12-07-2011.
Alberto Medina Méndez
(www.miscelaneasdecuba.net).- La falta de perseverancia sea tal vez el
pecado cívico más relevante en la historia reciente. Disgusto, bronca,
enfado, indignación, impotencia, la nómina es interminable. Múltiples
sensaciones que los ciudadanos sentimos a diario y que compartimos con
otros para manifestar tímidamente nuestro desagrado con los hechos
cotidianos, con las decisiones que se nos imponen y que no colman
nuestras expectativas más elementales.
Sin embargo, esas actitudes son inconstantes, espasmódicas, solo
momentáneas, hasta que otro hecho de superior relevancia ocupe su lugar.
Este podrá ser un asunto personal, familiar o hasta social, pero
desplazará al otro, ese que eventualmente nos generaba malestar, para
pasar a ser una anécdota más en la lista de las frustraciones cívicas.
El sistema conoce esta debilidad ciudadana. Sabe que la indignación es
transitoria, fugaz, y que las personas no insistirán con sus reclamos en
el tiempo de modo consecuente. La historia, la experiencia de casi
siempre, dice que se aburrirán, les ganará el cansancio, terminarán
agotados y será suficiente para que otro desengaño haya dejado su huella.
Queda claro que quienes gobiernan, los unos y los otros, los que
estuvieron, los que están y los que estarán, se han ocupado con
dedicación, durante décadas de proveer herramientas para que nada les
impida perder el control. Una suma de recursos, ardides, escollos, les
darán siempre el salvoconducto necesario para librarse rápidamente de
cualquier intento que pretenda estorbar su dinámica habitual.
Pero como en tantos otros ámbitos de la vida mundana, lo importante no
es hacer las cosas bien, sino solo conocer en detalle el mecanismo bajo
el cual funciona el circunstancial oponente y hacer uso de sus propias
flaquezas para provecho propio.
Los anticuerpos están activados. No importa demasiado cual sea la queja
de turno. Todo está perfectamente diseñado para responder a los
estímulos de siempre. Las respuestas predecibles, los esquemas
tradicionales, están debidamente contemplados y la falta de decisión
ciudadana, es parte de ese paisaje que se repite, de modo irrelevante,
sin consecuencias significativas que alteren el ritmo habitual de los
que mandan.
Para lograr resultados diferentes, esto es, que el poder tome nota, que
modifique sus conductas, que deje de lado sus mañas de rutina, que se
anime a incursionar por otros senderos, la ciudadanía precisa tomar
decisiones, fuertes, concretas, pero por sobre todo, determinadas, con
convicción, y a sabiendas de que el camino será largo, difícil, con
innumerables problemas y fundamentalmente con una corporación ( o varias
) que harán su mejor esfuerzo por abortar ese irreverente intento
ciudadano de tomar las riendas.
Hay ejemplos en la historia mundial, pocos, lamentablemente no muchos,
pero unos cuantos de ellos significativos. Algunos lograron perdurar,
tal vez no lo suficiente, o probablemente no con la intensidad necesaria
para hacer claudicar al sistema, pero si al menos para mostrar que es
posible, que se puede y que vale la pena hacer el intento.
Si tanto nos complica la existencia, si tanto fastidian algunas posturas
de la política contemporánea, tal vez debamos revisar nuestras propias
actitudes cívicas. Es bastante probable que en ese recorrido encontremos
muchas explicaciones y que lo que parecía imposible deje de serlo.
Pero para enfrentar un problema, hay que dimensionarlo adecuadamente.
Suponer que con esporádicos intentos, con reacciones infantiles, con
caprichos adolescentes y hasta con filosofía mediocre, lograremos
torcerle el brazo a siglos de estrategias exitosas, estaremos equivocados.
Para ganar hay que ensayar nuevos métodos, probar modalidades
imprevistas. Ellos están preparados para lo obvio. No tiene mucha
importancia, bajo su perspectiva, cuan significativo parezca el reclamo,
mucho menos aún si los argumentos tienen cierta razonabilidad o ha
logrado movilizar a unos cuantos.
No le temen a la argumentación, tampoco a un numeroso despliegue
popular. Si les asusta la perseverancia, la determinación, la
consistente acción que muestra que no se descansará hasta lograr objetivos.
Para ello hace falta una ciudadanía menos timorata, menos reactiva y mas
proactiva, más comprometida y menos abúlica. Es preciso luchar por
valores morales, y no solo cuando las decisiones molestan porque afectan
nuestros bolsillos, como tantas veces pudimos apreciar. Tal vez sea
mucho pedir, es probable que estemos siendo muy exigentes con una
sociedad que ha dado pocas muestras de animarse a esto. Pero no menos
trascendente es saber si realmente estamos dispuestos a hacer algo
relevante antes de emprender el intento.
Pero también es importante dejar en claro, que el adversario,
circunstancial por cierto, es poderoso, tiene infinidad de posibilidades
a mano, conoce el sistema como la palma de su mano, y sabe a que
recurrir frente a cada intento. Difícilmente podamos tomarlo por
sorpresa. Conoce mucho de lo que hace, sabe por qué lugares transitar,
como, cuando y hasta el ritmo al que debe hacerlo. La ingenuidad es un
riesgo y jugar con que ellos no sabrán cómo reaccionar, es desconocer su
dinámica y sobre todo la metodología con la que razonan.
La ecuación es relativamente simple de comprender. Podemos seguir con el
infantilismo que nos propone esta inercia, esa que dice que nos quejamos
de vez en cuando y con eso suponemos que algo cambiará. O podemos tomar
exacta dimensión de lo que pretendemos lograr y actuar seriamente en
consecuencia. Eso supone prepararnos para una batalla larga, compleja,
que requiere de muchos ingredientes, pero fundamentalmente de uno de
ellos, de esos que parece imposible obtener. Antes de empezar valdrá la
pena saber si tenemos a mano una significativa dosis de determinación
ciudadana.
http://www.miscelaneasdecuba.net/web/article.asp?artID=32917
No comments:
Post a Comment