Wednesday, July 13, 2011 | Por José Hugo Fernández
LA HABANA, Cuba, julio, www.cubanet.org -Dónde estará metido aquel
salvaje que en lo más oscuro de una noche oscura, en medio del mar,
entre olas que superaban la altura de cualquier ser humano, arremetió
con la proa de acero de su buque moderno contra el Remolcador Trece de
Marzo, un viejo cascarón de madera con las bodegas repletas de carga
frágil, con toda la fragilidad de la inocencia: niños, mujeres, hombres
indefensos.
No obstante su cerebro de energúmeno y su fría inconsciencia de fanático
robotizado por la dictadura, uno se pregunta cómo se las arreglará para
dormir por las noches. Donde quiera que esté metido, ¿cómo habrá podido
vivir durante todos estos años, disfrutando a sus anchas la impunidad
del genocida, sin contemplar con vergüenza y con miedo la imagen que le
devuelve el espejo?.
No es la más sustancial entre las incógnitas que este crimen atroz nos
dejó sin respuestas, tal vez para siempre. Otras preguntas hay, muchas y
más apremiantes. Pero ya que tan poco pudimos obtener del favor de las
organizaciones que dicen velar por la justicia y los derechos humanos en
el mundo, o de la piedad de los pontífices religiosos; y ya que la razón
continúa extendiendo su largo sueño en Cuba, narcotizada por el dominio
de la irracionalidad, debiera quedarnos al menos un resquicio para
conocer lo simple anecdótico.
Alguna vez, antes de convertirse en un psicópata con licencia para
masacrar inocentes, aquel capitán de barco habría sido un hombre como
otro cualquiera, un humilde guajiro –según cuentan- que marchó a La
Habana en busca de mejoras para su vida y al parecer dispuesto a
pagarlas vendiendo su alma como se empeña una prenda con el garrotero.
Hay en todo hombre, a toda hora, dos postulaciones -sentenció un sabio-:
una hacia Dios y otra hacia Satán. Lo que nos quedaría por saber
entonces es si luego de haberse convertido en criminal de mujeres, con
sus bebés lactantes incluidos, este sicario habrá experimentado alguna
vez la meramente genérica postulación hacia Dios.
Es probable que no. Del mismo modo en que la tiranía controla aquí el
pasado intentando controlar el futuro, y controla el presente para
controlar el pasado, también ha conseguido amaestrar en muchos casos al
monstruo que los hombres llevamos dentro. Hasta un punto tal de hacerle
creer a más de un infeliz que apalear, reprimir, masacrar en su nombre,
no es sino un deber revolucionario.
Se dice que el capitán de marras, quien materializó el mandato impartido
desde arriba, ordenando embestir con dos barcos, desde dos flancos, la
podrida madera del Trece de Marzo, al tiempo que arrojaban a sus
pasajeros al mar, golpeándolos con cañones de agua, y se quedaban todos
tan campantes viéndolos desaparecer en las oscuras profundidades, pues,
se dice que este psicópata fue trasladado de inmediato al cargo de
capitán de un pequeño puerto en el interior de la Isla. Y allí continúa
quizá, en apacible retiro, hasta que el tiempo y un ganchito logren
borrar su horrendo crimen en la memoria de la gente.
Sería estimulante pensar que eso no ocurrirá nunca. Que la masacre del
Trece de Marzo, como otras tantas, sólo yace oculta dentro de nuestras
cabezas, a la espera de las circunstancias apropiadas para el justo
juicio. Pero no podemos estar tan seguros, desafortunadamente. Así que
por lo pronto tal vez serviría de consuelo encontrarnos cara a cara con
el criminal, y tener la oportunidad de decirle, mirándole a los ojos: A
ver, bestia, por lo menos cuéntame cómo lo llevas.
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