Monday, March 05, 2012

Estado de Ilegitimidad y el Artículo 5 (I)

Racismo, Religión, PCC, Iglesia Católica

Estado de Ilegitimidad y el Artículo 5 (I)

El Artículo 5 de la Constitución, que establece que el Partido Comunista
de Cuba, martiano y marxista leninista, es la fuerza dirigente y
superior de la sociedad, es racista y anacrónico en sus fundamentos

Manuel Cuesta Morúa, La Habana | 05/03/2012 10:00 am

El Partido Comunista de Cuba (PCC) no tiene legitimidad. Como
partido-Estado, debe entenderse; lo que viene dañando además su
legitimación. Aunque no se publican, la fuga de sus miembros hacia una
tierra de nadie ideológica va adquiriendo progresión geométrica. Si
descontamos a sus miembros obligados, a los militares por ejemplo, pocas
personas que militan dentro del comunismo oficial poseen alguna
convicción ideológica. Ello ha generado otro fenómeno creciente: el
insilio comunista: gente que abandona espiritualmente al PCC sin arrojar
el carné.

¿Qué está pasando? ¿Qué ha pasado? Bueno, se ha agotado un ciclo
político de 47 años, a contar desde 1965, cuando se liquidó al viejo
partido socialista popular —un partido pactista e intelectualmente
brillante— para fundar una milicia ideológica endosada a un caudillo;
milicia que por esa misma razón perdió toda independencia mental:
primera condición para el ejercicio auténtico del pensamiento. Es
conmovedora la reacción de muchos comunistas con los que dialogo en sus
propios términos: los del marxismo-leninismo. La autoanulación verbal es
su alegato.

El agotamiento de ese ciclo se manifiesta en todos los órdenes. Y cuando
un grupo política e ideológicamente autoconstituido no tiene respuestas
en ninguno de los ámbitos en los que intenta organizar al Estado y a la
sociedad, entonces perdió su razón de ser: una de las metáforas de la
legitimidad.

¿Qué entender por legitimidad? La legitimidad puede ser entendida, en
una definición potable, como el conjunto de justificaciones por el que
le reconocemos autoridad a los que mandan y por el que aceptamos sus
decisiones. A diferencia de las religiones, que se justifican casi
exclusivamente por la fe, en un Estado moderno las justificaciones
suelen ser muchas. Y van de la economía pasando por la legalidad para
llegar a la política. Incluso, hay Estados que intentan justificarse
tanto religiosamente como en su relato poético de la realidad. Como el
Estado-partido de la Isla.

Desde esta matriz de justificaciones merece ser discutida y está siendo
discutida la legitimidad del partido comunista cubano. Pero yo quiero
concentrarme en una sola de estas justificaciones: el Artículo 5 de la
Constitución vigente, que es el alfa y omega del núcleo racional de su
poder.

Mi enfoque no es estricta o directamente político, por el que suele
considerarse al Artículo 5 desde el punto de vista de la discriminación
a otras opciones ideológicas. El enfoque que propongo es cultural. Un
enfoque que analiza la discriminación, incluso si varias alternativas
ideológicas son reconocidas como legítimas.

A un nivel fundamental, no se ha captado bien que el racismo en nuestro
país se alimenta desde los dos ángulos más importantes: como institución
cultural y como institución política derivada, es decir: como
sentimiento de superioridad en medio de la diversidad cultural y como
discriminación política nacida de ese sentimiento de superioridad
cultural constituido.

Entiendo el racismo como el conjunto de concepciones y actitudes que
fundamentan los sentimientos de distintividad y superioridad de grupos
humanos totales sobre otros. Es un juicio estructurado, que se hereda y
ajusta, que exige clara conciencia de la diferencia y que se proyecta
abierta o sutilmente como distinciones de superioridad. De modo que si
el racismo histórico nació con el color de la piel, el racismo cultural
lo coloca detrás para montarse sobre las únicas bases que le permiten
perdurar hasta la actualidad: las diversas concepciones culturales de
vida. No afirmo que los racismos de la piel vayan desapareciendo, solo
manifiesto que sin sustentos culturales no pueden perdurar ni
articularse los racismos primarios y básicos.

Por su parte la cultura puede verse, en una definición minimalista, como
un sistema de símbolos creados por el hombre en virtud del cual le da
significación y sentido a su propia experiencia.

¿Cómo coincide aquel concepto de racismo con este de cultura? A través
del símbolo. Símbolo es significación y la cultura, que opera con
símbolos (lingüísticos, materiales, de señalización, de gestualidad…) es
la materia de las significaciones y los significados. Es por tanto
semiótica y da sentidos y significados que se han de interpretar. Al
hablar de cultura estamos refiriéndonos así a estructuras de
significación. Y la cultura del racismo es una de ellas. De ahí un
importante corolario: la cultura, como el pensamiento, es pública; si
no, no es cultura.

Estructura de significación quiere decir responder con variabilidad y
flexiblemente a las experiencias concretas de vida, lo que se expresa
simbólicamente. Cuando se dice, por ejemplo, socialismo cubano, se
intenta dar a entender que ese modelo político necesita adoptar nuestras
características para que pueda funcionar (costumbres, usanzas,
tradiciones, estéticas, conjuntos de hábitos, etc.), de lo contario
sería inviable. Eso es fundar lo nuevo, lo que se adopta, en un sistema
de símbolos propio. Lo que revela, a propósito, que la disfuncionalidad
del socialismo no radicó en que no fue suficientemente cubano, sino en
el hecho de que es disfuncional en sí mismo. Desde los comienzos,
nuestro llamado socialismo se vistió hasta con el ritmo de la conga, y
ni aún así produjo un legado serio que pueda trascender a otras fases
superiores de convivencia social.

Desde aquellos conceptos de racismo y cultura, que se entrelazan en la
frontera del símbolo como significación, es que analizo la
institucionalidad política del racismo en Cuba a través del Artículo 5
de la Constitución. Las referencias negativas al color de la piel (la
piel negra) como el símbolo somático del racismo, no merecerían un
análisis, ni son para mí esenciales, si no fuera porque encubren el
racismo hacia aquellas significaciones más profundas y, por tanto, bien
estructuradas, que organizan los sentidos de las otras experiencias de
la cultura en Cuba, sin importar la pigmentación.

Ese racismo se expresa como rechazo sutil, "científico", "cultural",
"moderno" y "progresista" de unos sistemas simbólicos por otros que
establecen su hegemonía desde sus experiencias culturales estructuradas,
y que se pretenden como los únicos "legítimos" para ciertos fines
pensados como los "más altos". En la medida en que esa hegemonía se
racionaliza, se ve a sí misma como matriz, o se hace "científica "y
"mira al futuro", el racismo se institucionaliza de un modo que
jerarquiza conscientemente la cultura cubana.

En algún lugar prestigioso de La Habana escuché hace ya tiempo, de boca
de una autoridad católica preocupada por la fuerte expansión en Cuba de
la religiosidad de origen africano, que determinadas visiones del mundo
no servían para construir un proyecto de nación. No es mi objetivo
dialogar aquí con el cristianismo sobre ese punto, pero sí con la visión
comunista que comparte esta misma afirmación rotunda y ha logrado
elevarla a estatuto de Estado.

¿De dónde nace semejante visión? Todas las formaciones políticas nacen
de alguna visión antropológica. Curiosamente, el enfoque comunista pudo
entronizarse mejor allí donde el catolicismo había labrado bien el
terreno y surgió de una mirada antropológica ya superada, fundada en las
dos concepciones de la evolución de la mente humana prevalecientes
cuando menos hasta los años 50 del siglo pasado.

La una consideraba que los procesos de pensamiento humano que Sigmund
Freud llamó "primarios" (sustitución, inversión, condensación,
abreacción) son filogenéticamente anteriores a los que llamó
"secundarios" (razonamiento dirigido, lógicamente ordenado, etc.) La
antropología se apropió de esta tesis tratando de distinguir entre
estructuras de cultura y modos de pensamiento. De conformidad con esta
visión eurocéntrica, los grupos humanos sin los recursos culturales de
la ciencia moderna (entiéndase el marxismo) fueron juzgados en Cuba ipso
facto como carentes de la verdadera capacidad de comprensión a la que
sirven los recursos secundarios de Freud. Lo que significaría que los
yorubas ―utilizo el término solo para identificar y simplificar los
orígenes― no pueden razonar como los euros.

La segunda concepción surgió como reacción a esta urdimbre de errores y
enfatizó que no solo la existencia de la mente humana en su forma
esencialmente moderna (que no diferencia la capacidad mental de un
yoruba de la de un euro) es requisito previo para adquirir cultura, sino
que el crecimiento de la cultura misma no tuvo acción significativa en
la evolución mental. De ella se desprende una conclusión: la unidad
psíquica de la humanidad, en total contradicción con el argumento de la
mentalidad primitiva. Hoy sabemos que no hay diferencias esenciales en
la naturaleza fundamental del proceso del pensar entre las diversas
razas: los procesos primarios y secundarios de Freud se dan en todas al
mismo tiempo. Pero los comunistas cubanos no quieren extraer las debidas
conclusiones políticas de esta adquisición de la ciencia.

El supuesto de que el crecimiento de la cultura no tuvo acción
significativa en la evolución mental se ha ido desvaneciendo con el
progreso de la antropología. Pero esta segunda concepción tuvo el mérito
de desprestigiar aquella primera visión antropológica, de la cual surgió
el concepto de que los "modos superiores" de pensamiento, de los que se
deriva el marxismo, son privativos de determinadas culturas.

Por ello, cuando la organización política del Estado tomó como base un
modo de razonar que nace de semejante visión antropológica, no le quedó
más remedio que discriminar al buen salvaje de Juan Jacobo Rousseau, o
al pensamiento "ilógico" (pensamiento mágico) de los primeros
antropólogos, para imponer a continuación que solo el pensar euro estaba
y está en capacidad y, por tanto, en el legítimo derecho de definir las
bases y la estructura del Estado. ¿Resultado? La ordenación de una
discriminación política institucionalizada desde cierto eurocentrismo.

El pensamiento político liberal se libró de este fenómeno no porque no
tuviera sus bases en una concepción racista, sino porque evitó organizar
el Estado en torno a una estructura simbólica de significaciones tan
cerrada y exclusivista. Para la vieja concepción liberal cubana, el
yoruba, con su "pensamiento mágico", no era capaz de pensar lógicamente,
por lo que era natural impedirle su acceso a la política, pero lo hacía
segregándolo difusamente desde la sociedad y folclorizando su cultura.

Pero el Estado comunista cubano no logra deshacerse de esta
discriminación institucionalizada porque, para él, el yoruba es incapaz
de producir desde su cultura el tipo de pensamiento científico
específico que sirve de fundamento al Estado. Esta visión antropológica
coloca al Estado en una paradoja insoluble: intenta incorporar al yoruba
como individuo en su sociedad, pero lo segrega culturalmente de la
política. De ahí nace el racismo de Estado: la pretensión de organizar
la política en torno a una euro-cosmovisión, que se considera superior a
la cosmovisión de los yorubas y también de los cristianos con los que
convive. Y así pretende emancipar a los humillados: desde el error y la
humillación antropológicos.

Este artículo consta de dos partes. La segunda se publicará mañana
martes 6 de marzo de 2012.

http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/estado-de-ilegitimidad-y-el-articulo-5-i-274625

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