Wednesday, September 02, 2015

El nuevo escenario y la ausencia del ciudadano

El nuevo escenario y la ausencia del ciudadano
DIMAS CASTELLANOS | Ciudad de México | 1 Sep 2015 - 11:49 pm.

El fracaso del modelo totalitario, el envejecimiento de los gobernantes
y las nuevas relaciones diplomáticas con EEUU tendrán un fuerte impacto
en la sociedad. ¿Qué hacer?

En Cuba la concurrencia entre el fracaso del modelo totalitario, el
envejecimiento de sus gobernantes y el restablecimiento de las
relaciones diplomáticas con Estados Unidos tendrá un fuerte impacto en
la sociedad. Para que ese impacto resulte positivo se requiere la
presencia de un factor ausente: el ciudadano. Si esta tesis remite a la
pregunta de cómo es posible que en un país de cultura occidental con una
destacada historia de luchas no exista el ciudadano, la respuesta nos
conduce a un fenómeno complejo que demanda más atención de la que hasta
ahora se le ha brindado.

La causa más inmediata —no la única— está en el desmontaje de la
sociedad civil que tuvo lugar en Cuba en los primeros años de poder
revolucionario y en su posterior institucionalización. La formación
cívica —cimiento del ciudadano— se inició en Cuba en 1821 por el padre
Félix Varela[1], quien al asumir la dirección de la Cátedra de
Constitución en el seminario San Carlos, la definió como "institución de
la libertad y de los derechos del hombre" y la concibió como un medio
"para enseñar virtudes cívicas". Su obra fue continuada por José de la
Luz y Caballero[2], quien arribó a la conclusión de que "antes de la
revolución y la independencia, estaba la educación"y desde esa visión
concibió el arte de la educación como premisa de los cambios sociales.
Esa misión fue continuada por varias generaciones de educadores y
pensadores cubanos hasta la primera mitad del siglo XX.

La sociedad civil cubana, que emergió resultado del Pacto del Zanjón en
1878, desempeñó un importante papel en los problemas político-sociales
de la República. La Protesta de los Trece; las luchas campesinas de San
Felipe de Uñas, del Realengo 18 y Ventas de Casanova; el movimiento
huelguístico que derrocó la dictadura de Gerardo Machado, las luchas
estudiantiles por la autonomía universitaria y la derogación de la
Enmienda Platt; la Asamblea Constituyente que dio a luz la Constitución
de 1940 y las luchas contra el Golpe de Estado de 1952, entre otros así
lo demuestran. El desarrollo logrado por la sociedad civil fue expuesto
por Fidel Castro durante el juicio por el Asalto al cuartel Moncada,
donde dijo: "Había una vez una república. Tenía su Constitución, sus
leyes, sus libertades; Presidente, Congreso, Tribunales; todo el mundo
podía reunirse, asociarse, hablar y escribir con entera libertad. El
gobierno no satisfacía al pueblo, pero el pueblo podía cambiarlo y ya
sólo faltaban unos días para hacerlo. Existía una opinión pública
respetada y acatada y todos los problemas de interés colectivo eran
discutidos libremente. Había partidos políticos, horas doctrinales de
radio, programas polémicos de televisión, actos públicos y en el pueblo
palpitaba el entusiasmo."

A pesar de esos esfuerzos educativos y de los avances de la sociedad
civil no se alcanzó el grado de madurez suficiente para impedir su
desmantelamiento. En 1959 la Constitución de 1940 fue suplantada por la
Ley Fundamental del Estado Cubano; el poder se concentró en las manos
del líder de la revolución y la propiedad pasó a manos del Estado, cuyo
punto de remate fue la "Ofensiva Revolucionaria" de 1968, que liquidó
los más de 50.000 pequeños establecimientos sobrevivientes. El resultado
se refrendó en la Constitución de 1976, con la cual se institucionalizó
el control absoluto del Estado sobre la política, la economía, la
cultura, los medios de comunicación y sobre las personas.

Si a ello se une el efecto negativo de la pérdida de los valores éticos,
la frustración, la desesperanza, el desinterés y el éxodo sostenido, la
realidad cubana se nos presenta en su desnudez y nos indica tanto la
magnitud del daño sufrido como de la empresa pendiente.

Por su naturaleza, todos los modelos totalitarios están condenados al
fracaso. La diferencia entre uno y otro modelo radica en la capacidad
para durar un tiempo menor o mayor, lo que a su vez depende del grado en
que cada uno sea capaz de limitar la libertad de las personas. En el
caso de Cuba, ante el fracaso y la posibilidad de perder el poder, la
élite revolucionaria reforzó la represión política, económica y cultural
e intensifico el monopolio del sistema educacional y de los medios de
comunicación. Una marcha atrás guiada por la política expuesta por Fidel
Castro en 1961: "Dentro de la Revolución: todo; contra la Revolución
ningún derecho."

Detenidos en este punto, con una sociedad desarmada de instituciones y
espacios cívicos, en ausencia de las libertades cívicas y políticas más
elementales, la sociedad cubana, condicionada por la creciente brecha
entre salario y costo de la vida, se refugió en la sobrevivencia,
obligada a realizar actividades suplementarias, casi siempre al margen
de la ley, en busca de fuentes alternativas. Esa conducta, al
prolongarse durante décadas devino moral admitida socialmente. La
respuesta del cubano, desposeído de la condición de ciudadano fue: a los
bajos salarios, las actividades alternativas; a la ausencia de sociedad
civil, la vida sumergida; a la falta de materiales, el robo al Estado; y
al cierre de todas las posibilidades, el escape al exterior.

Ese cuadro, que caracteriza a la Cuba de hoy, requiere de una acción
cultural, que al decir de Paulo Freire[3], "es siempre una forma
sistematizada y deliberada de acción que incide sobre la estructura
social, en el sentido de mantenerla tal como está, de verificar en ella
pequeños cambios o transformarla".

¿Por qué? Porque, como acertadamente afirmara el ingeniero López[4],
"las propiedades de un sistema resultan determinadas por las propiedades
de sus componentes y los vínculos entre ellos, por lo que la calidad del
sistema no puede ser mejor que las de sus componentes ni que su diseño,
ya que éstas actúan como limitantes a la calidad del sistema en su
conjunto". Por tanto, una Cuba mejor no es posible sin cubanos mejores.

Para conformar esa cultura es necesario, parafraseando el concepto de
acción afirmativa, una acción educativa, equivalente a las que se
efectúan para la inserción y desenvolvimiento de sectores sociales
relegados. La concreción de esa cultura incluye dos procesos simultáneos
e interrelacionados: 1- el empoderamiento ciudadano, que resultará de
las medidas implementadas por la Casa Blanca y las que tendrá que
implementar el gobierno cubano como complemento y 2- los cambios al
interior de la persona, que a diferencia de los primeros son
irrealizables en el corto plazo, pero sin los cuales el resto de los
cambios serían de poca utilidad.

Por las razones antes expuestas los cubanos están excluidos del proceso
de toma de decisiones, pero la participación en ese proceso no comienza
hasta tanto no se tome conciencia de la responsabilidad que corresponde
a cada uno en el destino de su país. Y esa responsabilidad nace a partir
de que se asume su propio compromiso y se busca, sobre él, la
colaboración con otras personas. Se trata de un proceso lento, pero
insoslayable, que se mueve de lo interno a lo externo, del individuo a
la sociedad, del país al mundo.

La transformación de los cubanos en ciudadanos públicos, en actores
políticos, es un reto tan complejo como ineludible; un propósito
inalcanzable sin antes sentir el cambio no solo como algo necesario,
sino también como posible. Y el único camino para ello está en
participar, aprender sobre la marcha, equivocarse y volver nuevamente
hasta ser efectivos, hasta devenir en verdaderos ciudadanos.

Por lo anterior, la acción educativa tiene que introducir la educación
de la responsabilidad, que comienza en el individuo, pasa por la
sociedad y se extiende hasta la comunidad internacional. De tal forma
libertad y responsabilidad, derechos y deberes, conforman un todo
interrelacionado e indivisible.

Entonces, el efecto de la concurrencia entre el fracaso del modelo
totalitario, el envejecimiento de sus gobernantes y el restablecimiento
de las relaciones diplomáticas con Estados Unidos, depende, ante todo,
de nuestra capacidad de cambiar para recuperar la condición de
ciudadano, que a su vez, constituye una necesidad insoslayable para
salir del estancamiento en que vivimos.



[1] Félix Francisco José María de la Concepción Varela y Morales
(1778-1853) nació en La Habana y murió en San Agustín de la Florida,
estudió en el Seminario San Carlos y la Real y Pontificia Universidad
de San Gerónimo de La Habana, fue ordenado diácono en 1810 y sacerdote
en 1811. En el Seminario, donde estudió, ejerció las cátedras de
Latinidad, de Filosofía y de Constitución.

[2] José de la Luz y Caballero (1800-1862), nació y murió en la Habana,
estudió en el Convento de San Francisco, en la Real y Pontificia
Universidad de La Habana y en el Seminario San Carlos. Educado en un
medio religioso bajo la influencia de su tío materno, el presbítero José
Agustín Caballero, el amor a sus semejantes lo inclinó a la vida
clerical y al claustro.

[3] Paulo Freire (1921-1997), reconocido pedagogo brasileño. Entre sus
obras destacan La educación como práctica de la libertad (1967) y Acción
cultural para la libertad (1970).

[4] José Ramón López, Individuo y Sociedad, artículo publicado en la
revista digital Consenso No. 5 de 2005

Source: El nuevo escenario y la ausencia del ciudadano | Diario de Cuba
- http://www.diariodecuba.com/cuba/1441050665_16655.html

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