Miércoles, Diciembre 7, 2011 | Por Julio Cesar Alvarez
LA HABANA, Cuba, diciembre, www.cubanet.org -El velorio del tío de Juan
Ávila, vecino del reparto Los Pinos, en Arroyo Naranjo, le costó más
dinero del que ganaba en un mes.
Su tío se aquejaba de un dolor muy fuerte localizado en la zona de los
riñones, y en tres ocasiones los galenos le diagnosticaron cólico
nefrítico. Juan lo encontró inconsciente en el piso de la sala, la tarde
del 25 de noviembre.
Las pruebas en el cuerpo de guardia del Hospital Nacional detectaron una
hemorragia en la región abdominal, y lo trasladaron con urgencia al
salón de operaciones. Allí descubrieron que el origen de sus dolores no
eran los cólicos, sino un aneurisma muy avanzado en la arteria renal.
Murió de un paro cardíaco antes de salir del salón.
Sus dos hermanas dispusieron que no se le realizara la autopsia, y que
llevaran el cuerpo lo antes posible para la funeraria de Arroyo. Como
era una familia muy reducida, le asignaron la capilla más pequeña, a
pesar de que eran aún los únicos clientes de esa tarde. Las hermanas
hablaron con el responsable para ocupar una más grande, pero éste les
dijo que no, porque quizás más tarde velaran familias más numerosas.
Cuenta el sobrino del muerto que se llevó aparte al funcionario y le
puso un billete de 50 pesos en la palma de la mano: "Tírame el cabo,
compadre", le rogó. Así quedó zanjado el problema de la ubicación del
difunto.
Aunque la nueva capilla era más grande que la anterior, también era más
calurosa. De los tres ventiladores sólo funcionaba uno. El sobrino fue
otra vez en busca del responsable, pero en la Oficina de la
Administración le informaron que acababa de salir para la funeraria de
Calzada y K.
Le pidió a la joven que lo atendió que al menos le cambiara un
ventilador. Ésta le contestó muy apenada que estaba terminantemente
prohibido hacer esos cambios. Juan sacó otro billete de 50 pesos:
"Tírame el cabo, cariño", volvió a rogar. A los pocos minutos el
encargado de la limpieza trajo dos ventiladores y se llevó los rotos
para otra capilla.
Ahora sólo faltaba el problema de las flores. Juan quería que su tío
tuviera un velorio florido, con muchas coronas, pero el florero de
comunales le aclaró que la cuota establecida era dos coronas por muerto:
"Tírame el cabo, mi viejo", rogó por tercera vez, de nuevo con la ayuda
de un billetico de 50.
Satisfecho ya por haber solucionado todos los problemas con celeridad,
se arrellanó en uno de los sillones. Pero a media noche su tía victoria
le dijo llorando que el tío estaba sangrando por la nariz y se estaba
hinchando.
De vuelta en la Oficina de la Administración se encontró a la
tripulación del carro fúnebre. Ellos le aclararon que eso ocurría por no
haberle realizado la autopsia en el hospital, y que si querían seguir
con el velorio tendrían que enviar el cuerpo a la morgue de calzada y K
para que lo prepararan: "Figúrense, es el único lugar donde hacen eso.
El proceso puede tardar bastante porque todos los muertos que van para
provincia los preparan allí", concluyó el chofer, con expresión de pena
en el rostro.
Juan comprendió enseguida la ¨pena¨ del chofer. Le quedaban nada más que
cien pesos en el bolsillo y hacía sólo dos días que había cobrado, pero
no era ahora que se iba a detener. Cincuenta y cincuenta comprometieron
a la tripulación a agilizar los trámites. A la hora y cinco minutos ya
estaban de vuelta con el cuerpo, y la familia pudo continuar velando al
difunto sin más inconvenientes.
Juan dice que el solo no puede arreglar el problema de la corrupción en
Cuba, y que si tiene que volver a sobornar no dudará en hacerlo. Lo
único que lo apena es saber que ya aquí no se respeta ni a los muertos.
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