la Facultad de Medicina, que hace
endeble la preparación de las nuevas generaciones de batas blancas.
¿Cuál es la solución si los profesionales de experiencia se ausentan por
misiones fuera de la Isla donde reciben remuneraciones, nunca justas
pero más funcionales? ¿Si muchos usan esa vía para emigrar? ¿Si las
carreras de Medicina bajan en los preuniversitarios a granel?
Jóvenes que ni remotamente tenían en sus mentes ser médicos, se ven de
pronto vistiendo el uniforme blanco y azul prusia. Sus sueños rara vez
tienen que ver con una vocación de servicio, con la conciencia de que
manipularán cuerpos donde el límite que dictan la respiración y el
pulso, es extremadamente frágil.
Cualquier reclamación legal es un proceso desgastante y muchas veces,
infértil. Los cubanos ni siquiera pensamos en términos de derecho y
mucho menos de indemnización. Pero no debemos jamás renunciar a una
exigencia básica: quienes deciden por voluntad propia asumir roles en la
Salud Pública, tienen que sentir el peso de su enorme responsabilidad, y
mostrar, sino amor, al menos respeto por el ser humano.
Source: Una crónica sobre (malas) prácticas médicas | Diario de Cuba -
http://www.diariodecuba.com/cuba/1475255674_25687.html
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