Miércoles, Septiembre 28, 2011 | Por José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba, septiembre, www.cubanet.org -Apolismados por los palos
de la vida, orillados por su condición de sectarios antediluvianos aun
dentro de la propia secta, despreciados por la comunidad, que es víctima
y verdugo, y, en fin, muertos con los ojos abiertos como pescados en
tarima, deambulan por La Habana los compañeros de la triste figura.
Son por lo general mujeres y hombres de edad madura, o francamente
ancianos, que, no obstante verse hoy consumidos en cuerpo y alma por el
cloro hirviente de la revolución, continúan inventándose motivos para
justificar el siniestro.
Y lo que es peor, no renuncian a sus doctrinas. Sobre todo aquella,
absurda, criminal, según la cual todo bien colectivo se consigue a costa
del mal del individuo.
Uno a veces tiende a odiarlos. Con razón, dado su empecinamiento en no
ponerle cotos a la enfermiza vocación de delatores y en no disimular al
menos el placer que experimentan procurando la desgracia ajena. Pero
basta con echarles un vistazo para que nuestro impulso al odio quede
reducido a mera lástima.
Se cuenta que los samuráis, cuyo sentido de la vida radicaba en matar y
morir por su señor, prefirieron el honor del seppuku o haraquiri antes
que el bochorno de vivir derrotados por la paz y el progreso. No es la
reacción de estos compañeros de la triste figura, resueltos a tirar
hasta la última afeitada destripando al prójimo.
Saben que sus días están contados, que no hay más futuro para ellos que
la pesadilla con la que volverán a soñar esta noche. Así que para actuar
en consecuencia, apenas duermen, aprovechando al máximo cada oscuridad y
valiéndose del mínimo descuido para vigilar al vecino, al compadre, al
pariente… en busca de cualquier argumento más o menos veraz que sirva
para denunciarlos.
Difícilmente haya una sola cuadra habanera en la que no sea posible
encontrar por lo menos uno. Muy difícil resulta asimismo hallar entre
ellos a uno solo que (ignorando la burla pública) se inhiba de "adornar"
su pecho con esas ennegrecidas medallas que le acreditan, dicen, como
revolucionario de la vieja guardia. Junto a las paredes derruidas, las
tuberías reventadas y el hedor infecto de las ciudadelas, los compañeros
de la triste figura conforman el paisaje de La Habana en revolución, que
sólo da señales de vida cuando bosteza y boquea.
Cayéndose a pedazos, tarados, enroscados en sí mismos, insensibles a
todo lo que no sea la supervivencia a cualquier costo, constituyen la
imagen de nuestro modelo socialista. Son su vanguardia en tanto
representatividad. Igual que las Brigadas de Respuesta Rápida son la
retaguardia, digamos la pezuña del alacrán.
Debe ser descorazonador volver la vista atrás, desde la vejez, y no ver
sino desilusión y fracaso. Pero nunca lo será tanto como mirar hacia
adelante y no ver nada. No en balde inspiran más lástima que odio los
compañeros de la triste figura.
http://www.cubanet.org/articulos/companeros-de-la-triste-figura/
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